Evangelizar en un mundo ateo
29 de enero de 2020 • Lectura: 8 min.
Hace poco, pasando el rato en lecturas según pillaban mi interés, me he enterado del resurgir reciente de una noción que recuerdo que existía en la época de mi juventud. Según yo tenía entendido en los años 60, La Sociedad de la Tierra Plana era un pasatiempo entretenido para filósofos y matemáticos. Algunas personas, de mentes privilegiadas, asumían el reto de imaginar que una falsedad palmaria fuera en realidad cierta. El reto era entonces imaginar cómo eso afectaría nuestra percepción del universo, y el tipo de respuestas matemáticas y lógicas que harían falta para demostrar que lo falso fuese verdad.
La Sociedad de la Tierra Plana
Investigando un poco, sin embargo, hallo que esa idea acerca de qué era esa Sociedad y para qué fines había sido creada, no se ajusta a la realidad. Parece ser que la idea surgió en el siglo XIX a raíz de un experimento cuyo resultado confundió porque quienes realizaron el experimento no conocían el fenómeno de la refracción atmosférica. En pocas palabras, la atmósfera de la tierra genera unos efectos ópticos, como si fuera una lente, que en aquel experimento de 1838 llevó a algunas personas a pensar que la tierra era plana((Puede usted leer el artículo «Bedford Level experiment» en la wikipedia. Está en inglés; si hace falta, léalo con el traductor de Google.)).
Parece ser que esta teoría novedosa de que la tierra no es esférica como se viene sabiendo desde la era de los antiguos matemáticos griegos, halló eco entre ciertas personas devotas al literalismo en la interpretación bíblica.
Me he explayado en otras oportunidades para explicar por qué el literalismo bíblico es un error de fondo que lleva a conclusiones equivocadas acerca de la fe cristiana. No voy a repetir aquellos argumentos aquí(( https://www.menonitas.org/el_mensajero/2015/146/01.html)).
Solo diré que la ignorancia sobre la refracción atmosférica, que llevó a conclusiones equivocadas sobre la curvatura de la tierra, se maridó con los postulados del literalismo bíblico. Así nació la Sociedad de la Tierra Plana. Porque según determinadas interpretaciones literalistas de textos bíblicos, la Biblia afirmaría que la tierra es plana.
Es posible confundir observaciones circunstanciales en nuestros textos sagrados, con realidades absolutas. Pongamos un ejemplo. Si Jesús ascendió al cielo desde Jerusalén, esa dirección desde Jerusalén, «arriba», parecería tener que ser la misma dirección no importa dónde nos encontremos en la superficie de la tierra. La Biblia pone que «ascendió». No que salió hacia el oriente, que es como se vería desde el oeste en una tierra esférica. Desde luego que no hacia abajo, que es como se vería en las antípodas. Así que por cuanto la Biblia no miente, habría que concluir que la tierra es plana. Todo esto está plagado de razonamientos equivocados, pero es casi imposible desenmarañar a los que se enredan así en el literalismo bíblico.
Debate entre científicos y terraplanistas
Fascinado por este fenómeno, por el que personas racionales —sin un pelo de tontos— pueden dar por buenas ideas que desembocan en absurdo, decidí ver un debate de media hora en YouTube, entre científicos y adeptos a la teoría de la tierra plana.
Una cosa muy evidente fue la facilidad con que el debate derivó en impaciencia, en interrumpirse mutuamente para atajar lo que cada cual considera afirmaciones sin fundamento. El moderador tuvo que parar el diálogo en varias oportunidades para enfriar los ánimos y reconducir el debate. Los científicos se impacientan al oír afirmaciones sin ningún tipo de validación científica. Los terraplanistas se impacientan al oír repetir las pruebas científicas que ellos ya han descartado por cuanto «saben» que han sido manipuladas malintencionadamente para confundir.
Los terraplanistas habitan un mundo donde todos los científicos del mundo, todos los gobiernos y las universidades y escuelas, y la sociedad entera, están participando en una conspiración inmensa para encubrir la verdad. Ningún argumento los puede convencer porque todo argumento viene contaminado de origen, por la sociedad que ha conspirado para esconder la verdad. No saben muy bien por qué, cuál es el provecho que derivan de ello todos esos conspiradores. Lo que sí saben es que la conspiración existe y que por consiguiente ninguna prueba que les propongan será digna de fiar.
Los científicos habitan un mundo donde si alguien presenta pruebas falsas, serán rápidamente desarmadas por la multitud de otros investigadores imparciales que las estudiarán. Es el mundo donde cuando, hace uno o dos años, unos investigadores chinos afirmaron haber clonado un ser humano, se tardó muy poco en conocerse el engaño. Confían en la ciencia porque la ciencia tiene incorporada, a sus métodos más esenciales y fundamentales, la capacidad de corregir, seguir investigando, y avanzar hacia conocimientos cada vez más completos.
Al final, como era previsible, en ese debate nadie convenció a nadie.
Los terraplanistas, sin embargo, alegaban «comprender» a los científicos, porque saben lo que es vivir en tinieblas antes de haber visto la luz.
Los científicos por su parte, algunos más que otros, empezaban a «comprender» la telaraña mental en que han quedado atrapados los terraplanistas. Creo que empezaban a entender también lo que era evidente para mí al ver el vídeo: que no hay argumentos lógicos con que penetrar la caparazón de quien se cree iluminado por una verdad que el mundo rechaza.
Paranoia y evangelio
A mí esto me ha llevado a considerar las dificultades especiales que tenemos para la evangelización en medio de un mundo que ya rechaza tal vez mayoritariamente la creencia en Dios.
Sospecho que en el mundo de la antigüedad, cuando todo el mundo creía en dioses, espíritus, magia, y fuerzas sobrenaturales de toda índole, era relativamente sencillo evangelizar con la sencillez superior de proponer un único Dios soberano sobre todo. La superioridad intelectual del monoteísmo era bastante evidente.
Hoy, sin embargo, la propia creencia en Dios no carece de parecidos a la fe en la tierra plana. Alegamos una iluminación especial que nos lleva a creer lo que todo el mundo considera un absurdo sin ningún tipo de fundamentación creíble. Podemos alegar todas las experiencias personales y nuestro convencimiento de la validez de los profetas y apóstoles de antaño para comunicarnos la verdad. Pero visto desde fuera, no dejará de parecer algo extraño. Desde fuera tiene que costar entender por qué alguien iba a querer pensar estas cosas.
A mí la teoría de una conspiración inmensa para esconder «la verdad» de la tierra plana me ha parecido, al oír defenderla, una especie de paranoia, si bien relativamente suave e inocua.
La paranoia es un fenómeno conocido en la psicología humana. Para mí jamás habrá mejor descripción narrada de la paranoia que el «Informe sobre ciegos» de la novela de Ernesto Sábato, Sobre héroes y tumbas. El autor ficticio del «informe» alega haber realizado una investigación meticulosa de la presencia de los ciegos en la sociedad de Buenos Aires. Escondidos tras su ceguera, están en todas partes y vigilan y controlan a toda la ciudadanía y manipulan los hilos de la sociedad. Nadie sospecha de ellos y es por eso que ejercen tantísimo poder, y tan nefasto.
Si a mí la idea de una conspiración para convencer a todo el mundo con la mentira de que la tierra es esférica me parece paranoica, no me cabe duda de que los ateos nos tienen que ver a la gente creyente —a los cristianos practicantes— también como paranoicos. También leves, normalmente inofensivos —aunque no siempre—, pero paranoicos. Creyéndonos iluminados con una verdad que no todos pueden entender, sentimos la misma compasión por los que no creen, que la compasión que sienten los terraplanistas por los que seguimos embaucados con la idea de una tierra esférica.
Si nos apuran, alegaríamos que todo el mundo vive «en tinieblas», cautivos a «Satanás» (el padre de las mentiras), mientras que los cristianos «andamos en la luz» y conocemos la Verdad (así, con mayúscula). No es difícil entender que esto se viera como paranoia de libro. No es difícil comprender por qué los que antes creían firmemente en Dios pero ahora se declaran ateos, son perfectamente inmunes a todos nuestros argumentos y todas nuestras afirmaciones bíblicas y teológicas.
Evangelizar a pesar de todo
¿Cómo vamos a evangelizar entonces, en un mundo lleno de ateos, donde muchos de ellos ya conocen nuestros argumentos porque antes creían en ellos pero ahora están convencidos que existen explicaciones científicas para cualquier cosa que podamos afirmar acerca de Dios?
Aquí es donde yo creo que el elemento esencial de la evangelización tiene que ser «la ciudad asentada sobre un monte»(( Mt 5,14-16.)). La comunidad cristiana.
Un fenómeno harto conocido de nuestra sociedad contemporánea es la soledad. La comunidad cristiana tiene todo el potencial del mundo para ser un lugar de conexión entre individuos solitarios, entre familias que viven aisladas de otras.
Tratándonos auténticamente como hermanos y hermanas, nos reunimos frecuentemente para disfrutar juntos de esos ratos de alabanza y amistad, para recibir también instrucción sencilla acerca de lo que significa amar a Dios y perdonar y servir al prójimo. Antes y después de la alabanza y la predicación interactuamos con honda amistad. Nos saludamos con afecto no fingido, preguntamos entre nosotros por la salud de quien estaba enfermo la última vez que nos vimos, queremos saber si quien buscaba trabajo lo ha hallado. Nos prestamos ayuda mutua en las crisis personales.
Somos grupos dispares, de personas sin otra cosa en común. Extranjeros y naturales del país, de diferentes clases económicas, unos que luchan con adicciones y otros cuya lucha es alimentar a su familia, unos con formación universitaria y otros poco menos que analfabetos. Pero nos une un afecto fraternal sincero que experimentamos porque Cristo ha derramado sobre nosotros su Espíritu de amor.
Quien se acerque, invitado por cualquiera de nosotros, no necesita primero creer lo que creemos para observar y sentir esta amistad, este hondo sentimiento de comunidad. Si hemos sabido tratarlos como nos tratamos entre nosotros, tendrán ganas de volver muy a pesar de que lo que se predica les parezca auténticos disparates.
Aguantarán la predicación porque disfrutan de nuestros cánticos; pero especialmente porque disfrutan de observar y vivir esa comunión, en una generación cuando lo más típico es el aislamiento y la soledad.
Con el tiempo puede ser que adopten algunas de nuestras ideas. Incluso hasta el punto de bautizarse y asumir el reto de seguir a Jesús. Pero no va a ser por palabras persuasivas, sino porque contra el amor y la comunión no hay argumentos. Porque hemos orado por sus enfermos y sus crisis; y sanasen o no, acabara todo bien o no, se han sabido abrazados en su debilidad.
Gota a gota lentamente, mediante la comunidad el amor de Dios irá derritiendo sus resistencias y un día se darán cuenta que no saben muy bien cómo ni por qué, pero ya no les parece tan absurdo que exista Dios ni tan descabellada la idea de Cristo. Un Cristo en quien tal vez no estén seguros del todo si creen, pero al que por lo menos están dispuestos a seguir.