¿Por qué fidelidad?
18 de febrero de 2019 • Lectura: 6 min.
Foto: Connie Bentson
Un día este verano pasado (de 2018) estaba sentado en mi butaca del salón de casa descansando, medio dormitando. Estaba con las náuseas terribles y malestar general de la quimioterapia, aunque gracias a Dios siempre animado y convencido de que conseguiría sobrevivir. Como hasta hoy. Para distraerme y edificar mi espíritu, busqué en YouTube una colección de vídeos de adoración con cánticos espirituales gospel de iglesias afroamericanas. Hallo algo hondamente honesto en los cánticos de estos descendientes de esclavos que hasta hoy tienden a sufrir muy desproporcionadamente en Estados Unidos.
De repente la letra de uno de esos cánticos me bañó de lágrimas las mejillas. Era la primera vez que oía esa canción. El estribillo decía y repetía algo así como: «Cuando me encuentre en la presencia de mi Señor, lo único que quiero oírle decir es: “Bien hecho, buen siervo y fiel”».
El año pasado se me juntaron la jubilación y un cáncer, y con ello una honda reflexión acerca del sentido de mi vida, lo conseguido o no a lo largo de mis años, la valoración general que pudiera quedar de mi tránsito por esta tierra. Y esa canción me emocionó porque me hizo presente la realidad de que solo hay una evaluación de mi vida que cuenta: la de mi Señor, mi amo, mi dueño, el que me creó para sus propósitos, para bendecirme él y ser bendecido él por mí, en esta maravillosa relación de mutuo amor.
Si hay algo que anhelo en la vida, es que él me declare fiel. Fiel a su persona, fiel a sus propósitos para mí, fiel en mi conducta y mis actitudes, fiel en mis palabras y mis pensamientos.
Quien conozca mi forma de pensar ya sabe que, conocedor de que la palabra griega pistis se traduce habitualmente como «fe» pero significa igualmente «fidelidad», tiendo a buscar la forma de traducirla como «fidelidad» siempre que ello no fuerce demasiado el significado de las frases del Nuevo Testamento. No porque piense que el concepto de «fe» no sea traducción correcta, sino para observar cuál es el efecto en la frase si se entiende como «fidelidad». Por cierto, en el latín es como en el griego; y de la misma palabra fides tenemos en castellano «fe» y «fidelidad». No es lo mismo traducir que somos salvos «por la fe [entiéndase creencia, el acto humano de creer] en Cristo», que «por la fidelidad de Cristo». Esto último es lo que Pablo escribió y pienso que quiso decir [Ro 3,22; Ga 2,16; 3,22].
Jesús fue fiel. Fue fiel con el Padre y fiel con nosotros, la humanidad perdida. Y es porque Jesús fue como fue y vivió y murió como lo hizo y nos enseñó las cosas que nos enseñó y nos dejó ejemplo para que le siguiésemos, que somos salvados de «nuestra vana manera de vivir» [1 P 1,18]. Una manera de vivir que nos amarga la existencia, arruina nuestras relaciones con el prójimo, y nos aleja de Dios, su amor y su perdón. Pero Jesús fue fiel. Y por eso vivimos llenos de esperanza e ilusión.
Rasgos de personalidad
Connie, mi esposa, se aficionó hace muchos años al eneagrama, un método de reconocimiento de las tendencias psicológicas en las personas. El eneagrama no solamente nos clasifica según nuestra manera de ser, sino que tiene una capacidad notable de predecir en qué aspectos vamos a madurar —si es que maduramos a lo largo de la vida— o degenerar y retorcernos. Yo nunca di tanto crédito, o no puse tanto interés, en el eneagrama como ella, pero me familiaricé un poco con ello por seguirle la corriente. Parece ser que soy un «5» de libro, fichado e inconfundible como típico soñador que vive en su torre de marfil y prefiere el mundo de las ideas y los libros, a los retos de la vida práctica.
Pero resulta que según el eneagrama cada persona, además de sus rasgos más esenciales, tiene un «ala» a cada lado en el bosquejo del eneagrama, que en mi caso me daría algunos de los rasgos típicos de la personalidad «4» y también de la personalidad «6». Mi «ala 4» explicaría mi enorme afición a la música, mi creatividad musical y gráfica, creatividad e imaginación y capacidad para la innovación. Sabe mi iglesia en Burgos que cuando acompaño las alabanzas de la congregación con mi violín o con mi viola, a veces toco la melodía; pero las más de las veces estoy improvisando todo tipo de contramelodías y adornos y cosas nuevas que nunca se repiten de igual manera.
Pero mi «ala 6» sería la de las personalidades que se destacan por la fidelidad, la importancia que dan a no defraudar ni desengañar ni traicionar. No traicionar a las personas ni traicionar el legado recibido de nuestros mayores. Cuanto más mayor me hago, más se afirma este aspecto de mi personalidad.
Cada libro que publico —no tanto cada artículo aunque a veces también— echo a faltar a mi padre, Frank Byler, que fue mi primer pastor durante la niñez y juventud, a quien hasta tuve de profesor de Nuevo Testamento en el seminario menonita de Montevideo (en los años 60 del siglo pasado). Echo en falta poder conversar con él sobre lo que he pensado y escrito, porque me hubiera interesado saber qué pensaba él de estos conceptos. Mientras vivió fuimos grandes amigos para hablar sobre la iglesia y sobre la Biblia y a él le encantaba leer mis libros y conversarlos conmigo.
Me parece que lo que echo a faltar en todo esto en relación con mis escritos, no es tanto su aprobación, que nunca me faltó. Lo que quisiera es poder demostrarle una vez más hasta qué punto he sido fiel con lo que aprendí de él, aunque lo he desarrollado en otras direcciones y otras formas que me imagino que él jamás hubiera soñado.
Mi abuelo materno, Eli S. Hallman, nacido en Canadá en 1872, fue obispo menonita durante las primeras décadas del siglo XX. No tengo recuerdos de él. Nací en Argentina y murió él en Norteamérica siendo yo muy niño. Pero echo en falta haber podido conversar con él sobre la iglesia que él tanto amaba y yo tanto amo y que tanto ha cambiado desde su época a la mía. Conversar con él sobre la Biblia y el evangelio. Conversar con él sobre lo que ha significado para él y para mí —cada uno en su generación— ser seguidores fieles de nuestro Señor Jesús. ¿Y por qué echo eso en falta? Por lo mismo. Por el deseo de que él hubiera podido enterarse que su testimonio y su vida, trasmitido a través de su hija Anna a mí, no ha caído en saco roto. Que en mi persona ha hallado alguien que se conserva fiel a su legado de amor a Dios y amor a la iglesia.
Algo parecido me pasa en cuanto a mi bisabuelo paterno, Christian H. Byler, que nació en 1855 y fue pastor de una iglesia menonita en Ohio. Quisiera poder asegurarle que hasta bien entrado el siglo XXI, aquí seguimos fieles. Fieles al cometido de servir a Dios y a la iglesia. El testigo ha pasado de mano en mano, de generación en generación, y nos hemos mantenido fieles.
Fieles a Dios y fieles a nuestro legado como herederos de un árbol genealógico de personas que han entregado sus vidas al servicio de nuestro amado Señor.
Ya noto que poco a poco se me suman los años y aunque no me veo viejo, seguramente son muchos los que me consideran anciano. ¡Nuestros nietos, desde luego que no albergan la más mínima duda de que somos de una ancianidad y decrepitud insondable! Anhelo para ellos, para mis hijos y nietos y generaciones posteriores, que sigan fieles, que conserven en alto el testimonio que heredaron de sus antepasados. Que se conserven fieles, ante todo, al Señor Jesús. Que pongan en él su esperanza y hagan de imitarle a él el lema de sus vidas.
Fidelidad.
Va a ser ese el encabezamiento de este blog. Una serie de artículos que se sabe cuándo y cómo empieza, pero que solo Dios sabe hasta cuándo y de qué manera seguirá.