En las diferentes tradiciones protestantes o evangélicas, la máxima autoridad para sus doctrinas y su práctica está en la Biblia. Pero ¿cómo funciona esa autoridad? ¿Cómo ejerce autoridad hoy una colección de textos escritos hace miles de años? La única forma de que un texto escrito pueda servir como autoridad para una comunidad de fe, es que haya quien lo lea y lo interprete. La intermediación de lectores e interpretes autorizados por la comunidad, es indispensable para la propia autoridad del texto. Pero ya antes en el tiempo, tuvo que haber personas a quienes se reconoció autoridad para determinar cuáles textos la comunidad de fe iba a considerar sagrados. En el medio del libro figura una breve novelita que procura imaginar cómo harían los cristianos para mantener viva su fe si repentinamente se vieran privados de la Biblia en una persecución mundial. Naturalmente, harían lo que Jeremías cuando el rey destruyó el rollo con sus profecías: Volver a escribir más o menos las mismas cosas… y unas cuantas más, por añadidura. Para después abordar un largo y difícil proceso hasta que estos escritos nuevos hallaran una aprobación consensuada por parte de todos los cristianos. A partir de esta ficción, Byler entra a explicar cómo en efecto se redactaron los libros de nuestra Biblia y llegaron a ser reconocidos universalmente por los cristianos. La Biblia cristiana contiene un Antiguo Testamento que sin desprecio de su valor como textos sagrados, los cristianos consideraron insuficientes hasta no haber añadido nuestro Nuevo Testamento. Esto es porque el recuerdo de la persona de Jesús ejerce una presión sobre todos los textos anteriores, brindando la clave esencial para su utilización en la Iglesia cristiana. Pero la persona de Jesús tiene también esa misma función con respecto al Nuevo Testamento, como explica Byler en su reflexiones sobre el libro de Apocalipsis. Porque en la propia Biblia, es Jesús quien se conoce como «la Palabra».
|
||||||||
|