Algunos errores comunes que suele inducir la Biblia
24 de septiembre de 2020 • Lectura: 8 min.
Foto: Connie Bentson
En mi entrada anterior en este blog, propuse que la doctrina de inerrancia y perspicuidad de la Biblia bien puede ser cierta, pero que a todos los efectos prácticos, es sin embargo inútil. Son innumerables, al fin y al cabo, las convicciones diferentes y contradictorias que sostenemos la multitud de personas que leemos la Biblia. No todo puede ser cierto a la vez, y por tanto se constata que el error es posible aunque se lea la Biblia.
Llevo toda la vida —por lo menos todo mi medio siglo en el ministerio cristiano— insistiendo que la Biblia en sí es perfecta, que es una guía infalible en el sentido de que si la empleamos correctamente, no equivocaremos el camino. He dedicado estas cinco décadas a estudiar la Biblia, aprender a sentirme cómodo con las lenguas en que primero se escribió, y predicar, enseñar en clase y escribir en libros, lo que yo entiendo que son interpretaciones correctas de lo que «dice» la Biblia.
He insistido que el problema no reside en la Biblia en sí, sino en la cuestión hermenéutica. Es decir que lo importante es la interpretación. Saber interpretar correctamente, entender y aplicar correctamente lo que Dios quiere que aprendamos en la lectura de la Biblia.
Es una convicción en que me sigo manteniendo.
La necesidad de alcanzar a interpretar correctamente los textos bíblicos adquiere, entonces, especial peso. Porque al margen del proceso de interpretación, la Biblia no «dice» nada, no puede decir nada, sino que se quedaría como una multitud de marcas diminutas de tinta impresas en papel.
La interpretación correcta consiste en, primero, conocer qué es la Biblia y cómo llega a nuestras manos.
Es una colección de escritos de muy variados estilos literarios y formas de comunicar la verdad. Esta colección es un legado que nos han dejado los judíos de los últimos siglos a.C. y la facción mesiánica (cristiana) del primer siglo d.C. Aquí tenemos ya un error de fondo en que caen muchos, cuando imaginan que de alguna manera «la Biblia», como un todo que empieza en Génesis y termina en el Apocalipsis, es un libro único con una perspectiva única, un autor único, un mensaje único, y que nos llega directamente desde el cielo.
Es de justicia reconocer la importancia de los procesos de diálogo y confrontación —opiniones, convicciones, espiritualidades, formas de concebir de Dios, diferentes y hasta contradictorias entre sí— que manifiestan estos documentos antiguos. Es esencial reconocer, y valorar positivamente, lo mucho que aportó ese diálogo y debate enardecido, entre las personas humanas que escribieron estas cosas y las fueron copiando y adaptando y transformando a lo largo de los siglos. Y la aportación posterior de quienes conservaron estos textos y los tradujeron a lenguas modernas.
Y en segundo lugar, la interpretación correcta de la Biblia exige la disposición a reimaginar en cada generación este legado literario, para dar con equivalencias funcionales que sean aptas para nuestros contemporáneos. Porque —y esto debería ser obvio— nuestro mundo y nuestra manera de pensar ya no son lo que era propio del siglo V a.C. ni del siglo I d.C.
El que una interpretación sea verosímil, incluso «natural», en la lectura de la Biblia, no significa, entonces, que se ajuste a como Dios quiere que concibamos de la vida humana en relación con él y con el prójimo en el siglo XXI d.C.
Hay cosas que es perfectamente verosímil interpretar, que a mi juicio resultan absolutamente insostenibles. Insostenibles si es que creemos de verdad que Jesús es el único camino al Padre; que él, Jesús, personalmente, es el Camino, la Verdad, la Vida, Luz y Palabra de Dios. «Porque nadie puede poner otro fundamento», escribió el bueno de Pablo, «que el que está puesto, el cual es Jesucristo» (1 Cor 3,11).
A continuación, tres ejemplos. Se trata de tres ideas perfectamente verosímiles según los textos bíblicos, pero que chocan frontalmente con la Palabra, Jesús. Hay muchos más ejemplos que podríamos dar, pero con estos es suficiente.
Primer ejemplo
Dios promovió y promueve una raza por encima de todas las demás. Fue justo y correcto prometer a Abrahán y a su descendencia una tierra que ya venía estando habitada por otras gentes. Al crear a la humanidad nos dio el mandamiento de reproducirnos y así «llenar toda la tierra». Pero los que, obedeciendo ese mandato divino, habían «llenado» la tierra de Canaán podían ahora ser aniquilados sin contemplaciones porque su religión era falsa. No había que predicarles ningún evangelio, dar ninguna oportunidad a la conversión. Había que exterminarlos.
De estas ideas nace también todo el desafortunado legado de colonialismo de las potencias cristianas de los últimos siglos, que tanta esclavitud, opresión violenta, injusticia social y racista, y tantas guerras ha traído a la humanidad.
Los protestantes, con la Biblia en mano, podíamos entender perfectamente que éramos nosotros ahora el pueblo escogido de Dios por cuanto «verdadero Israel» por la fe; y que era por consiguiente natural considerar «cananeos» a todos aquellos pueblos que ocupaban tierras que entendíamos que Dios nos prometía a lo ancho del mundo.
Para vergüenza nuestra, las potencias católicas, no menos violentas y opresoras y crueles, sin embargo desde el principio mandaron sacerdotes y monjes a evangelizar donde llegaban sus asentamientos colonialistas. Las misiones católicas llegaron muy temprano a toda Hispanoamérica, desde Paraguay hasta California, y a Asia. Los protestantes preferimos el genocidio aniquilador, y solo siglos después que los católicos, caímos en la cuenta de que también era posible lanzarse a las misiones entre los pueblos conquistados.
La idea de la existencia de una raza predilecta de Dios sigue siendo un lastre pesado, con el «sionismo cristiano». Arrastra a muchos a haber luchado tal vez contra el apartheid en Sudáfrica, pero mirar a otro lado cuando la víctima son los palestinos.
Y a otro nivel, se muestra en la sorprendente capacidad de los cristianos a ser fervientes nacionalistas, dispuestos a batirse por la patria contra todos sus enemigos, con todo y ser el cristianismo una religión presente en todos los países de la tierra. Es con harta frecuencia mayor el sentimiento de hermandad con los compatriotas, de la religión que sean, que con correligionarios cristianos pero de países enemigos.
En diversos libros y escritos que he publicado, he ensayado formas alternativas, que me parecen más edificantes, de interpretar y explicar los textos bíblicos en cuestión. Pero el hecho es que la interpretación más obvia, más natural, ha llevado a la gente a interpretarlos así. Como una especie de permiso para el racismo, la xenofobia, y guerras provocadas por intolerancia religiosa.
Segundo ejemplo
El privilegio del varón sobre la mujer. Sorprende, ofende hoy día, descubrir hasta qué punto ciertas iglesias y ciertos predicadores vienen con este vicio de fondo, provocado por esta presuposición aprendida de ciertos textos bíblicos. Y es que hay, efectivamente, versos en la Biblia que predican la ascendencia del varón sobre la mujer.
Por haber, hasta hay en la Ley divina, la disposición que ordena que si alguien viola a una chica sin marido ni prometido, el padre de la chica está en su justo derecho de demandar un precio por el que el violador se la quede como esposa. La cuestión se plantea como castigo del violador, que tendrá prohibido divorciarse jamás de ella. Qué había de pensar de todo esto la chica violada, parece ser una cuestión que al autor de estos versículos tan edificantes jamás se le ocurrió.
En general, toda la cuestión de relación entre varones y mujeres, sexualidad, reproducción, género, etc., trae terriblemente lastrada a una importantísima proporción de los cristianos.
Inevitablemente, los cambios en la sociedad poco a poco van influyendo en el pueblo cristiano también. Son cambios que devienen de nuevas tecnologías de producción (donde cada vez importa menos si el trabajador es trabajadora), nuevas técnicas de atención médica, nuevas formas de ayudar a concebir pero también de rechazar un embarazo; y nuevos conocimientos de la psicología humana y de la complejidad de la identidad personal del individuo. El resultado necesario es obligarnos a replantearnos lo que venían siendo actitudes tradicionales —patriarcales— de otras eras; actitudes tradicionales reflejadas en los textos bíblicos.
Pero los creyentes y las iglesias que empiezan a mostrar cierta flexibilidad en todos estos aspectos de la relación entre varón y mujer, el matrimonio y la familia, la reproducción, la identidad de género, etc., son denostados y vilipendiados como herejes de inspiración diabólica. ¿Por qué? Porque es absolutamente verosímil la interpretación tradicional de los textos que citan. En particular, si no se considera importante tener en cuenta que nos vienen de otro mundo, de un pasado remoto con otras tecnologías, otra medicina, y otras concepciones de lo que es «natural» y «normal».
Existe un amplio repertorio, con decenas —seguramente muchos cientos— de libros dedicados a explicar otras interpretaciones alternativas, diferentes a la tradicional patriarcal. Pero cuesta mucho que esta hermenéutica nueva penetre entre el común de los cristianos, que suelen considerarlas rebuscadas y retorcidas, todo lo contrario a la «perspicuidad» que atribuyen a los textos bíblicos.
Tercer ejemplo
El Nuevo Testamento explora diferentes maneras de explicar la relación entre la muerte de Jesús y nuestra reconciliación con Dios. A mí, por ejemplo, me gusta la idea de que así como Cristo asumió nuestra mortalidad en la cruz, nosotros por el bautismo asumimos su inmortalidad. Jesús se une a nosotros, nosotros nos unimos a él. Cristo en nosotros, nosotros en Cristo. Y así constituimos su presencia continuada en la tierra, su cuerpo la iglesia. El perdón divino es pura gracia, misericordia, reconciliación.
Esa no es, sin embargo, la única forma de entender la expiación de nuestros pecados al morir Jesús en la cruz. Según la explicación tal vez más habitual en el pueblo evangélico, pareciera que Dios no perdona los pecados gratuitamente sino que exige la pena capital. Todo pecado es digno de muerte. Solo se satisfaría matando al infractor.
Sin embargo Dios ha decidido darse por satisfecho con un sacrifico humano. No un sacrificio humano cualquiera, sino que lo único que pudo aplacar su ira fue el parricidio: cobrarse la muerte de su propio hijo como venganza contra toda la humanidad pecadora. Por supuesto que nadie dice claramente que la muerte de Cristo constituya un sacrificio humano. Pero es más o menos lo que viene a suponer esa manera de entenderlo.
Lo importante aquí es reconocer que es perfectamente verosímil interpretar así los textos que hablan de que Cristo murió por nosotros. Él llevó nuestro castigo, padeció él en su carne por nuestra culpa. Es una explicación que encaja de maravillas con muchos textos bíblicos que hablan del castigo divino, de la ira de Dios, de lo terrible que es la desobediencia. Y explica por qué fue tan terrible la pasión de la cruz.
Pero la consecuencia en cuanto a cómo concebimos a Dios es difícil de aceptar. Hay formas de hablar sobre Dios en la Biblia, entonces, que si reparamos en ello, pueden desembocar en concebir de Dios como un ser violento, aterrador, rencoroso, incapaz de perdonar si no es matando.
Pero sabemos que «Dios es amor», y que «no hay ningunas tinieblas en él».
Próximamente: Jesús la Palabra, guía auténtica de la humanidad