Colección de lecturas
 

PDF John Wesley y el movimiento metodista

La fe en la periferia de la historia
por Juan Driver
Copyright © 1997 Ediciones SEMILLA (Guatemala) y CLARA (Colombia)
Reproducido aquí con permiso.



Capítulo 17.

John Wesley y el movimiento metodista

La persecución nunca causó, ni tampoco hubiera podido, una herida de consecuencias graves al cristianismo auténtico. Pero el daño más grande que jamás haya sufrido fue el golpe recibido en la raíz misma de ese amor humilde, benigno y paciente, que es el cumplimiento de la ley cristiana, la esencia misma de la religión verdadera, le fue propinado en el siglo IV por Constantino el Grande, cuando llamándose a sí mismo cristiano inundó a los cristianos, y muy especialmente al clero de riquezas, honores y poder. … Entonces comenzó, no una era dorada para la Iglesia, sino una edad de hierro. (Juan Wesley: Sobre el misterio de iniquidad [1].)

Desde el día en que la Iglesia y el Estado, los reinos de Cristo y de este mundo, fueron unidos de forma tan extraña y tan contraria a su naturaleza, el cristianismo y el paganismo resultaron tan completamente entrelazados entre sí, que difícilmente podrán volverse a separar hasta que Cris­to venga a reinar sobre la tierra. Así que, en lugar de soñar con esa gloria de la Nueva Jerusalén que cubrirá la tierra en esa era, somos testigos de la realidad terrible que desde entonces, y hasta ahora, estamos cubiertos del humo que sale del abismo sin fondo. (Juan Wesley: De los primeros tiempos [2].)

Muchos de sus hermanos, amados del Señor, no tienen alimentos que comer; no tienen vestimenta con que cubrirse; no tienen lugar donde des­cansar la cabeza. ¿Y por qué están en esta aflicción? Porque ustedes en su impiedad e injusticia y crueldad retienen aquello que el Maestro suyo, y el de ellos también, coloca en las manos de ustedes a fin de suplir las necesidades de ellos. (Juan Wesley: Causas de la ineficacia del cristianismo [3].)

Estoy atribulado. No sé qué hacer. Yo veo lo que una vez podría haber hecho. Podría haber dicho contundente y expresamente, «Aquí estoy; yo y mi Biblia. No puedo, no me atrevo a alejarme de este libro, ni en las cosas grandes ni en las pequeñas. No me es permitido dejar a un lado ni una jota ni una tilde de aquello que encuentro aquí. He determinado ser un cristiano bíblico, no apenas, sino totalmente. ¿Quién se unirá conmigo sobre este terreno? O se unirán conmigo sobre esta base, o nos separare­mos. … Pero, ¡ay de mí! ya ha pasado el momento; y lo que puedo hacer ahora, no sé. (Juan Wesley: Causas de la ineficacia del cristianismo [4].)

Juan Wesley y los comienzos del metodismo

Juan Wesley (1703-1791) nació en el seno de la Iglesia anglicana. Su padre Samuel era párroco y ardiente defensor de la alta tradición católica —en el anglicanismo— y de su cabeza, el monarca inglés. Su madre Susana era hija de un ministro disidente de renombre. Ella era una decidida no conformista, tanto en lo religioso como en lo político. Susana era una mujer realmente notable, santa, matriarca, maestra y madre. Con gran disciplina se dedicó a la crianza y a la formación cristiana de sus hijos. Juan era el número quince en una familia de diecinueve. Cuando el pequeño Juan tenía seis años, la casa parroquial se incendió y el niño fue salvado por una ventana de la planta superior, en el último momento. De allí en adelante su madre le recordaría como «un tizón arrancado del fuego».

Juan Wesley adquirió una excelente formación académica en Oxford desde 1720. A partir de 1725 experimentó la primera de una serie de «conversiones». Esta experiencia de conversión radical, que Wesley posteriormente contaría varias veces, era el resultado de una serie de influencias sobre su vida: su formación en el seno de un hogar realmente notable; su propio proceso de maduración; una amiga espiritual; y lo que aprendió mediante su lectura de Taylor, Kempis y Law —que la vida cristiana implica comprometerse enteramente en el amor a Dios y al semejante, tanto en el vivir como en el morir.

«Cuando tenía 23 años de edad, encontré [la obra] Reglas y ejercicios para el vivir y morir en santidad, del obispo Taylor. … Fui profundamente tocado … y decidí dedicar mi vida entera a Dios, todos mis pensamientos, palabras y acciones. … En el año 1726 encontré El patrón cristiano, de Kempis. … Me di cuenta de que entregar toda la vida a Dios … no me aprovecharía en nada, a menos que le entregara mi corazón, sí, todo mi corazón a Él. … Un año o dos más tarde, me entregaron en las manos La perfección cristiana y Un serio llamado, de Guillermo Law. Éstos me convencieron más que nunca de la imposibilidad absoluta de ser un cristiano a medias, y determiné por su gracia (que reconocí era absolutamente fundamental) comprometerme enteramente a Dios; entregándole mi alma entera, mi cuerpo y mis bienes» [5].

Luego de ser ordenado, primero como diácono y después como presbítero, sirvió en parroquias anglicanas durante varios años. Nuevamente en Oxford, tras recibir un nombramiento académico, se unió a un grupo semimonástico dedicado al estudio bíblico, la disciplina mutua, la comunión frecuente, el socorro a los necesitados y la práctica renovada de una espiritualidad procedente del monaquismo antiguo. En los círculos universitarios, fueron tildados con una serie de apodos que incluían, entre otros: club santo, polillas bíblicas, fanáticos y metodistas, quedándoles el último.

Para Wesley, lo que le resultaba especialmente atractivo en el pensamiento de los Padres del desierto era su concepto de la perfección como meta de la vida cristiana. De modo que la perfección era un proceso dinámico, más que un estado estático, un concepto que sería determinante en su visión de allí en adelante.

Por invitación de la Sociedad para la Propagación del Evangelio, Wesley, junto con dos miembros más del club santo, viajó a Georgia para trabajar entre la población indígena y los colonos ingleses. A pesar de su gran idealis­mo [6], apenas pudieron establecer contactos significativos con la población indígena. Luego de unos tres años de pésimas relaciones con los colonos, volvieron bajo presión (por no decir que fueron echados), a Inglaterra.

La experiencia le proporcionó a Wesley una oportunidad para su maduración personal y teológica mediante la lectura y la reflexión. Especialmente sus contactos con misioneros moravos le enseñaron a Wesley que una fe ver­dadera libera del temor y que una auténtica espiritualidad produce una felicidad profunda.

De vuelta a Londres, Wesley se hallaba sumido en una de sus profundas depresiones espirituales. Y a esta altura vino su extraordinaria experiencia de Aldersgate. Aunque esta experiencia representa el eje esencial de prácticamente todas las interpretaciones protestantes de Juan Wesley, para Wesley mismo no parece haber sido así. Esta fue una experiencia más —entre otras— y ni fue la primera ni la última, ni siquiera la más trascendental. En realidad, Wesley mismo se refiere a esta experiencia solamente una vez más en sus escritos, unos dos años más tarde en 1740 [7].

El miércoles, 24 de mayo, … por la tarde, yo fui, muy contra mi propia voluntad, a la sociedad que se reúne en la calle de Aldersgate, donde una persona estaba leyendo del Prefacio a la Epístola a los Romanos, de Lutero. A eso de las nueve menos cuarto, mientras él [Lutero] estaba describiendo el cambio que Dios obra en el corazón mediante la fe en Cristo, sentí en mi corazón un ardor extraño. Sentí que confiaba en Cristo, sólo en Cristo, para la salvación; y me fue dada la seguridad de que él había quitado mis pecados, aun los míos, y me había salvado de la ley del pecado y de la muerte. Empecé a orar con todo mi ser por aquellos que de alguna manera especial me habían tratado con desprecio y me habían perseguido. Entonces testifiqué abiertamente a todos los presentes lo que ahora sentí en el corazón. (Diario, 1 [8])

Luego de una visita a los moravos en Herrnhut, Wesley siguió con la socie­dad que se reunía en Fetter Lane y continuó con su predicación en congrega­ciones anglicanas. Wesley había observado de cerca la vida y la fe de los moravos, cosa que le produjo gran admiración, pero también ciertas dudas. Por una parte, se puso a reflexionar sobre el énfasis marcadamente «solafideísta» protestante; y por otra, el énfasis sinergista anglicano. Para Wesley la fe es una realidad primaria en la experiencia cristiana, pero no su totalidad. «La fe … es sólo la servidora del amor.» La finalidad de la vida cristiana es la santidad, «la plenitud de la fe». Esto significa comprometer toda la vida a Dios y al prójimo en amor. De modo que la fe que justifica lleva su fruto en una fe que obra mediante el amor. Así que, el mensaje que Wesley habría de compartir consistiría en «salvación, fe y buenas obras» [9].

Su celo seguía sin mermar, pero aún le faltaba esa seguridad interior experimental y la fuerza concreta que brotan del evangelio. El 9 de octubre de 1738, mientras caminaba de Londres a Oxford y leía un informe de las centenares de conversiones, resultados asombrosos de la predicación de Jonatán Edwards en Nueva Inglaterra, Wesley recibió un impacto de fuerza extraordinaria que le habría de preparar para una nueva etapa en su vida y ministerio y que determinaría, en gran parte, el desarrollo futuro del metodismo: la predicación del evangelio a los pobres al aire libre, independientemente de las estructuras eclesiásticas establecidas.

La evangelización de los pobres

Desde fines del siglo XVII, algunos predicadores ingleses disidentes se encontraban evangelizando en Gales. El pueblo galés apenas estaba saliendo de la barbarie del paganismo. Aunque eran nominalmente católicos y protestantes, eran realmente víctimas de supersticiones de origen pagano. El anglicanismo frío y dogmático había hecho poco impacto sobre los galeses que eran naturalmente de carácter fogoso y expresivo. Los clérigos anglicanos generalmente predicaban en inglés, mientras que los ministros disidentes predicaron en el galés. Los evangelistas disidentes lograron ganar sus corazones y la crisis sobrenatural y la exaltación emocional llegaron a ser marcas de una auténtica experiencia cristiana. El éxito de los disidentes persuadió al anglicano, Griffith Jones a imitar sus métodos. Predicaba en galés, repartía Biblias en el vernáculo, abrió escuelas itinerantes para niños y adaptó su doctrina a sus necesidades espirituales. Todo esto le ganó el rechazo de los anglicanos y no le quedaba otra alternativa que predicar, junto con sus colaboradores laicos, en casas particulares y al aire libre frente a las puertas de las iglesias. A partir de 1735 Howell Harris, un discípulo de Jones, asumió el liderazgo del movimiento galés y continuó la obra tanto en Gales como en la zona minera e industrial alrededor de Bristol. Fue él quien logró convencer a Jorge Whitefield de predicar a los mineros al aire libre en Kingswood.

Jorge Whitefield, que había sido uno de los participantes del club santo en Oxford, era un hombre de cuna humilde. Hijo de posadero, durante su juventud había conocido de primera mano el duro trabajo de la gente común. Era extraordinariamente dotado en la predicación con un poder comunicativo asombroso. A fines de 1738, regresó de las colonias americanas donde había participado, con gran éxito, en el avivamiento. Su experiencia en las colonias le había alertado sobre la posibilidad de pasar por alto las estructuras eclesiásticas anglicanas e ir, en su evangelización, directamente al pueblo más necesitado. En Bristol, él se había puesto a predicar —con impresionantes resultados— a los mineros de carbón en los campos abiertos en las cercanías de las minas. Al tener que ausentarse, Whitefield le pidió a Wesley su colaboración en la continuación de la tarea evangelizadora. Con sus prejuicios anglicanos, Wesley y otros miembros del grupo de Oxford (sobre todo su hermano Carlos, muy anglicano), se escandalizaron ante la idea de salir de las estructuras parroquiales en su afán por evangelizar. Pero, al final de cuentas, Juan se marchó a Bristol de mala gana, como si fuera hacia su propio martirio.

Finalmente, Juan Wesley había descubierto su vocación, la evangelización de los pobres. «A las cuatro de la tarde (el 2 de abril de 1739) me sometí a lo más bajo, y proclamé en medio de los caminos el evangelio de salvación, hablándoles desde una pequeña elevación en las afueras de la ciudad (Bristol) a unas tres mil personas [10].  Al día siguiente predicó en el campo abierto en las afueras de un pueblo cercano y el domingo siguiente, en Hannam Mount, a los miserables mineros de Kingswood. La reacción del pueblo era asombrosa. Y nadie se asombró más que el mismo Wesley. Grandes multitudes de oyentes evidentemente percibían en su predicación el mensaje evangélico. La vida de estos mineros oprimidos fue visiblemente afectada mediante una conversión tan impresionante, como fue en el caso del avivamiento americano de Jonatán Edwards.

En el proceso, el evangelista también había sido evangelizado. Nadie estaba más sorprendido que Wesley mismo por los resultados de su predicación. Notó con asombro que algunos de sus oyentes soltaban gritos agudos, temblaban y hasta se desmayaban en algunos casos. Todo esto le ayudó a superar sus propios prejuicios. La idea de una predicación al aire libre le había escandalizado. «Habiendo durante toda mi vida (hasta hace muy poco) guardado tenazmente todo lo que tenía que ver con la decencia y el orden, hubiera pensado que era casi un pecado salvar a las almas, a menos que se llevara a cabo dentro de una iglesia» [11]. Aunque Wesley siguió siendo un anglicano leal durante toda su vida, a la luz de estas experiencias tuvo el coraje para romper con el sistema parroquial, vestigio del constantinianismo con su temible «reino de hierro». Hasta ahora la vida de Wesley había consistido en una serie de altibajos, marcada por la ansiedad, la inseguridad y la futilidad. Pero, a partir de estas experiencias, sus crisis espirituales prácticamente desaparecieron del todo. Probablemente la mayor evidencia de la evangelización efectiva del evangelizador —en el caso de Wesley— la encontramos en su extraordinario sentido de solidaridad con los pobres.

Solidaridad con los pobres

A través de estas experiencias, Wesley llegó a la convicción de que la evangelización de los pobres era uno de «los signos de los tiempos» de su época. Y los pobres no eran solamente los objetos de la evangelización, sino también sus sujetos. «La religión no se mueve desde los más grandes hacia los más pequeños. Si fuera así el poder parecería ser de los hombres» [12]. El metodismo de Wesley consistía esencialmente en una comunidad de los pobres y para los pobres.

Con su visión del evangelio, Wesley se encontraba mejor entre los pobres que entre los pudientes. «La mayor parte de los ingleses que tienen riquezas aman el dinero, aun los así llamados metodistas. Los pobres son los cristianos. Me encuentro fuera de contacto con casi todos aquellos que poseen los bienes de este mundo» [13]. A sus críticos más severos procedentes de la iglesia establecida les escribió, «A los ricos, los honorables, los magnates, estamos plenamente dispuestos a dejar (si nuestro Señor así lo desea) en sus manos. Déjenos solos con los pobres, con el vulgo, con la gente de la base, con los marginados de la sociedad» [14].

Wesley llegó a sentir en carne propia el sufrimiento de los pobres y marginados de la sociedad inglesa del siglo XVIII. «¿No es peor para una persona, después de un día de duro trabajo, volver a su casucha pobre, fría, sucia e incómoda, y encontrar que no hay ni siquiera el alimento que necesita para reponer sus energías gastadas? Ustedes que viven cómodamente en la tierra, que no les falta nada, sino ojos para ver y oídos para oír y corazones para comprender cómo Dios se ha comportado con ustedes, ¿no será peor tener que buscar su pan día tras día, y no poder encontrarlo? ¡Y también, tal vez, encontrar cómo consolar a cinco o seis niños que lloran por aquello que no se les puede ofrecer! Si no fuera por una mano invisible que le refrena, ¿no estaría tentado a maldecir a Dios y morir? ¡Oh la falta de pan! ¡La falta de pan! ¿Quién es capaz de saber lo que esto significa, a menos que lo haya experimentado en carne propia?» [15]

Su sentido de solidaridad con los pobres le llevaba a visitar asiduamente a los enfermos, los pobres y los encarcelados. De esta manera no sólo buscaba consolar a los desconsolados y dar esperanza a los desesperados, sino también lo hacía para poder participar concretamente de su condición necesitada a fin de poder realmente compadecerse con ellos. En uno de sus sermones Wesley comentaba, «Una de las principales razones por qué los ricos en general tienen tan poca compasión de los pobres es porque muy raramente los visitan» [16]. A una mujer de la clase alta que llegó a ser miembro de una de las sociedades, Wesley le escribió, «Vaya a visitar a los pobres y a los enfermos en sus casuchas. ¡Toma tu cruz, mujer! ¡Acuérdate de tu fe! Jesús ha ido delante, e irá contigo. Deja a un lado tu posición de dama de alta sociedad. Tu vocación ahora es mayor. … Quiero que converses más, mucho más, con los más pobres del pueblo. … Agáchate y pasa a estar entre ellos, a pesar de la suciedad, y otras condiciones asquerosas; deja a un lado eso de ser dama» [17].

Economía de compartir

La interpretación del incendio que destruyó la casa parroquial, en que vivía la familia Wesley, generalmente se concentra en la preservación providencial del pequeño Juan, «como un tizón arrancado del fuego». Pero Wesley mismo ofrece otra pista para la comprensión del evento. Al día siguiente su padre, rastreando las cenizas humeantes, encontró una página de la Biblia con la siguiente línea aún legible, «Ve, vende lo que tienes, y dalo a los pobres; y toma tu cruz y sígueme» [18]. Efectivamente, ésta sería la tónica de la vida de Juan Wesley. Su propio estilo de vida estuvo marcado por el deseo de vivir liberado de la tiranía de las posesiones, compartiendo con los pobres y si­guiendo los preceptos del evangelio, tal como él los comprendía.

Sin embargo, en su crítica de la postura constantiniana de la Iglesia, Wesley no fue plenamente consecuente. Su conservadurismo político no le permitió ser radical en su actitud hacia el uso de la fuerza coercitiva en las relaciones sociopolíticas [19]. Pero sí reconoció el peligro que representa para la fe cristiana la fuerza del poder y del privilegio económicos. Wesley propuso una visión de mayordomía cristiana que rompe el hechizo del «derecho a la propiedad privada» y conduce a una redistribución de los bienes orientada por el criterio del bienestar de los pobres [20].

El seudoevangelio de la prosperidad y del poder queda totalmente desmantelado por Wesley, tanto por su estilo de vida como por sus escritos. Más de una vez, Wesley observó que «es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que conseguir que aquellos que poseen riquezas no confíen en ellas» [21]. La intención de Wesley era restaurar plenamente en las sociedades metodistas «la simplicidad y la pureza del evangelio». De esta manera se pretendía cancelar los efectos de la caída de la Iglesia producida por el afán por el poder de los bienes. Así que, Wesley no se cansaba de advertir a las sociedades frente a este peligro.

«Yo les di a nuestros hermanos una advertencia solemne contra el amor del mundo, y de las cosas del mundo. Esta es una de las maneras en que Satanás seguramente buscará destruir la obra de Dios en la actualidad. Las riquezas aumentan rápidamente para muchos de los así llamados metodistas. ¿Qué, menos el poder maravilloso de Dios, podrá evitar que lleguen a ocupar el centro de la intención de su corazón? Y si esto ocurre, la vida otorgada por Dios se desvanecerá» [22].

«Ya no hables de tus bienes, ni de tus frutos, sabiendo que no son tuyos, sino de Dios. Del Señor es la tierra y su plenitud. Él es el propietario del cielo y de la tierra. Él no puede deshacerse de su gloria; Él tiene que ser Señor, el que posee todo lo que existe. Sin embargo, Él ha dejado una porción de lo suyo en tus manos para usarse tal como Él lo ha especificado. … ¿Qué debes hacer tú? ¿Pues, no están delante de tu puerta aquellos que Dios ha designado para recibir lo que tú puedes compartir? ¿Qué debes hacer tú? Pues, repártelo a los pobres. Da de comer a los hambrientos. Viste a los desnudos. Que seas padre para el que no tiene padre, y esposo para la viuda» [23].

Wesley insistía en que los cristianos no le deben sólo una parte de lo que les sobra (la plusvalía) a los pobres, sino todo [24]. Wesley no entendía las «riquezas» en el sentido de una abundancia de bienes, sino simplemente aquello que queda después de cubrir sus necesidades básicas. De modo que, «quien tenga suficiente para comer, vestimenta para cubrirse, y un lugar donde recostar la cabeza, y algo que le sobra, es rico. … ¿No están aumentando sus bienes, amontonando para sí tesoros en la tierra, en lugar de restaurárselo a Dios por medio de los pobres, no una cantidad fija, sino todo lo que puedes?» [25]

Wesley también denunció enérgicamente el consumo ostentoso de su tiem­po. «Cada chelín gastado innecesariamente en vestimenta es, en efecto, robado a Dios y a los pobres. … Y todo lo que tienes en que has gastado más que su deber cristiano hubiera exigido, es la sangre de los pobres» [26]. De manera que la sangre de los pobres está sobre la cabeza de aquellos que tratan los bienes materiales como si fuesen su propiedad privada.

El empeño de Wesley era restaurar la santidad. Y para esto había que oponerse a la mundanalidad. En lugar de sencillamente hacer eco de la visión protestante de la justificación por la fe, Wesley insistió también en una fe que santifica. Para Wesley, el lugar donde la mundanalidad amenazaba más era en la esfera de las relaciones económicas. La santidad auténtica, que brota de la gracia de Dios, se manifiesta más claramente en la sustitución de relaciones económicas mundanas por relaciones económicas basadas en el evangelio.

Las sociedades metodistas

Desde la primera década del movimiento wesleyano, la organización de adeptos en sociedades, clases y bandas preparó el contexto comunitario que facilitaría la formación espiritual y doctrinal, el ejercicio de una disciplina colectiva, y el cuidado pastoral. En este proceso no debe subestimarse el papel de los himnos de Carlos Wesley, el colaborador constante y fiel de su hermano Juan. Esta red de comunidades cristianas fue servida por líderes laicos que llevaban el título de «ayudantes» de Wesley. Debido a sus lealtades anglicanas, Wesley no permitió que fuesen llamados «ministros», ni que administraran los sacramentos. Pero, a partir de 1744, sí inició una conferencia anual que sirvió para unificar el movimiento y edificar a los líderes responsables. Para todos estos propósitos, el movimiento era una orden de evangelización dentro de la Iglesia anglicana, llevando a cabo una evangelización que apuntaba hacia la restauración de una santidad evangélica.

Careciendo de reconocimiento oficial, las sociedades metodistas fueron objeto de persecución y de violencia a manos de turbas populares, sin duda ins­tigadas por las autoridades eclesiásticas. Y desde los niveles oficiales del anglicanismo, fueron acusados —entre otras cosas— de «entusiasmo». De acuerdo con su etimología, el término «entusiasta» significa literalmente «endiosado» y fue utilizado en un sentido peyorativo. En su defensa, Wesley distinguió entre varias clases de entusiasmo, insistiendo en que la fe no sería auténtica a menos que fuera intensamente personal y experimental.

En efecto, las sociedades eran el contexto comunitario en que se realizaba la visión wesleyana de la santidad concreta. Los propósitos de estos grupos incluían: 1) fomentar entre sus miembros el crecimiento hacia la perfección en Cristo; 2) reconocer y ejercer los dones espirituales presentes en la comunidad; 3) animarse mutuamente en el amor; 4) velar los unos por los otros; 5) practicar la confesión de pecados y el ejercicio de una disciplina evangélica mutuas.

En estas sociedades la santidad tomaba forma concreta en las prácticas económicas de sus miembros. Eran comunidades de fe que demostraban mediante su vida visible que el evangelio no era meramente un hermoso ideal, sino una visión para la transformación de la realidad. Por eso Wesley se alegraba cuando encontraba sociedades en que los miembros practicaban la ética económica basada en el evangelio. «Aquí encontré un grupo de doce jóvenes, y casi sentí envidia de ellos. Vivían juntos en una sola casa, y continuamente compartían lo que ganaban por encima de lo necesario para vivir» [27]. En otro de sus escritos Wesley se refirió a la actividad de una de estas sociedades. «Se reunían todos los jueves a las seis de la mañana para tratar los asuntos en su agenda. Enviaron ayuda a los enfermos de acuerdo con la necesidad de cada uno. Luego entregaron el restante de lo recaudado de acuerdo con la urgencia de los necesitados. Así que despacharon el reparto en el curso de la semana. Repartieron el jueves lo que se había traído el martes.» [28].

El legado wesleyano

El metodismo surgió en Inglaterra, en el suroeste del país, a raíz de la predicación al aire libre de Whitefield, Wesley y otros, entre los sectores marginados de una sociedad que comenzaba a sufrir los dolores de parto de la revolución industrial. En los años 1738 y 1739 se amotinaron los obreros industriales y los mineros, impulsados por su desesperación ante el alza súbita de los precios en los comestibles. En su desesperación las turbas atacaron los almacenes de trigo, cuyo precio lo colocaba más allá de sus posibilidades de compra, robaron comestibles y quemaron fábricas. De estos mineros y obreros, medio salvajes y rústicos pero necesitados, Whitefield escribió, «Siento compasión por los pobres mineros … son numerosos y son como ovejas que no tienen pastor». La desesperación de la clase obrera se convirtió en la materia prima del movimiento metodista [29].

Sin duda el secreto del éxito del movimiento metodista descansa en su dis­posición a ser un movimiento popular, rompiendo con el sistema parroquial de la iglesia establecida, proclamando un evangelio de gracia y santidad que resultaba ser efectivamente salvador para las masas sumidas en la miseria. En efecto, rompieron el monopolio del establecimiento político-religioso, colocando la fe al alcance del pueblo humilde. Dignificaban a las personas, haciéndolas protagonistas en su destino y participantes con sus semejantes en comunidades que ofrecían una alternativa a los sinsabores de su existencia anterior. El entusiasmo metodista otorgaba al mensaje evangélico el gusto de una fe profundamente personal y experimental.

En este contexto podemos recordar el compromiso de solidaridad con los pobres que asumieron Wesley y sus compañeros. Y especialmente notable es el protagonismo de Wesley en favor de los humildes al confrontar a sus adversarios en el sistema imperante. Denunció la opresión de los comerciantes y condenó uno de sus principios más elementales: la motivación del lucro, comprar barato y vender caro. Denunció a la industria de bebidas alcohólicas, no por ser personalmente abstemio ni por razones puramente moralistas, sino porque se enriquecían a costa de la sangre misma de la clase obrera. Denunció a los médicos, que estaban más motivados por el afán de lucro que por la compasión por los enfermos. Denunció a los abogados, que eran instrumentos claves en un sistema en que la justicia podía ser comprada con dinero. Otras formas de opresión que fueron objetos de su denuncia profética incluían el colonialismo, la esclavitud y la guerra [30].

En las sociedades metodistas, Wesley introdujo innovaciones destinadas a aliviar el sufrimiento humano con la intención de convertir a los participantes en protagonistas de su propio proceso de liberación. Se ha señalado, no sin cierta razón, que esta «revolución» wesleyana contribuyó sustancialmente a salvar a Inglaterra de una revolución violenta, tal como la que se produjo en Francia [31].

Pero aun durante la vida de Wesley, ya se advertía otra corriente de influen­cia metodista. A medida que avanzaba el siglo XVIII, aumentaba el número de miembros procedentes de la clase media inglesa. Para defender al movimiento contra las acusaciones del Estado —de subversión política y económica y de entusiasmo religioso— Wesley intentaba minimizar más y más las diferencias entre los valores evangélicos radicales del movimiento y los que predominaban en la sociedad. Un ejemplo de esto se halla en su sermón Sobre el uso del dinero, originalmente escrito apenas cinco años después de los explosivos comienzos del movimiento entre los mineros de Bristol.

El peligro no está en el dinero en sí, sino en aquellos que lo utilizan. Puede usarse para mal … y puede usarse para bien. … La mayor preocupación de todos los que temen a Dios es saber usar este talento. … Primero, … Gana todo lo que puedas. Aquí podemos hablar como los hijos de este siglo. La segunda regla de la prudencia cristiana es ésta: Guarda todo lo que puedas. … No lo gastes para la gratificación personal.Pero todo esto no es nada a menos que … lo enfoque en su meta final. … La tercera regla, … Da todo lo que puedas. … El que posee el cielo y la tierra … te ha puesto en este mundo, no como propietario, sino como mayordomo (negritas mías) [32].

En defensa de Juan Wesley, habría que reconocer que su intención no fue relajar su radicalidad evangélica. En todos los casos en que Wesley vuelve a citar estas tres reglas, lo hace a fin de destacar la tercera, y en ningún caso vuelve a hablar de ganar todo lo que se pueda [33]. Pero «ganar todo lo que puedas» no es lo mismo que ganar lo necesario. Y aquí la visión evangélica de Wesley fue víctima de su elocuencia retórica. En otros sermones Wesley interpretó lo que quería decir con la segunda regla, «No gastes en tu propia persona, aquello que Dios te da para ayudar a los pobres» [34]. Hasta el fin de su vida, Wesley no se cansaba de lamentar el materialismo creciente que notaba en un movimiento que atraía cada vez más miembros de las capas medias, incluso altas, de la sociedad inglesa. En el año 1766 lamentaba que «muchos metodistas se enriquecen llegando a ser amantes de este presente siglo» [35]. Pero a la luz de estos cambios sociales (y espirituales) en el metodismo, el sermón Sobre el uso del dinero llegaría a confirmar los valores de la creciente clase media inglesa.

El legado wesleyano está presente, no sólo en el metodismo actual, sino en una serie de influencias e instituciones sociales en la sociedad occidental. En contra de su propia voluntad, Wesley dejó una Iglesia metodista. Frente a las necesidades urgentes del movimiento wesleyano en las colonias inglesas americanas, ocasionadas por la guerra de Independencia, Wesley finalmente ordenó a ministros para las comunidades norteamericanas. Sólo después de su muerte, llegaría el metodismo inglés a ser una denominación independiente.

Fieles a sus raíces en las clases populares, los metodistas organizaron escuelas paralelas para la educación de los niños de la clase obrera, víctimas del proceso de rápida industrialización que requería mano de obra barata. Esta iniciativa realmente revolucionaria (pues creaba una alternativa popular para los niños pobres al margen del sistema oficial) desembocaría en esa institución que conocemos como escuelas dominicales, al servicio de las principales denominaciones protestantes.

El surgimiento de agrupaciones obreras que seguirían su lucha en favor de condiciones laborales más humanas en la sociedad inglesa, en pleno proceso de revolución industrial, era otro de los legados metodistas. Muchos de los protagonistas procedían de las sociedades y clases metodistas, que en algunos casos proveían los antecedentes y los modelos para las nuevas organizaciones laborales.

Los esfuerzos por reformar el sistema carcelario, caracterizado por condiciones inhumanas, fueron parte de la herencia metodista. Las críticas a la política colonial, motivada por un capitalismo mercantil desenfrenado, también contribuyeron a una concientización de la sociedad inglesa. La oposición decidida de Wesley al tráfico esclavista —cuyo eje principal era el afán de lucro, la supremacía marítima y el dominio colonial de los ingleses— jugó un papel importante en la lucha que finalmente culminaría con una victoria sobre esta práctica despiadada en el parlamento inglés.

Cuando Juan Wesley murió en 1791 habría unos 80.000 miembros en las sociedades organizadas en «clases» bajo su cuidado pastoral. Las reuniones de las clases eran especialmente atractivas entre las capas obreras. En estos pequeños grupos encontraban comunión y apoyo mutuo. Todos eran participantes activos, gozando de la dignidad de pertenecer al pueblo de Dios. Estos grupos ofrecían una auténtica alternativa social y espiritual en medio de la sociedad inglesa convulsionada del siglo XVIII. La simple existencia de estas comunidades de los pobres y marginados constituye el mayor legado del movimiento wesleyano.

 


1. Theodore W. Jennings, Jr.: Good News to the Poor: John Wesley's Evangelical Economics, Nashville, Abingdon, 1990, p. 40.

2. Ibíd., p. 41.

3. Ibíd., p. 109.

4. Ibíd., p. 177.

5. Albert J. Outler, ed.: John Wesley, Nueva York, Oxford University, 1964, p. 7.

6. En una reflexión posterior sobre su experiencia en Georgia, Wesley escribió lo siguiente: «Por la tarde visité a muchos enfermos; ¡y qué escenas conmovedoras! Estas no se producen entre un pueblo pagano. Si alguno de los indígenas en Georgia se enfermaba, (cosa que muy raramente sucedía, hasta que aprendieron de los cristianos a empacharse y emborracharse) los que estaban cerca le pro­veían de lo necesario. ¡Oh, quién convertirá a los ingleses en paganos honrados!» (Diario, 8 de febrero de 1753, citado en Jennings, op. cit., p. 56.)

7. Outler, op. cit., p. 14.

8. Ibíd., p. 66.

9. Ibíd., pp. 16, 27, 28.

10. Ibíd., p. 17.

11. Elie Halévy: The Birth of Methodism in England, Chicago, University of Chicago, 1971, p. 61.

12. Jennings, op. cit., p. 49.

13. Ibídem.

14. Ibídem.

15. Ibíd., p. 51.

16. Ibíd., p. 55.

17. Ibíd., p. 57.

18. Ibíd., p. 119.

19. Queda claro que Wesley no fue consecuente en su rechazo del constantinianismo. En el mejor de los casos, su posición en relación con el uso de la fuerza coercitiva en manos de los cristianos era ambigua. Por una parte, Wesley lamentaba profunda­mente la belicosidad de los cristianos, si no por razones claramente evangélicas, por lo menos humanitarias. «Hay un reproche aún más horrible contra el nombre cristiano, sí, contra el nombre del hombre, de la razón, y de la humanidad. ¡Hay guerra en el mundo! ¡Guerra entre los hombres! ¡Guerra entre los cristianos! … ¿Quién es capaz de reconciliar la guerra, no digo ya con la religión, sino, en el grado más mínimo, con la razón, o con el sentido común?» (Ibíd., p. 79). Por otra parte, las lealtades monárquicas de Wesley le llevaron a alinearse con la política real inglesa, y en contra de las colonias inglesas en Norteamérica durante la revolución. En 1782, Wesley escribió, «Hace dos o tres años, cuando el reino se encontraba en peligro inminente, yo me ofrecí al gobierno para reclutar algunos hombres. El secretario de guerra (por orden del rey) me contestó por carta, que “no era necesa­rio; pero si alguna vez hubiera la necesidad, su majestad me lo dejaría saber”». (Ibíd., pp. 212-213). (Traducciones mías.)

20. Ibíd., pp. 24-25.

21. Ibíd., p. 33.

22. Ibíd., p. 39.

23. Ibíd., pp. 99, 104.

24. Según esta visión evangélica de las relaciones económicas, queda claro que el com­partir con los pobres no es meramente una cuestión de «obras de caridad», sino de justicia. Gregorio el Grande había enunciado este principio en su Regla pas­toral mil años antes. «Porque cuando compartimos los bienes con los indigentes, no les damos de lo nuestro, sino les estamos entregando lo suyo; nosotros esta­mos saldando nuestra deuda de justicia, más bien que haciendo obras de miseri­cordia» (Ibíd., p. 226, n. 4).

25. Ibíd., pp. 107-108.

26. Ibíd., pp. 109-110.

27. Ibíd., p. 125.

28. Ibídem.

29. Halévy, op. cit., p. 69-71.

30. Véase Jennings, op. cit., pp. 71-88.

31. Bemard Semmel: The Methodist Revolution, Nueva York, Basic Books, 1973, p. 3.

32. Outler, op. cit., pp. 240-248.

33. Jennings, op. cit., p. 230, n. 5.

34. Ibíd., p. 167.

35. Outler, op. cit., p. 238.