Comunidad cristiana e individualismo
28 de febrero de 2020 • Lectura: 8 min.
Foto: Connie Bentson
Hay desde siempre una fuerte corriente comunitaria en la forma cristiana de entender la vida.
Se plasmó durante siglos en comunidades monacales. Es fácil exagerar e idealizar la experiencia de convivencia fraternal en monasterios, abadías y conventos a lo largo de los siglos. Hubo abusos de autoridad y manipulación psicológica; situaciones de cualquier cosa menos un auténtico afecto y discernimiento fraternal. Pero el ideal fue siempre someter la propia voluntad a la guía de Dios por medio de la comunidad. Reconocer que el individuo es voluble y puede equivocar fácilmente el camino; mientras que las decisiones en comunidad, no tanto.
El movimiento anabaptista del siglo XVI recibió su impulso inicial con algunos como Miguel Sattler, que fue prior de una abadía antes de abrazar el anabaptismo. Y una de las corrientes principales del anabaptismo fue la huterita, que dio continuidad a la corriente medieval de comunidades monásticas que integraban también familias, que no solamente monjes y monjas célibes. En el huterismo conservan hasta hoy la renuncia a la propiedad privada y al individualismo en todas sus formas.
En las comunidades menonitas aunque no se llegó al extremo de la renuncia de propiedad privada, sí pervivió durante siglos el ideal comunitario. Se entendía que el corazón humano es engañoso, que las decisiones tomadas sin tener en cuenta a la comunidad pueden responder a otras motivaciones que la purísima guía divina.
Uno de los ideales más elevados del movimiento anabaptista original fue el de Gelassenheit. Significa algo así como serenidad o ecuanimidad. Calma, compostura o sosiego interior, pase lo que pase. El ideal anabaptista era entregarlo todo, hasta la mismísima voluntad propia, a la soberanía de Dios. Descansar, por la fe, en la sabiduría y el poder de Dios para dirigir los eventos de la vida, y traernos en el futuro el desenlace de su divina Voluntad.
Era por Gelassenheit que los anabaptistas se encomendaban al martirio, confiando que hay un Dios en el cielo que ve y valora en su justa medida nuestros padecimientos, y los tendrá en cuenta para traer a la humanidad un futuro mejor que el presente.
Era por Gelassenheit que los anabaptistas renunciaban a toda forma de violencia, en particular la violencia armada y la participación en la guerra. Por muy terrible que fuese ningún enemigo, lo esencial era mantener vivos los valores de amor, paciencia, bondad y benignidad cristianos, dejando así que sea Dios mismo que intervenga (si es que le parece justo intervenir).
Esta entrega anabaptista a Dios se expresaba de muchas maneras, pero hallaba también expresión en someter las decisiones más singulares de la vida al visto bueno de la comunidad de hermanos y hermanas de la fe.
Mi madre cuenta en sus memorias cómo ella había sentido desde la adolescencia el llamamiento a las misiones. Tenía una prima, Vera Hallman, sirviendo en Argentina con la misión menonita. Su hermano Guillermo se casó con Beatriz Hershey, hija de una de las dos familias menonitas primeras en esa misión desde 1919; y el joven matrimonio Hallman se disponía a partir para Argentina, a cuya misión dedicarían la vida. Cuando mi madre conoció a mi padre, una de las primeras confidencias que se contaron fue su llamamiento, que cada uno traía desde años antes, a dedicarse a la misión menonita en Argentina.
A mi padre, sin embargo, que era un joven maestro de escuela, su iglesia de Ohio, donde había nacido y crecido, lo llamó al ministerio pastoral. Cuando el pastor anciano le preguntó si estaría dispuesto a considerar ser pastor él, respondió confesándole su vocación a la misión en Argentina, pero dijo que aceptaría ser llamado a ejercer de pastor en su iglesia entre tanto. Cuando mis padres se casaron se instalaron allí y mi padre siguió sirviendo a su iglesia como pastor. La familia (ya había nacido mi hermano mayor) se ausentó durante dos años mientras mi padre estudiaba Biblia y teología en un seminario, pero volvían regularmente muchos fines de semana para continuar con su ministerio pastoral.
Por fin en 1945 la misión menonita propuso a mis padres designarlos para ir a Argentina, con la salvedad expresa de que la iglesia donde ejercía de pastor los dejara en libertad para ello. Relata mi madre, en sus memorias, la siguiente escena:
J. D. Graber (el presidente de la misión) fue entonces a la iglesia Bethel un domingo, para presentarles la cuestión y pedir que liberasen a Frank de ser su pastor. No les fue fácil dar su consentimiento, a pesar de que ya venían sabiendo que tarde o temprano llegaría el día. Cuando llegó el momento de tomar la decisión, Graber pidió que se pusieran de pie los que estaban dispuestos a liberarnos para ir a las misiones extranjeras. Durante un rato largo, nadie se movió. Por fin Amos Aschliman, en una de las primeras filas, se levantó lentamente. Después otro más, y otros hasta que al final todos estaban de pie. Había sido una decisión difícil, pero cumplieron.
Siempre que oí a mis padres hablar de aquel día, era con honda emoción. Estaba claro que ellos no tenían la más mínima duda de que a pesar de todo lo que ellos tenían asumido interiormente que era un llamamiento de Dios sobre sus vidas, la vida de nuestra familia habría sido otra muy diferente si esa comunidad menonita en Ohio hubiese tomado otra decisión.
El libro de la historia de esa comunidad, que se escribió en el centenario de su fundación, relata también ese momento, así como el vínculo que siempre conservaron con mi familia. (No sabría describir lo que he sentido cada vez que he predicado allí, donde mi bisabuelo y mi padre predicaron antes que yo.)
El ideal de sometimiento a la guía de Dios expresada por la comunidad, sin embargo, se ha visto erosionado a lo largo de todo el siglo XX y hasta hoy. Cuando en 1977 nuestra familia nos marchamos de Bragado, en la provincia de Buenos Aires, para servir en la misión menonita en la provincia de Formosa, yo estaba en una comisión pastoral de tres personas. Sinceramente, ni se me ocurrió consultar esa decisión con la iglesia de Bragado: lo comuniqué como cosa ya decidida.
Al año nos trasladamos a Indiana, EEUU, donde acabé mis estudios de teología. Desde tiempo atrás veníamos deseando integrarnos a una comunidad de vida, con unos principios más próximos al anabaptismo primitivo. Así que los años que vivimos en Indiana fuimos parte de una comunidad «radical», donde poníamos en común todos nuestros recursos y vivíamos en casonas que compartíamos grupos de 2-3 familias y varios solteros.
Entonces nos llegó, inesperadamente, la invitación desde Burgos, a unirnos a las comunidades cristianas allí. España no figuraba en nuestros planes, que eran de regresar tarde o temprano a Argentina. Pero el Señor nos fue guiando a aceptar la invitación. Entonces, porque la naturaleza de nuestro compromiso comunitario allí sí que lo exigía, pusimos esta invitación en conocimiento de la comunidad. Les expusimos nuestro sentido interior de llamamiento y rogamos su consentimiento.
No fue tan rápido como la decisión que liberó a mis padres de su iglesia en Ohio. Recuerdo que Jeff Hoover preguntó:
—¿Y si os dijésemos que no, que no nos parece bien que os vayáis de misiones a España?
—¿Y qué vamos a hacer? —respondí—. Qué más remedio que quedarnos aquí con vosotros. Pero entonces tendríais que ministrarnos y sanarnos de un natural sentimiento de desengaño y frustración.
Me parece que tardaron algo así como un año en darnos su consentimiento. Había por supuesto muchas otras cosas que tratar en comunidad donde todos lo sometíamos todo al discernimiento del cuerpo. Unos lo vieron bien desde el principio, otros poco a poco lo fueron asumiendo. Por fin toda la comunidad expresó o estar de acuerdo, o bien no tenerlo claro pero tampoco querer impedir que cumpliéramos con lo que sentíamos que nos llamaba a hacer el Señor.
Para Connie y para mí, venir a Burgos con el consentimiento de nuestra comunidad ha sido una de las decisiones más consecuentes de nuestra vida.
En Burgos hemos vivido experiencias de todo tipo a lo largo de décadas. Hubo por supuesto momentos difíciles, tiempos de frustración, desilusión, relaciones que se echaron a perder… Pero nunca dudamos que Burgos era donde Dios nos quería. Nosotros dos nos podíamos equivocar, por supuesto; pero toda aquella comunidad, estuvimos siempre seguros que no habría podido entender mal la guía del Señor. Armados con esa certeza lo enfrentamos todo, lo superamos todo. Nuestra familia ha sido feliz allí, y creo que Dios ha prosperado nuestro ministerio allí.
Veo con tristeza, entonces, los avances del individualismo en la iglesia. Entiendo que es difícil en nuestro mundo hoy día, donde todo sucede tan de prisa, aguardar con paciencia a que Dios guíe a todo un grupo. Entiendo que si cada miembro somete todas sus decisiones importantes a la comunidad, esta puede eternizar los procesos de discernimiento más allá de lo aconsejable.
También observo que hay personas inmaduras que envenenan los procesos de discernimiento comunitario. Confunden su propia opinión y la guía del Señor, incapaces de distinguir entre una cosa y la otra. Disfrutan del poder que creen que esto les da sobre otros, y no se dan cuenta que de lo que se trata es precisamente de renunciar al poder, no solo sobre sí mismos sino también sobre los demás.
Así que veo que el individualismo tiene ciertos elementos importantes de lógica que lo recomienden.
Pero confieso cierta nostalgia por aquellas ocasiones cuando —aunque sea excepcionalmente, porque afecta a todos— las decisiones personales deban recurrir al consenso de toda una comunidad de hermanos y hermanas que por Gelassenheit se entregan a oír juntos a Dios.
Si miramos con atención el contexto de aquello de que «donde estén dos o tres reunidos, ahí estoy Yo», es precisamente cuando hay que tomar una decisión que afectará a toda la comunidad (Mt 18,20).
Gracias una vez más Dioniso, por los temas que compartes y por la sabiduría que Dios te da para desarrollarlos y que otros podamos disfrutar y aprender de ellos.
En cuanto a la palabra «Gelassenheit»
es correcta tu definición/traducción
-serenidad
-sosiego
-abandono
En este caso en Dios, (lo comparto por tener conocimientos del idioma alemán)
Y respondiendo a la pregunta de David Becerra.
Gracias y bendiciones.
Gracias por tus comentarios sobre Gelassenheit. No creo que se ha escrito en castellano mucho sobre este tema. Aprecié la historia de tus padres y de la experiencia en Fellowship of Hope en ayudarles a discernir la voluntad de Dios.
Cuando nosotros fuimos llamados a regresar a Suecia, fue con la bendición de la comunidad de Barcelona que dejamos Catalunya y nos integramos a la comunidad de la iglesia libre de Jokkmokk. Ahora que llegamos a la edad de la jubilación tenemos que discernir si nos quedamos aquí, o si nos mudamos más cerca a los hijos y nietos. Nos animamos a pedir a la comunidad de aquí a discernir con nosotros cuál será nuestro futuro?
«Gelassenheit» sería algo así como encontrar paz en el silencio de Dios?