Cuando discrepamos en cuanto a la fe

8 de enero de 2020  •  Lectura: 10 min.
Foto: Connie Bentson

Vuelvo a abordar aquí una de las sugerencias que me han hecho llegar sobre cuestiones que podría tratar en este blog. Aprovecho para llamar la atención otra vez a la posibilidad de hacerme llegar más sugerencias. El tema planteado fue:

Cómo ser cristiano de libre pensamiento en medio de una iglesia dogmática.

Me ha hecho gracia esta forma de proponerme el tema, por la suposición de que yo sería, en efecto, un cristiano de libre pensamiento. No es así como yo querría identificarme y que otros me identifiquen. Bien es cierto que siempre he entendido que, como seguidor de Jesús que soy, vivo en la libertad que me es propia como hijo de Dios, lleno del Espíritu Santo, capacitado por consiguiente para escuchar la voz de Dios y alcanzar mis propias conclusiones.

Soy libre, sí, pero libre de la esclavitud al pecado y a la «vana manera de vivir», como bien dice 1 Pedro 1,18. En cuanto al pensamiento, sin embargo, pretendo someterme rigurosamente a la verdad del evangelio y a la revelación de Dios en Jesús-la-Palabra, subordinando y doblegando mi mente entera a la mente de Cristo.

Dicho lo cual, soy una persona con una educación académica universitaria, que valoro inmensamente los conceptos que me han instruido y que constituyen el acervo cultural del mundo occidental en que vivo. Siempre me han fascinado todo tipo de lecturas.

Primeramente, por interés pero también por obligación profesional durante mis décadas como profesor en una facultad de teología reconocida por el estado español y la Unión Europea, he leído durante toda la vida muchísimos libros de estudio bíblico especializado, y de teología cristiana.

Pero mis intereses son muy variados, y he disfrutado también de leer sobre los descubrimientos científicos y logros tecnológicos en diferentes campos del saber humano, además de interesarme mucho la historia de la humanidad, sus civilizaciones y culturas.

He disfrutado también de leer obras escritas por ateos que atacan el pensamiento religioso, y me he reído mucho con vídeos en YouTube que se burlan de los creyentes, por cuanto entiendo que hay cosas que sostienen muchas personas religiosas, que son francamente estúpidas y muy fáciles de ridiculizar. Siempre me he rebelado contra la presuposición de que por ser creyente en Jesús, debería ser también crédulo para tragarme cualquier majadería, fácilmente manipulable por personas ignorantes que propagan su propia ignorancia como sabiduría espiritual.

Aunque es inevitable reírse de ideas estúpidas, nunca debemos reírnos de las personas. Pablo explica muy cuidadosamente en sus cartas (Romanos 14, por ejemplo) cómo tratar a los hermanos y las hermanas débiles, que viven atrapadas en esclavitud a la letra muerta, que todavía no han aprendido ni comprendido la libertad a la que hemos sido liberados por el Espíritu de Cristo. Los creyentes débiles han de ser tratados con paciencia y misericordia, rogando a Dios que los ilumine con su Verdad y les conceda el don de la sabiduría y el entendimiento.

Hasta aquí, entonces, mi reacción ante la idea de que yo acaso sea un «cristiano de libre pensamiento».

Resumiendo: procuro someter y doblegar todo pensamiento a la mente de Cristo, a la vez que sé perfectamente que la mente de Cristo nos conduce hacia la libertad de la letra muerta, para vivir por el Espíritu. Si Jesús se hubiera ceñido a la letra muerta, es evidente que nadie hubiera sentido necesario apelar a Pilato que lo mandara crucificar. A la vez me veo obligado a reiterar que esa libertad no es libertad para el pecado, sino libertad del pecado para vivir en santidad y justicia delante de Dios.

Iglesias cuya teología uno no comparte

Tengo la impresión de que en otros tiempos la relación entre el creyente y su iglesia era mucho más fácil. Uno nacía, vivía y moría normalmente en una misma comunidad, o por lo menos en una misma iglesia mundial. Si un católico cambiaba de ciudad y parroquia, aunque el cura del lugar tuviera formas diferentes de expresarse, la doctrina iba a ser esencialmente la misma. En países con una iglesia estatal protestante, pasaría más o menos lo mismo. Los pastores de la iglesia estatal, a pesar de las lógicas diferencias personales, siempre se iban a ceñir a la enseñanza oficial de la iglesia.

En Estados Unidos, sin embargo, convivieron desde el principio multitud de «denominaciones» diferentes, y la iglesia que a uno le quedaba más cerca bien podía mantener doctrinas muy diferentes a la iglesia donde uno había recibido su primera formación en el evangelio. La multitud de iglesias diferentes en una misma ciudad se prestaba a que uno pudiera probar varias iglesias con doctrinas muy diversas antes de decidir integrarse en una en particular.

En otros países, como España, han desembarcado una inmensidad de organizaciones misioneras y denominaciones dispares. Además, cualquier persona puede sentirse quién hoy día para invitar a sus amigos y conocidos a reunirse con él o ella, que le reconozcan como pastor o pastora, y crear así su propia «iglesia evangélica» independiente. Si tiene labia y trata bien a la gente, puede congregar a su alrededor un grupo de personas a quienes predica sus ideas personales, alegando que son sana doctrina cristiana. Aunque lo que predica se aparte del evangelio y aunque lo que enseña sea ignorancia.

Podemos así, por los motivos que sean, acabar participando regularmente en la vida de una iglesia con la que no compartimos sin embargo su forma de entender el evangelio. Tal vez nos queda más cerca de donde vivimos, que otra cuya doctrina sí compartimos. Tal vez nos llevamos mejor con su pastor. Tal vez nuestros hijos disfrutan de la Escuela Dominical aquí, o se han integrado al grupo de jóvenes que son para ellos una buena influencia. Tal vez alguien en esta iglesia nos ha acogido con amistad y afecto en un momento difícil. Todos estos factores y otros muchos más, pueden haber influido bastante más que el estar de acuerdo o no con el enfoque de la doctrina que se enseña.

Si uno comparte la enseñanza de una denominación muy minoritaria —como los anabautistas y menonitas en España— es casi imposible coincidir en tener a mano una iglesia de esta estirpe con la que congregarse. No habrá más remedio que asumir lo que hay, reunirse con los hermanos y hermanas que Dios nos haya puesto a mano.

¿Cómo proceder entonces?

1. Dejar de reunirse, pretender vivir la vida cristiana independientemente de la comunión de una iglesia local, es algo que yo jamás me plantearía. No soy capaz de concebir de lo que sería la vida cristiana vivida en solitario, sin la comunión y el roce frecuente y habitual con otros creyentes. Una ascua sola siempre se acaba enfriando y se apaga.

Después de casi medio siglo de ministerio cristiano en iglesias menonitas y anabautistas, y aunque me identifico desde mi niñez con esta rama del cristianismo, en la jubilación nos hemos mudado a un lugar donde no hay ninguna iglesia anabautista. ¿Hemos dejado por ello de congregarnos? No, por supuesto. Si no hubiera iglesias evangélicas entre las que elegir aquí donde vivimos —que las hay— tal vez habría que haber considerado la parroquia católica de nuestro pueblo, o intentar reunir un grupo en el salón de nuestra casa.

Pero no ha hecho falta, porque nos hemos integrado en una de las iglesias evangélicas. ¿Compartimos con ellos todo lo que creen y enseñan? Supongo que no, aunque tampoco hemos querido preguntar ni profundizar en ello. Lo que nos ha importado son las relaciones personales, la honda amistad y respeto mutuo, y en este caso influye mucho también el hecho de que una hija nuestra y su familia pertenecen a esta iglesia desde que empezó.

Después de dos años nunca me han pedido que predique, por lo que supongo que tampoco lo harán en el futuro. No sé por qué, ni me importa; tal vez sea que se imaginan que mi forma de entender el cristianismo no coincida exactamente con la suya. A mí me trae sin cuidado. Lo importante para nosotros aquí es la comunión, la amistad, el sentimiento de pertenencia a la familia de seguidores de Jesús.

Ahora bien: en el caso concreto nuestro, también hemos conservado el vínculo con nuestra iglesia anabautista de toda la vida, con las personas a quienes amamos entrañablemente al cabo de tantos años. Asistimos allí un domingo de cada tres; un viaje de dos horas. Además —por si interesa— conservamos nuestra membresía en aquella iglesia y sigo predicando con cierta regularidad allí. Repartimos nuestros diezmos entre ambas iglesias, lo cual en ambas es sabido.

2. Aceptar sin rechistar ni criticar. Cuando por los motivos que sean participamos en una iglesia local, es para apoyarla y apoyar su testimonio y ministerio en el mundo.  Es para aceptar cómo son y amarles fraternalmente tal cual el Señor los guía. Nadie debe integrarse a una iglesia con el propósito de cambiarla, transformarla en lo que no es, modificar su doctrina y sus prácticas.

Tal vez con el tiempo, con la confianza mutua y el roce constante, haya cosas que cambien. Pero será porque sus líderes entienden que deben cambiar, porque el Espíritu de Cristo los impulse a adoptar esos cambios. Pero no porque nuestra intención haya sido desde el principio fomentar esos cambios.

Integrarse en una iglesia pero con la intención de cambiarla, solo puede generar tensiones, desconfianza, y falta de satisfacción mutua. Uno se sentiría frustrado e insatisfecho porque no lograría imponer los cambios que considera necesarios. El liderazgo de la iglesia, por otra parte, se sentiría traicionado y cuestionado, sentiría rechazo en lugar de apoyo en su duro llamamiento al ministerio cristiano que el Espíritu Santo les ha encomendado. Si las diferencias eran de verdad tan importantes como para que sintamos la obligación moral y espiritual de impulsar cambios, tal vez lo más honesto hubiera sido dejarles en paz y procurar hallar otro grupo con quienes teníamos más en común.

A raíz de la presencia en internet de la web Cristianismo anabautista, a veces he recibido emails de personas que preguntan dónde podrían tener una iglesia anabautista cerca, o preguntan si tenemos intención de abrir una en la ciudad donde viven. Siempre les he animado a integrarse de buena fe en una iglesia que tengan a mano. De buena fe, que no con la intención de transformar su teología en algo parecido a lo que leen en nuestra web.

Naturalmente, si el liderazgo de esa iglesia es de los que obligan al pensamiento único, si no toleran que las personas piensen por cuenta propia y abracen convicciones diferentes, esto será muy difícil. Entiendo que sería desesperante, tal vez imposible, aguantar los ataques frontales y críticas de un liderazgo que no acepta que uno entienda algunos aspectos de la fe cristiana de otra manera a la suya.

Gracias a Dios no son todos así. Gracias a Dios hay muchos líderes que se sienten lo bastante seguros en Dios como para predicar lo que creen sin tener que machacar a sus oyentes cuando en silencio, discretamente y sin discutir ni crear situaciones incómodas, sin embargo creen en Dios de otra manera. Si no les creamos nosotros problemas, los líderes sabios y espirituales no tendrán por qué creárnoslos a nosotros tampoco. Ahora si no son sabios y espirituales, otro gallo cantaría.

Difícilmente aceptaría yo como pastor mío a nadie que no permita a sus miembros ejercer su propio discernimiento espiritual que es nuestro patrimonio como hijos de Dios. Y sin embargo eso no justificaría empezar a crearle problemas; sería señal, en todo caso, de que toca marcharse discretamente y buscar comunión en otra iglesia, con otro tipo de pastor.

Porque el Señor no nos llama a la disensión, a la discordia, a fomentar división, a entorpecer el ministerio y testimonio de nadie. Nos llama a fomentar la paz, la armonía, la bendición y el amor fraternal.

3. Un talante servicial. Recuerdo una situación hace mucho (prefiero ni acordarme cuántos años ya), cuando me encontraba en una ciudad y participando con un grupo que no cuadraba con lo que yo entendía que debía ser mi iglesia local. Hablé con un pastor bastante mayor y con mucha sabiduría, y le comenté mi sentimiento de frustración. Me dijo:

—Dionisio, creo que enfocas mal la cuestión. Debes considerar que tal vez no estás en este grupo por lo que el grupo puede aportarte a ti, sino porque es el sitio donde Dios quiere que tú sirvas, por lo menos por ahora. Si Jesús se describió a sí mismo como sirviente, no puedes tener tú mayor aspiración que la de servir. Por muy insatisfactoria que te parezca esa comunidad, siempre tiene que ser posible encontrar alguna manera de servir a esos hermanos y hermanas. Algo tienes que poder hacer para contribuir a la vida y testimonio de ese grupo.

Resultó ser la palabra de sabiduría divina que necesitaba oír. Cambié de actitud. Busqué dónde podía encajar, qué servicio podía prestar a los demás. Cuanto más servía, más cómodo me sentía en el grupo.

Entiendo que si hay discrepancias fuertes, de mucho calado en cuanto a los conceptos que se predican; si la doctrina que se enseña realmente chirría con lo que uno cree, tal vez ni siquiera con una actitud de servicio será posible sentirse cómodo en un grupo. Lo que sí tengo claro, sin embargo, es que en tanto que el Señor no nos lleve a otra parte o a integrarnos a otra comunidad cristiana diferente, nuestra actitud allí donde estemos tiene que ser la de sirvientes, la del último mandado en el escalafón, el primero dispuesto y voluntario para servir a los demás.

1 comentario en «Cuando discrepamos en cuanto a la fe»

  1. Me parece muy bonito el espíritu conciliador del texto. Especialmente, porque he escogido «bienaventurados los pacificador es» como mi versículo del año. No obstante, tengo un par de pequeñas objeciones. La primera es que habla de un espíritu ecuménico /interdenominacional, pero menciona el ir a una parroquia católica como si fuera algo un poco menos deseable. Sinceramente, yo también crecí en una familia evangélica (de corte pentecostal), aunque debido a la deriva cada vez más a la derecha/fundamentalista de muchas iglesias evangélicas, cada vez me siento más cómodo en muchos círculos católicos (y aún mejor en ecuménicos), a pesar de mi reticencia a aceptar ciertos dogmas (que en los grupos de base, he de decir, tienen poca importancia). En fin, no me queda muy claro por qué es mejor ir a una iglesia evangélica muy cerrada y no pasarlo bien, si tienes la oportunidad de involucrarte en una parroquia más progre.

    Mi segunda objeción es un poco más complicada. De verdad, que me parece muy bonito el espíritu de hermandad y de buscar la unidad, y el animar a integrarse en otras iglesias evangélicas. Sin embargo, he de señalar que es una situación un poco idealista poque el autor está en una posición algo privilegiada (y no lo digo como algo malo). Dice ser hombre, de cierta edad, casado (y heterosexual), abuelo, pastor retirado, deduzco que de clase media, blanco… El problema es que eso de ir a cualquier iglesia e integrarnos no está tan a la disposición de todos. Desde mi experiencia como persona creyente y LGBTQ + he recibido (y sigo recibiendo) muchísimo rechazo por otros evangélicos en cuanto saben de mi condición. Debido al creciente clima de homofobia dentro del mundo evangélico (que parece ser el nuevo shibboleth de la ortodoxia), es muy difícil encontrar un espacio no solo en el que no me exorcicen segun entro, sino en el que no me sienta menospreciado y me vea seguro. Bastante daño me ha hecho la gente de la iglesia (y muchísimo más a otros amigos LGBT de familias cristianas, que han acabado con gravisimas secuelas psicológicas) como para ir a otro sitio en el que me recuerden lo «repugnante» y «abominable» que soy. ¡Buena suerte buscando ese sitio! Pero más allá del tema LGBTQ, gente que ha sido «puesta en disciplina» en su iglesia, lo va a tener crudo para ir a otra de la misma denominación si está en otra ciudad (aunque sinceramente, tampoco creo que les queden ganas). Tampoco lo tienen tan fácil las madres solteras, o los hermanos con menos recursos y extranjeros (sobre todo si no hablan bien castellano, hablo desde la experiencia de un extranjero ). O personas con alguna discapacidad (ej. un sordo, o una persona con una condición psiquiátrica que le vuelva suicida de vez en cuando, como los borderline… En muchas iglesias el suicidio es pecado pecadisimo!) De verdad que no quiero menospreciar el trabajo de Dyonisio, y quiero asumir que lo ha escrito con las mejores intenciones y amor. Simplemente, quería remarcar que no lo es tan fácil para mucha gente. ¡¡Y de verdad, muchas gracias por este artículo, es muy necesario!!

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