Colección de lecturas
 

PDF La Iglesia Cristiana Discípulos de Cristo

La fe en la periferia de la historia
por Juan Driver
Copyright © 1997 Ediciones SEMILLA (Guatemala) y CLARA (Colombia)
Reproducido aquí con permiso.



Capítulo 18.

La Iglesia Cristiana Discípulos de Cristo

Como los primeros discípulos se reunieron el primer día de la semana para partir el pan; acordaron que en esto, al igual que en todo lo demás, debían seguir el ejemplo de las iglesias primitivas, siendo guiados y dirigidos sólo por las Escrituras. La introducción de esta práctica implicaba una marcada aproximación al orden y disciplina de la Iglesia primitiva . … Cuando esta pequeña manada fue llevada a considerar más atentamente al orden de las iglesias primitivas, encontraron que en todas ellas había una pluralidad de ancianos. … De esta manera el orden de las iglesias primitivas llegó a establecerse progresivamente a medida que iba creciendo su comprensión de las Escrituras. (Memoria de Juan Glas, XLI [1].)

Nuestro deseo, para nosotros mismos y para nuestros hermanos, sería que, rechazando toda idea de que las opiniones humanas y los inventos de los hombres tengan autoridad, o lugar en la Iglesia de Dios, podamos cesar definitivamente nuestras contiendas en torno a estas cuestiones, y volver a la norma original y mantenemos firmemente en ella: tomando sólo la Palabra divina como nuestra regla; El Espíritu Santo como nuestro maestro y guía que nos conduce a toda verdad; y Cristo solo, tal como la Palabra lo presenta para nuestra salvación —para que, al hacerla así, podamos vivir en paz entre nosotros, seguir la paz con todos los hombres, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. (Tomás Campbell: Declaración y discurso [2].)

La Biblia sola, y únicamente la Biblia, en palabra y en hecho, profesada y practicada; sólo así se podrá reformar al mundo y salvar a la Iglesia. (Alejandro Campbell: El sistema cristiano [3])

El movimiento cristiano-discípulos surgió a principios del siglo XIX en los Estados Unidos, como consecuencia de una convergencia de dos corrientes tributarias restauracionistas: una de origen europeo y la otra estadounidense. Tomás y Alejandro Campbell, de origen escocés-irlandés, fueron los principales instrumentos para la transmisión de la primera corriente. La segunda se originó en los movimientos de origen bautista y metodista, fuertemente influenciados por el extraordinario avivamiento evangélico, producto del «Gran Despertar» que conmovió a las iglesias en las colonias inglesas americanas en el transcurso del siglo XVIII. Esta segunda corriente se consolidó en plena zona fronteriza en los estados de Kentucky y Ohio, mediante una serie de campañas de evangelización (Camp Meetings). Tales reuniones condujeron a la formación de una nueva agrupación de congregaciones cristianas, especialmente adaptadas a una situación de precariedad social, característica de la sociedad rústica y marginada en la frontera.

Trasfondo británico del movimiento [4]

Hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX, surgieron en Gran Bretaña un número considerable de pequeños movimientos que apelaron al ideal de una restauración de las prácticas, culto y formas de organización halladas en la comunidad apostólica primitiva. Esta preocupación restauracionista se re­fleja hasta en los nombres con que se identificaban —Hermanos, Iglesia de Cristo, Discípulos—, etc. En medio de un cristianismo cuya fuente de autoridad se hallaba más en las tradiciones eclesiásticas que en la revelación escritural, cuyos credos eran demasiado complicados, donde la teología tendía a ser cada vez más altamente especulativa, donde el culto era formal y a los ministros les interesaba más el prestigio y el poder que el servicio, esta visión primitivista resultaba atractiva.

Uno de estos movimientos fue iniciado por Juan Glas (1695-1773), un ministro de la Iglesia presbiteriana escocesa establecida. En su lectura bíblica llegó a la conclusión de que en el Antiguo Testamento el pueblo de Dios y el estado de Israel eran idénticos, pero en el Nuevo Testamento la Iglesia era una comunidad netamente espiritual. En 1728 abandonó su puesto en la iglesia establecida, para formar una congregación independiente. Su visión era la restauración de las prácticas neotestamentarias primitivas.

Roberto Sandeman (1718-1771), el yerno de Glas, continuó la renovación comenzada por su suegro. La característica principal del movimiento era el deseo de restaurar las formas y las prácticas de la Iglesia primitiva neotestamentaria. Fomentaba la celebración semanal de la mesa del Señor, el ósculo santo entre los cristianos, ágapes fraternales, ofrendas benéficas semanales para los pobres, la amonestación fraternal entre los miembros y la comunidad de bienes. Las congregaciones eran independientes en su gobierno y las responsabilidades del ministerio eclesial recaían en manos de obispos, ancianos y maestros. Algunos de sus colegas en el movimiento en Escocia, a través de su propio estudio bíblico, llegaron a la convicción de que el bautismo debía ser por inmersión y sólo para creyentes. El grupo se denominó, «bautistas escoceses antiguos». En el movimiento iniciado por Glas y Sandeman probablemente no llegaron a formarse más de unas veinte o treinta congregaciones en Gran Bretaña y en las colonias de Nueva Inglaterra. Pero sus ideas ejercieron una influencia importante sobre otros movimientos similares.

Otro movimiento similar al de Glas y Sandeman fue iniciado por los her­manos Haldane, Jaime Alejandro (1768-1851) y Roberto (1764-1842). Eran laicos influyentes en la Iglesia de Escocia. Les preocupaba la teología racionalista, el formalismo y la vida estéril de la Iglesia. Tras una profunda experiencia espiritual, rompieron sus relaciones con la iglesia establecida en 1799 y formaron una iglesia independiente en Edimburgo. Por un tiempo se dedicaron a fomentar la predicación evangelística con miras a una renovación de la Iglesia. Con esa finalidad en mente organizaron una escuela bíblica en Glasgow para formar jóvenes de condición humilde para el ministerio e invitaron a predicar en Escocia a un renombrado evangelista inglés, Rowland Hill (1744-1833).

En su congregación en Edimburgo instituyeron una serie de medidas a fin de restaurar el cristianismo primitivo en su propio contexto. Asumieron la independencia congregacional como el orden neotestamentario para la Iglesia. Comenzaron una celebración semanal de la Cena del Señor. Un poco más tarde se convencieron de que el bautismo por inmersión correspondía a la visión neotestamentaria y abandonaron la costumbre de bautizar a los niños. Todo esto lo hacían porque pensaban que una auténtica reforma de la Iglesia requería una conformidad exacta a las enseñanzas y prácticas apostólicas. Este énfasis sobre la restauración de un orden primitivo sería recogido por muchos movimientos de renovación, tanto en Gran Bretaña como en Norteamérica, en los primeros años del siglo XIX, entre estos estaba el Movimiento Cristiano-Discípulos.

Dos ministros irlandeses —del ala presbiteriana separatista— fueron cla­ves en la introducción de esta visión restauracionista en los Estados Unidos: Tomás Campbell (1763-1854) Y su hijo Alejandro (1788-1866). El padre de Tomás había sido católico romano en su juventud y se pasó a la Iglesia Irlan­desa (anglicana) pues la encontró más ajustada a las enseñanzas bíblicas. Por su parte, Tomás se unió al movimiento presbiteriano separatista, porque encontraba la Iglesia de su padre carente de auténtica espiritualidad y celo evangélico, y desde 1798 comenzó a servir como pastor en una congregación separatista. Era una época de violencia sociorreligiosa en el norte de Irlanda, los protestantes militantes —organizados en sociedades secretas— intentaron expulsar a los católicorromanos de Ulster. En la oscuridad de la noche, militantes anónimos irrumpían en las casas particulares para buscar armas escondidas. Grupos protestantes armados atacaban aldeas católicas en las altas horas de la madrugada. Por su parte, los católicos organizaron sus propios grupos paramilitares para defenderse. Esto condujo a una rebelión irlandesa contra los ingleses en 1798. Aunque en 1801 la paz fue parcialmente restaurada, persistía un ambiente de mutua sospecha y malestar social. Frente a esta situación, Tomás Campbell se opuso a la formación de sociedades secretas y al uso de la violencia contra las personas de convicción religiosa diferente. Así mismo, se opuso a toda manifestación de intolerancia y violencia sectarias.

Varias corrientes contribuyeron a la formación sociorreligiosa de Tomás Campbell. En principio, la congregación independiente en la que participaba era notablemente abierta en su actitud hacia otras visiones y corrientes espirituales presentes en Gran Bretaña. Entre estas estaba la nueva corriente restauracionista representada por el movimiento de Glas y los hermanos Haldane.

Una segunda influencia en la vida de Campbell resultó de las noticias del nuevo estilo «evangélico» de predicación libre, introducido por Whitefield y Wesley, y continuado por Rowland Hill y otros en su época. Esto sirvió para despertar su interés en una evangelización más auténticamente popular. El énfasis de estos movimientos sobre la restauración de un cristianismo neotestamentario aumentó su estima de las Escrituras como base adecuada para la organización y la unidad de la Iglesia.

Una tercera situación que afectó profundamente a Campbell fue el espíritu sectario que caracterizaba a la sociedad irlandesa de la época. Tomás había sido influenciado por los escritos del filósofo inglés Juan Locke, que animaba a las autoridades seculares a tolerar plenamente a los grupos religiosos disidentes, aun habiendo una iglesia establecida, y a los grupos religiosos a ser más tolerantes ante la pluralidad de opiniones y prácticas en su seno. Defendía el derecho del individuo a elegir libremente su afiliación religiosa y expresar su fe. Sin embargo, las diferencias profundas siguieron produciendo amargura entre las denominaciones y divisiones entre los grupos presbiterianos. Tomás tomó iniciativas personales a fin de resolver los conflictos entre varios grupos, pero no logró su objetivo.

Tras estos esfuerzos infructuosos en su búsqueda de la unidad, y con proble­mas de salud, en 1807 Tomás Campbell decidió emigrar al Nuevo Mundo con la idea de trasladar también a su familia en el futuro. Era una época de mucha migración entre familias de origen escocés-irlandés debido a la turbulencia política, las disensiones religiosas, y la opresión económica a manos de los grandes terratenientes; situaciones que hacían la vida casi imposible para muchos.

A su llegada al Nuevo Mundo, Tomás Campbell se dirigió al condado de Washington, en la parte occidental de Pennsylvania. Esta área había sido colonizada principalmente por inmigrantes de origen escocés-irlandés de confesión presbiteriana. La mayoría pertenecía a la Iglesia oficial de Escocia, aunque existía una minoría de congregaciones separatistas, como en el caso de Campbell. Debido a la escasez de ministros presbiterianos en la frontera estadounidense, Campbell frecuentemente fue invitado a predicar en las congregaciones de todas las agrupaciones.

Él lamentaba las facciones dentro de la Iglesia presbiteriana en Irlanda. Pero pronto descubrió que las congregaciones presbiterianas transplantadas en la frontera estadounidense eran aun más exclusivistas e intolerantes que las de Escocia e Irlanda. Invitado por una de las congregaciones para presidir la celebración de la Cena del Señor, Campbell notó la presencia de personas de varias de las ramas presbiterianas que no habían podido participar de la mesa del Señor en muchos años. Su espíritu pastoral y abierto le llevó a incluirlos en la celebración eucarística. Por esta acción fue acusado de herejía por el presbiterio y se le suspendió el derecho de predicar en congregaciones presbiterianas por tiempo indefinido. Todos sus intentos de apelar la decisión resultaron infructuosos y quedaron suspendidas sus relaciones con el Sínodo Asociado Presbiteriano de América.

No obstante, persistió en la predicación y la celebración de la mesa del Señor en círculos de amigos y conocidos. El tema que recurría vez tras vez en su predicación era la unidad cristiana con base en la Biblia. «La regla, mis estimados oyentes, es ésta, donde hablan las Escrituras, hablamos nosotros, donde guardan silencio las Escrituras, nosotros guardamos silencio» [5]. Con base en esta convicción, Campbell llegó a proponer en agosto de 1809 la organización de «La Asociación Cristiana de Washington», a fin de fomentar la unidad entre las iglesias cristianas. El grupo organizador decidió construir una casa para la celebración de cultos y la predicación y pedir a Campbell la articulación de una visión que incluía los objetivos y la organización de la agrupación. Esta fue la ocasión de su Declaración y discurso, cuyos principios básicos eran: el derecho de cada individuo a formar su propia opinión; la autoridad exclusiva de las Escrituras; el carácter nocivo del sectarismo; y la unidad cristiana basada en una conformidad exacta con la Biblia [6].

Mientras tanto, su hijo Alejandro permaneció en Irlanda con su madre y seis hermanos menores. Un año más tarde, Tomás mandó a traer a su familia. Se embarcaron el día primero de octubre de 1808, pero sufrieron naufragio en la costa escocesa, y tuvieron que permanecer casi un año más en Escocia. Alejandro, aprovechando su estadía en Glasgow, tomó estudios universitarios. También estuvo en estrecho contacto con el movimiento iniciado por los hermanos Haldane y esta relación habría de influir poderosamente en el desarrollo de su visión. Grenville Ewing, el director de la escuela bíblica para la formación de predicadores laicos, fundada por los Haldane en Glasgow, llegó a ser amigo íntimo de Alejandro. Su visión de un cristianismo puro, sencillo y evangélico, en el que serían superadas las divisiones basadas en los credos y actitudes sectarias, resultaba atrayente. Enfatizaba cada vez más, una restauración exacta de las prácticas y formas de organización de la Iglesia primitiva. Mediante los escritos de Glas y Sandeman y las conversaciones con Ewing y los hermanos Haldane, Alejandro iba formando una visión de reforma radical sobre una base estrictamente bíblica: gobierno congregacional; un ministerio libre de los tradicionales derechos y privilegios clericales; pluralidad de ministerios en la congregación; celebración semanal de la Cena del Señor; y la fe como respuesta al testimonio escritura!.

Durante ese año, Alejandro se sentía cada vez más intranquilo dentro de la Iglesia presbiteriana, aun en su rama separatista, y mucho más cómodo en los círculos independientes, como el grupo de Sandeman en Glasgow. Además, la visión articulada por el filósofo Juan Locke, sólo aumentaba su inquietud. «La Iglesia de Cristo debe hacer, como condiciones para participar de su comunión, esas cosas, y solamente esas cosas, que el Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras ha declarado expresamente que son necesarias para la salvación» [7].

Cuando la familia Campbell pudo finalmente embarcarse hacia el Nuevo Mundo —en agosto de 1809— Alejandro se hallaba más comprometido con la visión independiente, y no con la presbiteriana separatista en que había crecido. Cuando se encontró con su padre descubrió que él también —por otro camino— había pasado por el mismo itinerario espiritual para llegar a una visión restauracionista de la Iglesia.

Los esfuerzos de la «Asociación Cristiana de Washington», organizada para fomentar la unidad entre las agrupaciones cristianas, resultaron infructuosos, y en mayo de 1811 la «Asociación» se constituyó en iglesias de gobierno congregacional. Los Campbell, padre e hijo, fueron llamados al ministerio. De acuerdo con los principios restauracionistas, tomaron las prácticas y la formas de la Iglesia primitiva como normas para regir la vida de las congregaciones. Celebraron semanalmente la mesa del Señor y comenzaron a bautizar a los nuevos creyentes por inmersión. Para iniciar esta nueva práctica en sus congregaciones, los Campbell, padre e hijo, recibieron el bautismo por inmersión de manos de un predicador bautista. De modo que ahora la preocupación prioritaria pasaba a ser la restauración de la Iglesia y luego, con base en ésta, la unidad entre los cristianos. Pero deseosos de concretar su visión de unidad, en 1815 las congregaciones campbellitas pasaron a formar parte de una asociación de congregaciones bautistas.

A fines de 1821, Alejandro Campbell conoció al joven presbiteriano, Walter Scott en Pittsburg. Nacido en Escocia en 1796, Scott había tenido un itinera­rio espiritual muy similar al de los Campbell. Una vez inmigrado a los Esta­dos Unidos en 1818, encontró empleo en la escuela del líder de una pequeña congregación de «cristianos primitivos», similar a los grupos de los hermanos Haldane en Escocia. Allí descubrió los escritos de Glas, Sandeman, los Haldane y el filósofo Juan Locke. Como consecuencia de sus estudios y reflexión llegó a la conclusión de que la única confesión de fe cristiana necesaria era «Jesús es el Cristo».

Scott, altamente dotado en la predicación, fue invitado a servir como evangelista itinerante entre las congregaciones asociadas de bautistas y discípulos, en la zona occidental de Pennsylvania y el sureste de Ohio. Su mensaje fundamental, que correspondía a los cinco dedos de la mano, consistía en fe, arrepentimiento, bautismo, perdón de pecados, y el don del Espíritu Santo. Mensaje que pudo comunicar con claridad y poder a sus oyentes sencillos, rústicos e iletrados de la frontera. De modo que centenares de nuevos creyentes comenzaron a entrar en la iglesia, sin tomar muy en cuenta las tradiciones bautistas, convirtiéndose así más en discípulos que en bautistas. En consecuencia, las tensiones entre los bautistas y los discípulos aumentaron hasta el punto en que se rompieron las relaciones fraternales que se habían formalizado unos quince años atrás. La separación, iniciada por los bautistas ortodoxos, resultó en una división entre congregaciones de orientación bautista y otras de visión campbellita, que también produjo amargas separaciones a nivel congregacional. Para el año 1830, el movimiento de los discípulos, que había surgido directamente de la iniciativa de los Campbell, se limitaba a un grupo de congregaciones en la zona fronteriza de Pennsylvania y Ohio, inspirado por una visión para la restauración neotestamentaria y la unidad de la Iglesia.

Trasfondo estadounidense del movimiento [8]

Aunque una de sus fuentes era de origen europeo, el ala cristiana del movimiento era característicamente estadounidense en su desarrollo y en su espíritu y forma de organización. En las colonias inglesas de América del Norte se había experimentado una renovación de fe, conocida como el «Gran Despertar», en el que jugó un papel importante la predicación de Jonatán Edwards y Jorge Whitefield, asociado cercano de Juan Wesley. Fue especialmente la predicación de Whitefield, la que avivó los espíritus de los cristianos nominales y atrajo a muchas personas al arrepentimiento y a la fe por primera vez. Durante toda la última mitad del siglo XVIII, este avivamiento fue continuado por predicadores pioneros en las áreas fronterizas y luego, a comienzos del siglo XIX, cruzó las montañas hacia Kentucky y Tennessee donde se inició un «Segundo Gran Despertar».

Con el desestablecimiento de la religión en las colonias norteamericanas, las iglesias europeas tradicionales —que dependían del apoyo del poder civil para la continuación de su hegemonía— vieron decaer estrepitosamente su influencia. Durante las décadas inmediatamente después de la guerra de Independencia, la influencia de las iglesias bajó considerablemente. Se estima que durante este período la afiliación eclesial no pasaba del 5% al 10% de la población [9].

El desestablecimiento de la religión dio lugar a nuevos métodos de evange­lización. La Iglesia ahora tendría que depender para su crecimiento de su poder para persuadir y de una disposición libre y voluntaria para pertenecer a ella. En esta nueva situación, la predicación evangelística de avivamiento produjo su cosecha, atrayendo a mucha gente sencilla y humilde. De esta manera, una cristiandad en que la influencia de la aristocracia y del clero había sido dominante, se iba transformando en congregaciones menos jerár­quicas y dogmáticas y más democráticas y tolerantes.

Fueron esencialmente tres las corrientes tributarias estadounidenses que desembocaron en el movimiento que llegaría a denominarse mucho más tarde (en 1968) como Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo): un movimiento de origen metodista en las colonias sureñas de Virginia y Carolina del Norte; un movimiento de origen bautista de orientación congregacionalista; y el movimiento que surgió del avivamiento en la zona fronteriza occidental, en las campañas de evangelización (Camp Meeting) en Cane Ridge, Kentucky.

El metodismo norteamericano, desde sus comienzos, había sido episcopal en su organización. Pero en la frontera estadounidense algunos de los predicadores cuestionaron la forma en que Asbury, el primer obispo, desempeñaba este poder. Deseaban aplicar los ideales de libertad y autogestión local al gobierno de la iglesia. En 1794, tras algunos años de infructuosos esfuerzos para democratizar la organización episcopal de la iglesia, un grupo de metodistas encabezados por los predicadores O'Kelly y Haggard formaron una nueva agrupación, denominada sencillamente como «Iglesia Cristiana». Los principios fundamentales que caracterizaron al movimiento eran: 1) igualdad entre todos sus predicadores; 2) no reconocían a obispos, superintendentes y ancianos gobernantes, como lo solían hacer los metodistas; 3) tanto ministros como laicos tenían plena libertad para interpretar las Escrituras; 4) se afirmaba el principio de la independencia congregacional; 5) la función de la conferencia sería aconsejar y las congregaciones gozarían del derecho a llamar a sus propios pastores.

Unos cinco años después, surgió otro movimiento en Nueva Inglaterra a partir de la disidencia de dos jóvenes pastores de condición humilde en la Iglesia bautista, Elías Smith y Abner Jones. Ambos protestaron contra las doctrinas de un calvinismo extremo que sostenía una doble predestinación divina: unos a la salvación y otros a la perdición, limitando así el alcance de la obra redentora de Cristo a los elegidos. Tampoco estaban satisfechos con la supremacía del credo de la ortodoxia calvinista, pues preferían un acercamiento más directo y sencillo al mensaje evangélico y la restauración de la fe y prácticas de la Iglesia primitiva. Finalmente, en 1801 Jones organizó una congregación independiente en Lyndon, Vermont, a la que identificó sencillamente como «Iglesia Cristiana». Smith y Jones continuaron un ministerio itinerante por casi cuarenta años, y durante este período el movimiento se extendió hasta abarcar congregaciones a través de toda Nueva Inglaterra y el Canadá, Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania y Ohio.

El líder principal del movimiento que surgió del explosivo avivamiento ocurrido en la campaña de evangelización, celebrada en 1801 en Cane Ridge, Kentucky, en plena región fronteriza, era Barton Stone. Descendiente de gobernantes y ciudadanos prominentes en la política colonial americana, Stone fue criado y recibió su educación formal en la zona fronteriza en el sur de Virginia. Confrontado con la doctrina calvinista tradicional de la predestinación, se desesperaba ante la posibilidad de algún día hallar la dicha de la salvación. Pero cuando un día captó la visión de un Dios de amor, todo se le aclaró y el evangelio se convirtió en una buena noticia para él. Originalmente encaminado hacia una carrera de derecho, la abandonó y optó por el ministerio en la Iglesia presbiteriana reformada. Pero, con deudas que pagar, Stone primero se dedicó a la enseñanza en Georgia. Aquí conoció a uno de los líderes metodistas disidentes quien compartió con él su visión congregacionalista de la Iglesia.

Después de un intervalo de varios años de trabajo como maestro, y de significativos contactos para su vida posterior, fue comisionado por el presbiterio para predicar en dos iglesias de la frontera en Kentucky, Cane Ridge y Concord. Su ministerio fue bien recibido por la gente sencilla y pueblerina de la fronte­ra y pronto obtuvo un pastorado permanente. El sistema de doctrina calvinista no le convencía y francamente tenía problemas con algunas de sus definiciones confesionales y con su organización eclesiástica. Lo que sí tenía sentido para Stone era la experiencia de una auténtica espiritualidad evangélica practicada en la vida cotidiana. Así que, a pesar de sus dudas, fue ordenado al ministerio presbiteriano en 1798.

Para esta época la vida fronteriza en la historia estadounidense era difícil por muchas razones. Desde la guerra de Independencia, la población concentrada en las trece colonias atlánticas comenzó a desplazarse hacia el Oeste. Y pronto se produjo una avalancha migratoria hacia esa área. La mentalidad característica de la gente de la frontera era individualista y esto resultaba en un aumento de los problemas sociales producidos por la falta de respeto de la ley, el bienestar común, e indiferencia hacia la Iglesia. Los vicios del alcoholismo, la infidelidad, la violencia hacia los semejantes, etc., eran endémicos. La dura lucha por sobrevivir en este medio hostil tendía a embrutecer a las personas, quienes perdían el sentido de solidaridad, la compasión para con sus semejantes, su sensibilidad, en fin, su humanidad.

Fue en este contexto que algunos predicadores —en la tradición del avivamiento— organizaron las primeras campañas para la evangelización de las zonas fronterizas del Oeste. Estos encuentros al aire libre atraían a centenares de personas del área que acudieron con provisiones para permanecer acampadas mientras duraba el evento. El primero, organizado en julio de 1800, marcó el inicio de una nueva institución típicamente estadounidense: las campañas evangelísticas. Al año siguiente, Barton Stone asistió a un encuentro organizado en un condado cercano. Convencido de que había llegado un nuevo día para la Iglesia cristiana en la frontera, decidió sembrar las semillas del avivamiento entre sus congregaciones. El segundo «Gran Despertar» llegó a su apogeo en la congregación de Stone, del 7 al 12 de agosto de 1801.

La campaña evangelística de Cane Ridge fue todo un acontecimiento, tanto social como espiritual. La gente llegó de todas partes. Venían motivadas por la curiosidad al igual que por la soledad. Entre ellos había ciudadanos sólidos y serios (de cada diez asistentes, uno era miembro de una iglesia) y otros, francamente de carácter dudoso. En el curso del encuentro, asistieron entre veinte y treinta mil personas, más del 10% de la población del estado. Aunque el encuentro fue organizado por los presbiterianos, también participaron predicadores bautistas y metodistas que se subían sobre los troncos de los árboles cortados en el bosque para proclamar el mensaje del amor de Dios para con los pecadores. La comunicación fue altamente emotiva, y no meramente intelectual. Un investigador de nuestros tiempos ha descrito el evento en los siguientes términos: «Cane Ridge fue, con toda probabilidad, el avivamiento más desordenado, más histérico, y más grande de toda la era pionera americana» [10]. Los que vinieron para burlarse terminaban arrepintiéndose. Se produjeron fenómenos sumamente extraños. Muchos de los oyentes se caían y rodaban por el suelo. Las cabezas de otros repentinamente se sacudían violentamente mientras emitían sonidos extraños, parecidos a los gruñidos y ladridos de los perros. Unos se mataban de la risa, mientras que otros entonaban canciones celestiales. Otros se pusieron a bailar o a correr en medio de los gritos de alegría. Esta liberación de las inhibiciones era característica de todos estos encuentros. Stone escribió en El mensajero cristiano treinta años después, «Yo vi la fe de Jesús manifestada en las vidas de los cristianos más claramente en ese evento que en todas mis experiencias previas o posteriores» [11].

Aunque Stone tenía ciertas reservas en cuanto a la histeria y sus manifestaciones, no dudaba en reconocer la presencia del Espíritu de Dios en el evento. Había presenciado la comunicación de la gracia de Dios en personas incultas, embrutecidas y endurecidas, que de otro modo no hubieran sido tocadas por el Espíritu de Dios. También notó, con gran satisfacción, la superación de ese espíritu sectario que nutre al sistema denominacionalista. «Todos cantábamos unidos los mismos cánticos de alabanza, todos nos unimos en la oración, todos predicamos el mismo mensaje —una salvación de gracia ofrecida a todos mediante la fe y el arrepentimiento» [12].

La reacción contra el avivamiento no se hizo esperar. Los ministros presbiterianos de Kentucky resintieron la falta de seriedad en cuanto a las distinciones clericales tradicionales entre predicadores ordenados y no ordenados; la falta de respeto por la doctrina calvinista de la doble predestinación —de unos a la salvación y de otros a la perdición—; la falta de orden que merecía, según ellos, un evento religioso. Estaban en juego las actitudes asumidas por las denominaciones históricas hacia la posición del clero, las definiciones doctrinales de sus sistemas teológico s y su concepto básicamente clasista de orden y decencia. Para el presbiterio, el avivamiento era un problema y, más que una bendición, se consideraba una maldición. Los ministros que participaron en el avivamiento fueron acusados, no sólo de excesos sino también de desviación doctrinal y del orden eclesiástico. Así mismo, estaban en juego la ortodoxia y su sistema religioso e institucional. Como resultado de esta confrontación con el poder eclesiástico, aunque sólo dos ministros fueron oficialmente acusados de desviación doctrinal, el 10 de setiembre de 1803 los cinco ministros presbiterianos que participaron en el avivamiento se retiraron del presbiterio, en actitud de protesta.

Aunque los disidentes habían rechazado la autoridad del sínodo seguían considerándose presbiterianos y, en el otoño del mismo año, se organizaron en un nuevo presbiterio compuesto de seis ministros y de unas quince congregaciones en el norte de Kentucky y el sur de Ohio. Seguían insistiendo en que las confesiones históricas no debían ser bases para la comunión cristiana y que sólo las Escrituras proveen una norma adecuada para la fe y vida de la Iglesia. A diferencia de los sínodos tradicionales, las relaciones en el nuevo presbiterio eran fraternales e informales, sin ejercer un control central sobre la confraternidad de congregaciones participantes. Pero aun esta forma de organización resultó ser temporal, pues unos diez meses más tarde unánimemente dieron el paso de disolver el sínodo y declarar libres a las quince congregaciones en una asociación que llamaron «Iglesia Cristiana». En lo que iba a convertirse en uno de los documentos más importantes para la historia del movimiento, los responsables de su redacción «declararon su fuerte deseo de unidad cristiana, afirmaron el derecho de cada congregación a gobernarse a sí misma, señalaron a la Biblia como la única norma para la fe y vida de los cristianos, rechazaron la Confesión de Fe de Westminster porque la encontraban no sólo inútil sino también nociva» [13]. Se trata de un documento caracterizado por una profunda espiritualidad evangélica.

Consecuente con esta visión, Barton Stone cuestionó aún más la teoría tradicional con que las iglesias establecidas habían venido interpretando la obra redentora de Cristo. Resistía las presiones dogmáticas que afirmaban que la muerte de Cristo era sólo para la salvación de los predestinados. También resistió la tradición anselmiana que sostenía que la muerte de Cristo era para apaciguar la ira de un Padre vindicativo y servía para reconciliar a Dios con la humanidad. Por el contrario, en su experiencia cristiana y ministerial en la frontera aldeana, se había dado cuenta de que el amor de Dios hacia la humanidad necesitada es constante, y que es la actitud humana hacia Dios la que necesita ser cambiada, y no la de Dios hacia los seres humanos. Pero siempre reconoció que la salvación humana no depende de su comprensión de la doctrina, sino de la gracia de Dios.

En el curso de las próximas dos décadas y media, y a través de una serie de altibajos, el movimiento creció hasta alcanzar a unos doce mil miembros. En esta zona fronteriza rural e inhóspita los predicadores se sostenían labrando la tierra y servían a muchas congregaciones mediante la itinerancia. Con su forma de gobierno congregacionalista, habilitaban a los cristianos comunes y corrientes, dotándoles con autoridad para tomar decisiones e iniciativas en la iglesia, de modo que simples cristianos llegaban a ser plenos protagonistas en el quehacer eclesial, pues dependían de predicadores laicos para la edificación de la vida congregacional.

La formación del movimiento Cristiano-discípulos

Alejandro Campbell y Barton Stone se conocieron durante una visita de Campbell a Kentucky en 1823. Si la unión de los dos grupos hubiera dependido de la capacidad de ambos para ponerse de acuerdo, nunca habría ocurrido.

Pero a pesar de las notables diferencias entre ellos, compartieron una visión común para la restauración de la Iglesia, con base en el Nuevo Testamento como camino de la unidad de los creyentes. Los Cristianos y los Discípulos, activos en las mismas áreas de la frontera estadounidense, tenían mucho en común: una visión primitivista de restauración cristiana; la unidad esencial de la Iglesia; un rechazo de la autoridad del credo; prácticas bautismales y eucarísticas similares; visiones ministeriales marcadamente anticlericales; gobierno congregacional; y su oposición a nombres no bíblicos como «bautista» y «presbiteriana», prefiriendo llamarse a sí mismos sencillamente Cristianos y Discípulos.

De modo que no fue ninguna sorpresa que la unidad entre ambos movimientos dependiera de las bases, y que a partir de 1828 las congregaciones de los dos grupos comenzaran a relacionarse a nivel local, y a unirse a partir de 1831. La unión de los grupos en Kentucky respondió principalmente a la iniciativa de Stone, posteriormente apoyada por Campbell. En este proceso, fue muy clave la obra de evangelistas itinerantes que producía nuevos creyentes con identidades que no eran estrictamente ni Cristianos ni Discípulos. De modo que la creación del movimiento que resultó en la denominación, Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) se debió más al éxito de sus evangelistas itinerantes que a cualquier otro factor. En los años 1830-1833 se unieron cerca de diez mil miembros relacionados con Stone y unos doce mil campbellitas. Veinticinco años más tarde el movimiento contaría con 190.000 miembros, gracias a una evangelización adaptada a las condiciones de vida fronteriza.

Pero, en las décadas siguientes, este movimiento, iniciado principalmente entre los marginados y desheredados de la frontera estadounidense, llegaría a ser cada vez más una denominación establecida, compuesta de la nueva clase media emergente. «La mayoría de los Discípulos compartían el afán estadounidense por la acumulación de los bienes. El culto al dinero y al poder podía hallarse en todas las revistas de la Iglesia. … “El Señor nunca dijo, No ganarás dinero. Es tu deber solemne ganar dinero”. … “Los bienes, en sí, son una bendición individual y nacional”» [14]. La capacidad para adquirir dinero era percibida como una de las bendiciones supremas. Los magnates estadounidenses de la época, Camegie, Vanderbilt y Rockefeller fueron convertidos en símbolos a ser emulados y muchos Discípulos llegaron a asociar la rectitud de vida con la adquisición de los bienes [15]. Incluso, la benevolencia de algunos de los magnates entre los Discípulos, Drake y Butler, resultó en Universidades nombradas por ellos. La gran mayoría de los líderes de los Discípulos apoyaba el individualista sistema capitalista norteamericano y admiraban a los acaudalados.

Sólo una minoría entre ellos protestaba, en nombre del evangelio, ante este proceso que transformaría a la iglesia, adaptada a los marginados de la frontera, en una iglesia en que se acomodaban los pudientes y poderosos. «Los pobres, en vez de los ricos, han servido para bien en el mundo. Jesús nuestro Señor era pobre, muy pobre, y también lo fueron sus discípulos» [16]. Pero estos representaban una minoría muy pequeña dentro del movimiento, y procedían principalmente de los estados rurales del sur y del medioeste. Una de las consecuencias de estas diferencias sociales, regionales y teológicas ha sido la división del movimiento en tres agrupaciones principales. Además de la Asamblea General de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo), están las Iglesias de Cristo, desde 1906 y la Convención de las Iglesias Cristianas, a partir de 1955.

Otro de los rasgos de radicalismo que encontramos en el movimiento restauracionista es su actitud contraria al uso de la violencia coercitiva a fin de establecer la paz social, fuera ésta secular o eclesiástica. Por su parte, Alejandro Campbell fue un pacifista decidido. En todos sus escritos, Campbell expresó abiertamente su oposición total a la guerra. Descartaba, como no pertinentes para los cristianos, los antecedentes veterotestamentarios de las guerras israelitas y enfatizaba la visión neotestamentaria de Jesús, «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo mis servidores pelearían» [17]. Afirmaba que los principios cristianos eran opuestos totalmente a la guerra. Barton Stone asumió una posición similar. Ya en 1827 escribió en El mensajero cristiano que «la guerra y la esclavitud son los males más grandes en el mundo» [18].

Sin embargo, la crisis provocada por la guerra con México, en 1846-1847, reveló una creciente ausencia de unanimidad entre los líderes del movimiento, y más todavía entre los miembros de las iglesias. La guerra civil de 1860 y la hispanoamericana de 1898 pusieron aún más de manifiesto la erosión de la convicción pacifista en las iglesias. Finalmente, el apoyo decidido a la pena capital, de parte de líderes de la iglesia en las últimas décadas del siglo XIX, sencillamente reflejaba la manera en que el movimiento Cristiano-Discípulos había llegado a ser típicamente estadounidense y clasemediero en sus valores y en su afán por proteger sus intereses y asegurar la paz social mediante una rigurosa ejecución de las sanciones de ley y orden [19].

En sus comienzos, este movimiento había cuestionado radicalmente la iglesia establecida con sus reclamos de poder económico y político, y con sus confesiones y credos tradicionales destinados a conservar su hegemonía doctrinal y religiosa. Su agenda inicial apuntaba a restaurar la simplicidad de la fe y las formas neotestamentarias en la Iglesia. En la región fronteriza estadounidense los Discípulos y los Cristianos supieron solidarizarse con los marginados sociales, mediante sus formas populares de evangelización, su visión centrada en la fe y no en el credo, su anticlericalismo, su visión de la participación eclesial fraternal y no coercitiva, y su ideal de la vida cristiana basada en un evangelio de paz.

Pero, a partir de 1860 en adelante, el movimiento experimentó un proceso creciente de aculturación y llegó a ser parte de una corriente de movilidad social ascendiente, acompañada de un creciente espíritu de patriotismo estadounidense. De modo que la familia de Iglesias Cristiana-Discípulos (que en la actualidad abarca de cinco a seis millones de miembros) junto con otras denominaciones estadounidenses mayoritarias, como los bautistas y los metodistas, se ha convertido de facto —a través de este proceso sociológico— en una parte importante de la iglesia establecida en los Estados Unidos.

 


1. Winfred Emst Garrison, y Alfred T. DeGroot: The Disciples of Christ: A History, San Luis, MO, Bethany, 1948, p. 47.

2. Ibíd., p. 145.

3. Alexander Campbell: The Christian System, Nueva York, Amo, 1969, p. 6.

4. Véase Lester G. McAllister, y William E. Tucker: Journey in Faith: A History of the Christian Church (Disciples of Christ), San Luis, MO, Bethany, 1975, pp. 89-119.

5. Ibíd., p. 110.

6. Ibíd., p. 112.

7. Garrison, y DeGroot, op. cit., p. 143.

8. Véase McAllister, y Tucker, op. cit., pp. 61-88.

9. Ibíd., p. 43.

10. Ibíd., p. 72.

11. Ibíd., pp. 61-62.

12. Ibíd., p. 73.

13. Ibíd., p. 79.

14. David Edwin Harrell, Jr.: The Social Sources of Division in the Disciples of Christ (1865-1900), Atlanta, GA, Publishing Systerns, 1973, p. 33.

15. Ibíd., p. 40.

16. Ibíd., p. 49.

17. David Edwin Harrell, Jr.: Quest for a Christian America: The Disciples of Christ and American Society to 1886, Nashville, The Disciples of Christ Historical Society, 1966, p. 141.

18. Ibíd., p. 140.

19. Harrell, The Social Sources of Division in the Disciples of Christ (1865-1900), pp. 252-253.