Paciencia y fermento
30 de julio de 2020 • Lectura: 7 min.
Foto: Connie Bentson
Hace unos días escribía sobre Pedro en casa de Cornelio. Hoy quiero hacer algunos comentarios sobre el resumen que brinda Lucas, de lo que pudo haber dicho Pablo en el Areópago de Atenas.
Para empezar, habría que entender qué era el Areópago. Lucas pone que((Lo que sigue, aquí y más adelante, es mi traducción echa para esta ocasión)):
Hch 17,16 En Atenas, mientras esperaba que llegasen [Silas y Timoteo], el espíritu de Pablo se alteró mucho al observar que la ciudad estaba entregada a ídolos. 17 Se puso a discutir en la sinagoga con los judíos y los devotos; y en la plaza, todos los días con los que encontraba allí. 18 Y algunos de los filósofos epicúreos y estoicos hablaron también con él.
—¿Qué es lo que pretende este charlatán? —preguntaban unos.
—Parece estar promoviendo dioses extranjeros —opinaban otros, pensando que evangelizaba sobre «Jesús» y «Resurrección».
19 Lo llevaron arrestado ante el Areópago y dijeron:
—Tiene usted que dar explicación; qué es esta su enseñanza novedosa. 20 Nos parece extraño lo que hemos oído, y queremos saber qué quiere decir. 21 —Porque a todos los ateneos, y a los extranjeros residentes allí, solamente les interesaba contar y oír novedades.
La mención de los filósofos y el interés de los atenienses en contar y oír novedades, da la impresión de que el Areópago fuera algún tipo de foro o tertulia ociosa.
Siglos atrás, el Areópago había sido algo más o menos comparable al senado de los romanos; pero ahora sus funciones venían limitadas a solamente juzgar crímenes que pudieran desembocar en pena de muerte. Así que llevarse a Pablo al Areópago para que diera cuenta de su enseñanza no era ninguna trivialidad inocente. Venía a estar acusado de soliviantar al pueblo con ideas contrarias a la paz y moral y convivencia cívica. O algo así, puesto que según le fuera en el Areópago, podría acabar condenado a muerte.
El interés de los atenienses en oír cosas nuevas sería, entonces, una tendencia peligrosa a dejarse arrastrar a alzamientos contra el orden público. Y esto sería lo que pretendían evitar al arrestar a Pablo y llevárselo a juicio en el Areópago. No es difícil imaginar por qué lo creían peligroso. Según cómo se contara de segundas o terceras lo que parecía decir Pablo, se podía entender que promocionaba a un pretendiente a rey en Judea crucificado por los romanos, pero cuyos seguidores decían que volvía a estar vivo y seguían creyendo rey contra la autoridad de César.
Con su defensa Pablo consigue salvar el pellejo, pero al precio de que el Areópago lo juzgara tan ridículo, tan cómico, que no podía suponer ningún peligro real:
22 De pie entonces Pablo en medio del Areópago, dijo:
—Ateneos, veo que sobre todas las cosas cumplen ustedes con la religión. 23 Al pasear y observar las evidencias de su lealtad al César, encontré un pedestal con la inscripción: «Al dios ignoto». Aquel que ustedes honran sin conocerlo, es precisamente el que les anuncio yo. 24 Ese dios creó el universo y todo lo que en él hay. Siendo el amo de cielo y tierra, no habita en templos hechos por el hombre 25 ni necesita que le cuidemos los humanos. Él es quien da a todo ser el vivir y respirar y todo lo demás.
26 —De la misma estirpe hizo él todas las gentes de la humanidad sobre la superficie de la tierra, delimitando sus años y los lugares donde viven. 27 En esas condiciones buscan a Dios aunque a tientas, por si acaso lo consigan hallar, y eso que no está lejos de ninguno de nosotros, 28 por cuanto en él vivimos y nos movemos y existimos. Esto mismo ha dicho también un poeta de ustedes: «… por cuanto somos una misma raza que procede de él».
29 —Puesto que somos una raza que procede de Dios, no cabe concebir que Dios se pueda parecer a oro o plata o piedra modelados por un escultor según la imaginación humana.
30 —Si bien ha hecho vista gorda en los tiempos de ignorancia, ahora demanda Dios un cambio radical a toda la humanidad en todo lugar. 31 A tal fin ha fijado un día cuando va a juzgar a todo el mundo con justicia, en la persona que él ha determinado. De lo cual da fe ante todos, el hecho de haberlo levantado de entre los muertos.
32 Pero al oír lo de levantar muertos algunos se echaron a reír y otros azuzaban: «¡Anda! ¡Cuéntanos otra!» 33 Y así es como Pablo salió de allí.
Es marcadamente distinto este discurso del de Pedro en casa del militar romano Cornelio. Y es marcadamente diferente el resultado también. En aquella otra ocasión, al derramarse sobre los oyentes el Espíritu, Pedro ni siquiera pudo terminar lo que iba a decir. En esta ocasión tampoco sabemos qué más pensaba decir Pablo, porque el «espíritu» que cayó sobre los oyentes fue de risa y mofa.
Me parece que tenemos aquí una indicación de las dificultades añadidas que tiene proclamar el mensaje de Cristo donde hay pocos elementos en común con los oyentes. El centurión Cornelio vivía en tierra de Palestina. Pedro indica claramente saber que ellos conocían bien la fe judía y lo que se contaba sobre Jesús. Aunque pagano, Cornelio buscaba a Dios en oración cuando recibió una visión que le mandaba invitar a Pedro. Hay aquí, entonces, muchos elementos de conocimiento en común y una marcada influencia de la religión y espiritualidad judía. Los únicos elementos que faltaban eran aceptar que Jesús era el mesías prometido, y decidirse a adoptar la fe judía (y su mesías, Jesús).
En Atenas, Pablo carece de todos esos elementos en común. Procura sortear ese obstáculo con su referencia al dios ignoto y la cita de un poeta griego, pero al final no ha sido posible superar el abismo que existe entre las ideas de ellos y el mensaje que predica Pablo.
Así también, nosotros vivimos en un mundo donde es menos cada día, cada año que pasa, lo que tenemos en común los que de verdad creemos en el Dios de la Biblia y en su Hijo Jesús, y la gente que vive a nuestro alrededor.
Nuestras dificultades acaso sean mayores que las que afrontó Pablo en Atenas. Ellos podían sospechar que Pablo soliviantaba a las masas populares con la propaganda de otro rey que César. (De lo que salieron de dudas al echarse a reír y decidir que sus disparates no suponían ningún peligro.) Pero nuestro entorno secularizado está convencido de que el cristianismo y el clero cristiano son «los malos de la película».
En el cine y la televisión, los curas y los pastores evangélicos son regularmente hipócritas, malvados, avariciosos, mentirosos, depredadores sexuales, crueles, viciosos, conspiradores… Nuestros adalides de la cultura y el entretenimiento parecen tener claro que Europa equivocó el camino cuando se entregó al evangelio hace dieciséis siglos, inaugurando generaciones incontables de oscurantismo y violencia. Ahora resulta que las brujas eran buenas y simpáticas, el paganismo era cultura, y la gente era más feliz que bajo las tinieblas cristianas.
Ya no se ríen de nosotros, puede ser, pero lo que piensan conocer acerca del cristianismo no les invita a meterse en ello. Temen ser manipulados y engañados por un sentimentalismo ñoño que aspira a controlar sus vidas.
Las primeras generaciones de cristianos tuvieron su primera expansión gracias a ser esencialmente judíos, y evangelizar entre judíos, prosélitos al judaísmo, y «temerosos de Dios» que adoraban al Dios de Israel sin hacerse legalmente judíos. Siguiendo esa estrategia, Pablo pudo dejar grupos de discípulos de Jesús en cada ciudad donde pasaba unos días. Aunque abandonó a veces la sinagoga para predicar «a los gentiles», los gentiles con quienes tenía éxito Pablo ya habían recorrido, como Cornelio, una parte importante del camino hacia el Dios de Israel.
Lo que nos toca hoy, entonces, es armarnos de una paciencia inmensa, para dedicarnos a vivir vidas pacíficas, benéficas para quienes nos rodean, distribuyendo bendición a diestra y siniestra, perdonando agravios, ayudando en la necesidad… Nos toca lo que Alan Kreider((Alan Kreider, La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el imperio romano. [Sígueme, 2017].)) describe como el «fermento» lento, el goteo armado de paciencia infinita, con que el cristianismo echó raíces en el mundo pagano de los romanos.
Cuando el emperador decidió adoptar el cristianismo (y adaptarlo para sus propios fines políticos y militares), es porque el cristianismo ya se había infiltrado entre el pueblo con esa paciencia y ese fermento, persuadiendo un amigo o pariente o vecino a la vez, con el testimonio de vidas cambiadas para bien, de enfermos curados por la fe, de desesperación transformada en esperanza…
Paciencia y fermento, bendición; testimonio personal de vidas íntegras y buenas. La única estrategia posible en un mundo que ya no cree en Dios y repudia lo que piensa saber sobre el cristianismo.