Marta y María
22 de mayo de 2020 • Lectura: 8 min.
Lienzo de Andrea Commodi, s. XVII, Mujer en la cocina (detalle)
Reconozco que siempre me ha inquietado la historia de Marta y María, donde Jesús pareciera reprender a Marta por responsabilizarse de atender correctamente a sus huéspedes en lugar de escucharle hablar.
Estoy seguro que lo que pongo a continuación no será muy original. Al fin y al cabo esta historia lleva dos mil años en el evangelio, y no me cabe duda de que habrá bastantes personas —tal vez especialmente mujeres y amas de casa— que lo han meditado mucho y habrán llegado a conclusiones parecidas a estas.
Vayamos primero al texto (en traducción mía). La anécdota solo aparece en el evangelio de Lucas, aunque en Juan hallamos otra versión a la que me referiré al final:
Lu 10,38 Según avanzaban, llegaron a cierta población. Se hospedó en casa de una tal Marta. 39 Vivía con ella su hermana, María, que se sentó junto a los pies del Señor para escucharle hablar. 40 Marta, sin embargo, se tuvo que apartar por su gran entrega a la hospitalidad. Al rato se plantó ante él y dijo:
—¿Es que no le importa a usted que mi hermana me deja sola para atenderles? Dígale entonces que me eche una mano.
41 —¡Ay, Marta! —contestó el Señor—. Te veo muy estresada con todo lo que hay que hacer. 42 No hacía falta más que lo mínimo. Pero en cuanto a María, ha elegido la mejor parte y no hay quien se lo quite.
En primer lugar, hay que decir que la hospitalidad es una responsabilidad ineludible, un deber sagrado, especialmente si aparece en casa alguien tan importante como Jesús. El texto no pone que se hospedasen en la misma casa los discípulos también, pero me ha parecido verosímil suponerlo. Esto ayudaría a explicar el agobio que vive Marta.
La hospitalidad no es una opción. Es una obligación. Es además una virtud importante. En varias de sus epístolas, Pablo y también Pedro instruyen a los fieles ser hospitalarios. La carta a los Hebreos añade el aliciente de que algunos, sin saberlo, por hospitalarios acabaron con ángeles por huéspedes.
Bien es cierto que Jesús le dice a Marta que con una sola cosa se daba por satisfecho —tal vez un bocata sencillito—, pero no hay nadie en todo el mundo mundial, que ante una visita tan importante, iba a aceptar eso. Está muy bien, por supuesto, que Jesús diga que no hace falta más que una sola cosa; de hecho, era un poco de rigor que lo dijera. Pero no hay nadie que le haría caso. Todos habríamos reaccionado como Marta, procurando agasajar a toda esta comitiva de la mejor manera que podíamos.
¿Por qué, entonces, parece Jesús reñir a Marta y no a María, y al contrario, felicita a María por haber elegido la mejor parte, que no hay quien se la quite? Aquí van algunas ideas:
1. Lo que hace Marta había que hacerlo, está claro. La cuestión es con qué estado de ánimo se hace. Una podía hacerlo con ilusión y alegría. Al final, mientras comen y cuando se levanten de la mesa, a la que van a felicitar y agradecer la buena alimentación que les han servido, lo delicioso que estaba todo, es a Marta, no a María. Si se quedan la noche, a quien van a agradecer el lugar que les han preparado y disculparse por las molestias, es a Marta, no a María. De quien se van a acordar por lo bien que los han recibido en esa población, va a ser Marta, no María.
Todo esto es motivo de alegría, de ilusión. Es emocionante. Sí, es mucho trabajo también, por supuesto. Pero la recompensa será también enorme, en las expresiones de gratitud del Señor y de toda la comitiva que le acompaña.
Pero Marta echaba todo eso a perder por alimentar un sentimiento de resentimiento contra su hermana por no echarle una mano. No digo que estuviera bien que María le dejase todo el agobio a Marta. La vida está llena de situaciones injustas, sin embargo, donde unos hacen de más porque otros hacen de menos. Esto es más o menos inevitable. Ojalá no fuera así. El caso es que por estar tan pendiente de la nula colaboración de María, Marta desperdiciaba la oportunidad única en la vida que se le había presentado, de servir al Señor con ilusión, con gracia, con alegría, y con un inmenso sentimiento de gratitud por el privilegio que esto suponía.
Las mismas cosas se pueden hacer con ilusión, gracia y cariño; o con resentimiento y enfado, malhumoradamente. Marta se había dejado llevar, por las circunstancias, a lo segundo.
2. Puestos a reconvenir a María —o sencillamente pedirle que colaborara con el trabajo— Marta podría haber hablado con María a solas. Lo que escoge, sin embargo, es montar un numerito delante del Señor y los demás huéspedes. El resultado es humillarla, acusarla públicamente de haragana y en absoluto hospitalaria. Y a la vez el resultado es hacer que el Señor y los demás huéspedes se sientan incómodos, violentos, ante la situación doméstica que han creado con su visita.
El verbo griego que he traducido como «se plantó (ante Jesús)» indica una postura de antagonismo contra el propio Jesús, una postura más o menos hostil. El resentimiento contra María se traslada a resentimiento contra la situación entera y —otra vez— el resultado es hacer que los invitados se sientan incómodos. La propia virtud hospitalaria que estaba queriendo ejemplificar Marta, se veía frustrada por hablar de ello a Jesús. Ella podría haberle hecho señales a María de que quería hablar con ella en la cocina; y allí, cerrada la puerta, pedirle que le echara una mano. Pero no, lo que hizo fue humillarla delante de todos, y de paso más o menos culpar a Jesús, expresarse de tal manera que su enfado parecía ser con Jesús tanto como con María.
3. Como en tantas familias, Marta y María parecen padecer de falta de comunicación adecuada. Marta piensa que María tendría que haberse dado cuenta que hacía falta su colaboración.
Aquí me identifico con María, porque con la cabeza en mis cosas, en mis libros y la teología y tal, suelo no darme cuenta de todo lo que hay que hacer en la casa. Estoy dispuesto a colaborar, por supuesto, pero si no me señalan lo que tengo que hacer no suelo darme cuenta. Es un defecto, seguramente, no lo niego. Pero hablándolo, con comunicación fluida y sin esperar a que afloren los resentimientos, aquí estoy para lo que haga falta.
Marta y María necesitaban un poco de eso, seguro que regularmente en su vida. Porque si esto pasó ese día, cabe suponer que hubiera otros días también cuando la despistadilla iba a lo suyo, sin darse cuenta que Marta necesitaba algo de colaboración. No era —no necesariamente— maldad ni falta de disposición. Era tener la cabeza en sus cosas que la apasionaban, como esto de sentarse a escuchar a Jesús hablar.
4. ¿En qué consistía «la mejor parte» que escogió María, entonces? El texto del evangelio no lo dice, pero yo puedo imaginar que era esa sencillez de corazón para entregarse a escuchar al Señor. Cierta inconsciencia, tal vez es verdad, de las responsabilidades de la casa; pero una actitud pura, sencilla, entregada a lo que la apasionaba.
Si Marta hubiera tenido esa actitud y si era lo que de verdad deseaba, bien pudiera haberse sentado también a escuchar a Jesús. Después ellas dos, con prisas y risas por cómo se les había pasado la hora sin darse cuenta, habrían apañado como podían para prepararlo todo. Tal vez Jesús y sus acompañantes habrían echado una mano también, por qué no. Colaborando todos, charlando y riendo, habrían sido momentos memorables.
Pero si lo que Marta quería hacer de verdad era dedicarse a servir al Señor como anfitriona excelente, haber hecho eso también con sencillez de corazón, con alegría… La «mejor parte» de María, entonces, habría sido esa sencillez y alegría de corazón al dedicarse a lo que hacía.
5. Pero en el evangelio de Juan se relata algo bastante diferente aunque con los mismos protagonistas:
Jn 12,2 En aquel lugar le pusieron una cena. Marta les servía y Lázaro era uno de los comensales. 3 Pero María tomó un frasco de perfume de nardo auténtico, carísimo, y mojó los pies de Jesús. Entonces con sus cabellos le secó los pies. La casa se llenó del aroma del perfume. [En los vers. 4-6, Judas se queja del despilfarro.] 7 Pero Jesús respondió:
—Déjala en paz, que vaya haciendo esto anticipándose a mi sepultura.
Juan, entonces, identifica este acto de María con otra ocasión, que Lucas ya había contado en el capítulo 7. En aquella ocasión, según Lucas, una «mujer pecadora en la ciudad», clara alusión a la prostitución, llora y no deja de besar los pies de Jesús mientras los moja con perfume carísimo de nardos y se los seca con sus cabellos. Sobre esa mujer comentó Jesús que a quien mucho se le perdona, mucho ama.
Para Lucas estas dos ocasiones son diferentes, son diferentes las mujeres y es diferente el lugar. Pero a Juan le pareció oportuno hacer de ambas historias, una.
Siguiendo a Juan, entonces, tal vez lo que hubiera en juego al estar María sentada a los pies de Jesús, fuera mucho más intenso que solamente escuchar sus palabras. Si María estaba experimentando el perdón consolador de Jesús, si estaba recibiendo de él una nueva oportunidad para su vida, un nuevo empezar como hija amada de Dios… Si esto es lo que estaba experimentando María, nada extraña que perdiera noción del tiempo y olvidara sus responsabilidades de anfitriona con invitados.
La pobre Marta, que iba a lo suyo como también era necesario, no se estaba enterando. Pero qué miserable, qué fuera de lugar resultaría su contrariedad y su queja, si fuese este el caso. La «mejor parte» de María habría sido, en tal situación, la extraordinaria experiencia de ser perdonada. Esto sería profundísimo, por supuesto. Pero Lucas ya ha indicado que se trataba de dos personas diferentes, dos lugares diferentes, dos ocasiones diferentes.
Lo que sí nos deja este punto, sin embargo, es la idea de que antes de criticar, bueno es enterarse qué es lo que motiva una conducta que nos parece negativa.
My bueno