Colección de lecturas
 

PDF El anabautismo en el contexto zwingliano

La fe en la periferia de la historia
por Juan Driver
Copyright © 1997 Ediciones SEMILLA (Guatemala) y CLARA (Colombia)
Reproducido aquí con permiso.



Capítulo 13.

El anabautismo en el contexto zwingliano

Ambos —Lutero y Zwinglio— denunciaron y sacaron a luz toda la alevosía y la bribonada de la santidad papista, como si quisieran echar todo por tierra con rayos. Empero, no ofrecieron nada mejor a cambio: No bien se apoderaron del poder temporal y se remitieron a la ayuda humana, les ocurrió lo mismo que a quien remienda un viejo caldero y sólo logra que el agujero empeore. … Para expresarlo con una comparación: arrancaron de un golpe el cántaro de las manos del papa, pero ellos mismos conser­varon en las suyas los fragmentos. …

Empero, por hermoso que haya sido el comienzo, pronto se dividieron —a causa del sacramento— en dos pueblos desalmados, revelando así la nueva Babel. Porque no se advirtió en ellos el menor mejoramiento de la vida; sólo la arrogante conciencia de despreciar a los demás. Comer carne, tomar mujeres, increpar al papa, a los monjes y a los curas (como sin duda lo merecían) era el máximo servicio que prestaban a Dios. Lutero y sus seguidores enseñaban y opinaban que el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo estaba en el pan de la eucaristía y que a través de ésta se perdonaban los pecados. Zwinglio y los suyos, en cambio, la consideraban como una conmemoración y un recuerdo de la salvación y la gracia de Cristo y no como un sacrificio por los pecados, porque Cristo había consumado ese sacrificio en la cruz. Pero ambos bautizaban infantes y dejaban de lado el verdadero bautismo de Cristo, que trae consigo la cruz, seguían al papa en el bautismo de infantes, conservaban de él la hez, la levadura y la causa de todo el mal, y más aún, la entrada y la puerta al falso cristianismo. …

Ellos [Lutero y Zwinglio] defienden su doctrina —que, en realidad, han recibido y aprendido de su padre y cabeza, el anticristo— con la espada, aun cuando saben que las armas de la milicia de los cristianos no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de toda confabulación humana. … De modo que la fe no puede imponerse por la fuerza, sino que es un don de Dios … La espada no tiene cabida junto a la cruz; ambos armonizan tanto entre sí como Cristo y Pilato; se llevan tan bien como el lobo y la oveja en un corral.

Mas como Dios deseaba tener un pueblo suyo, separado de todos los demás pueblos, ha querido hacer asomar nuevamente el lucero del alba de su verdad en todo el esplendor, … para llevar a ellos su palabra y revelar el fondo de la verdad divina. Para que su sagrada obra fuera conocida por todos y revelada a todos, se inició primero en Suiza, a través de un particular despertar y de una acción especial de Dios, de la siguiente manera: Ocurrió que Ulrico Zwinglio, Conrado Grebel … y Félix Mantz … se reunieron y comenzaron a discutir sobre asuntos de la fe, y reconocieron que el bautismo de infantes era innecesario y que no podía admitirse como bautismo.

Pero dos de ellos, Conrado y Félix, comprendieron y creyeron en el Señor, que era preciso y forzoso ser debidamente bautizado según el ordenamiento cristiano y según la institución del Señor. … Ulrico Zwinglio (a quien aterrorizaba la cruz, el escarnio y la persecución de Cristo) no quiso [aceptar] alegando que eso provocaría una gran conmoción. Pero los otros dos, Conrado y Félix, dijeron que ése no era motivo para desoír una clara orden de Dios y Su disposición. …

Y aconteció que estuvieron reunidos hasta que comenzó el temor y los acometió, más aún: penetró en sus corazones. Entonces, comenzaron a doblar la rodilla ante el supremo Dios que está en el cielo, y lo invocaron … rogando que les permitiera cumplir su divina voluntad y que les mostrara su misericordia. … Después de la oración, Jorge Cajakob se puso de pie y rogó a Conrado Grebel que por amor a Dios lo bautizara con el verdadero bautismo cristiano, por su fe y su convicción. … Conrado lo bautizó, porque a la sazón no había otro ministro ordenado que pudiera cumplir con esa función. [1] Cuando eso hubo ocurrido, los demás expresaron también su deseo de que Jorge los bautizara, cosa que él hizo accediendo a su deseo. Y así se consagraron juntos, con gran temor de Dios, al nombre del Señor. Uno confirmó al otro en el servicio del evangelio y comenzaron a enseñar la fe y a sostenerla. Con eso comenzó la separación del mundo y de sus malas obras. …

Así se difundió [el movimiento] por la persecución y las muchas tribulaciones. La comunidad se hacía día a día más numerosa y el pueblo del Señor no tardó en acrecentarse. El enemigo de la verdad divina no podía tolerarlos y utilizó a Zwinglio como instrumento … e instó a las autoridades a decapitar, haciendo uso de las atribuciones imperiales [2], a aquellos que estaban verdaderamente consagrados a Dios y que con justa comprensión habían establecido con Dios la alianza de una conciencia recta, calificándolos de rebautizadores. (Gaspar Braitmichel: Los comienzos anabaptistas en Zurich, 1565) [3]

Los comienzos anabaptistas en Zurich [4]

Las raíces inmediatas del anabautismo evangélico se encuentran en el círculo de seguidores radicales de Ulrico Zwinglio en Zurich. Zwinglio, un sacerdote suizo de orientación erasmista, fue nombrado párroco en Zurich a fines de 1518. Gracias a su dedicación al estudio bíblico y la predicación, llegó a la conclusión de que el evangelio proveía la única base para la autoridad espiritual. Así que llegó a cuestionar toda una serie de prácticas católicas tradicionales. En noviembre de 1522, al romper formalmente con el papado, renunció a su nombramiento y salario papales. El concejo municipal rápidamente le reinstaló en su puesto, formando así una iglesia establecida, independiente del catolicismo romano.

En este círculo más allegado a Zwinglio, que luego llegaría a ser anabaptista, se encontraba Conrado Grebel, hijo de una familia de la alta burguesía de Zurich. Enviado a estudiar en las universidades de Viena y de París, había derrochado su dinero en una vida disoluta, volviendo a su casa con la salud quebrantada y sin título académico. Pero, durante la primavera de 1522, experimentó una profunda conversión, gracias a la predicación evangélica de Zwinglio, llegando a ser gran admirador de su maestro. Otro era Félix Mantz, hijo ilegítimo de un sacerdote católico, que había recibido una buena formación en los idiomas bíblicos. En el grupo también estaban Juan Brotli y Simón Stumpf, que eran párrocos de iglesias situadas en las aldeas cercanas. Baltasar Hubmaier, pastor de la iglesia en Waldshut en la frontera alemana, atraído por sus intereses comunes en una reforma basada en el evangelio, también estableció una relación estrecha con Zwinglio.

Pero, a medida que Zwinglio iba redescubriendo el evangelio y compartiéndolo en su predicación, las demandas de cambio en las prácticas impositivas de las autoridades y en el culto de la iglesia comenzaron a hacerse oír en el pueblo. Como Zwinglio había predicado que la cobranza de los intereses era contraria a la Biblia, los campesinos en las cercanías de Zurich pidieron la eliminación de estas cargas impositivas y los diezmos a que estaban sujetos. Sin embargo, el concejo municipal ordenó que continuaran pagando todas sus obligaciones económicas, tanto a la ciudad como a los monasterios. Para mediados de 1523, Zwinglio sugirió cambios en la misa para que fuera una comunión más acorde con la visión evangélica. Pero el concejo municipal, temiendo problemas con otros miembros de la Confederación Suiza, se resistió a aprobar los cambios.

Mientras tanto iban aumentando las tensiones en el pueblo. Presionado por una creciente opinión pública, Zwinglio declaró que para el día de Navidad de 1523, se iniciaría una comunión evangélica en Zurich. Una vez más, el concejo se opuso y Zwinglio tuvo que retractarse de lo dicho, aceptando postergar los cambios propuestos indefinidamente, a fin de no poner en peligro su relación amistosa con la autoridad secular. En este proceso, el grupo de discípulos más comprometidos con su programa de restauración evangélica comenzó a desilusionarse notablemente. En un debate público en presencia del concejo municipal, Conrado Grebel volvió a pedir cambios en la misa. Zwinglio respondió, «Mis señores [el concejo] decidirán cómo proceder en relación con la misa». La respuesta de Simón Stumpf, otro del grupo radical, subraya la diferencia fundamental entre ellos y Zwinglio: «Maestro Ulrico, tú no tienes autoridad para poner esta decisión en manos de mis señores, pues la decisión ya está tomada; el Espíritu de Dios lo decide» [5]. En el fondo, lo que estaba en juego era la libertad de una congregación de seguidores de Jesús para interpretar y obedecer la Palabra de Dios, sin la imposición de las autoridades —seculares o eclesiásticas. A partir de este incidente se enfrió notablemente la confianza que habían depositado en su maestro, Ulrico Zwinglio.

El tema principal de las discusiones entre Zwinglio y sus seguidores durante 1523 giraba en torno a la cuestión de la celebración eucarística, ¿seguirían con la misa tradicional o cambiarían a formas más evangélicas de comunión? En 1524 el tema bajo discusión llegó a ser el bautismo de infantes. Pero en este caso, al igual que en el anterior, la agenda escondida era realmente el carácter y el ejercicio de la autoridad espiritual. ¿Seguiría en manos de la elite eclesiástico-secular o sería restaurada al pueblo creyente?

Desde principios del año 1524, Guillermo Reublin y Juan Brotli, dos sacerdotes de Zurich, habían comenzado a predicar en contra de la práctica del bautismo de infantes y rehusaron bautizar a los recién nacidos en sus parroquias, sin el permiso previo de las autoridades. El concejo municipal de Zurich experimentó dificultades en sus esfuerzos por mantener la uniformidad religiosa en la región, ante la resistencia de la población en las aldeas rurales. Así que nada pudo hacerse para evitar que la actividad de los sacerdotes disidentes continuara durante todo el verano. En septiembre de 1524, el grupo disi­dente escribió cartas a Martín Lutero, Andrés Carlstadt y Tomás Muntzer. Se ha conservado solamente la carta a Tomás Muntzer, probablemente porque no pudo ser entregada, pues ya estaba involucrado en el levantamiento campesino. En esta carta hallamos por primera vez su interpretación del significado del bautismo.

«En lo que se refiere al bautismo … entendemos que ni siquiera un adulto debería ser bautizado sin la regla de Cristo, de atar y desatar. Las Escrituras nos dicen que el bautismo significa que por la fe y la sangre de Cristo, son lavados los pecados del bautizado; significa que uno está y debe estar muerto para el pecado; que se ha adquirido una nueva vida y un nuevo espíritu; y que será salvo con certeza, si por el bautismo interior se vive de acuerdo al verdadero sentido de la fe. El agua no reafirma y aumenta, pues, la fe, como afirman los eruditos de Wittenberg; y no es un consuelo particularmente grande ni el último refugio en el lecho de la muerte. Tampoco proporciona la salvación» [6].Aparentemente, el significado principal de este acto no se hallaba en el bautismo en sí, sino en la creación de una nueva clase de Iglesia, una comunidad concreta y libre de la dependencia en la autoridad civil para su establecimiento, en que los miembros se comprometen mutuamente a dar y recibir consejo fraternal en su seguimiento de Cristo. Y además, el simbolismo del lavamiento sólo tiene sentido en cuanto la realidad espiritual simbolizada, el andar en novedad de vida, también esté presente.

Mientras tanto, la agitación social suscitada por la suspensión de los bautismos de infantes siguió creciendo hasta que el concejo municipal ordenó la resolución del conflicto entre Zwinglio y sus seguidores. Tras un par de intentos fallidos, en que los argumentos de los opositores al bautismo de infantes sirvieron para consolidar aún más la opinión popular que respaldaba al grupo disidente, Zwinglio tomó la iniciativa para terminar estos esfuerzos de mediación y declaró «que sería no sólo imprudente, sino en verdad peligroso, tener más discusiones con ellos» [7].

El concejo dictaminó el 18 de enero de 1525 que todos los niños deberían ser bautizados dentro de un plazo de ocho días, y que los padres que rehusaran cumplir con esta ordenanza municipal serían desterrados. Tres días después, los extranjeros, Reublin, Haetzer, Brotli y Castelberger fueron expulsados de la ciudad. A Grebel y Mantz se les conminó a desistir de las «escuelas» que provocaban «agitación». En realidad, estas «escuelas» eran reuniones vespertinas celebradas en los hogares de los interesados. En ellas los lectores solían leer la Biblia e intercambiar opiniones sobre lo leído. Se reunían no sólo en Zurich sino también en los cantones cercanos. Es muy probable que también celebraran la cena del Señor en estas reuniones domésticas. En la carta a Muntzer, unos cuatro meses antes, Grebel y sus hermanos habían escrito, «La cena de la comunión fue instituida por Cristo e implantada por él. … Debe utilizarse pan corriente … Además debe utilizarse un vaso común. … Además no debería ser administrada por ti. … Porque la cena es una muestra de comunión, no una misa y un sacramento … porque nadie debe tomar para sí solo el pan de la comunidad. … Tampoco debe ser celebrada en templos … porque eso es lo que crea una falsa adoración. Debe ser celebrada a menudo y con frecuencia» [8]. Así que, al prohibir estas «escuelas», quedaron vedadas las reuniones que originaron los comienzos informales de las iglesias congregacionales anabaptistas [9].

El 21 de enero de 1525, a pesar del edicto del concejo municipal, los disidentes se reunieron en una «escuela» en la casa de Félix Mantz —como lo habían hecho en muchas ocasiones anteriores— para orar y buscar la dirección de Dios en esta nueva y angustiosa encrucijada en que se encontraban. Fue aquí cuando todos fueron bautizados «y así se consagraron juntos, … al nombre del Señor. Uno confirmó al otro en el servicio del evangelio y comen­zaron a enseñar la fe y a sostenerla. Con eso comenzó la separación del mundo» [10].

Extensión del anabautismo suizo [11]

La reunión de oración del 21 de enero de 1525 era fundamentalmente una reunión misionera. Los expulsados de la ciudad, especialmente los laicos, regresarían a sus lugares de procedencia donde encontrarían a conocidos dispuestos a recibir su mensaje. Dentro del espacio de seis meses establecieron pequeños grupos de simpatizantes a través de buena parte de la confederación suiza, y más allá de la frontera, en el extremo sur de Alemania. Al día siguiente, Juan Brotli, bajo sentencia de expulsión, bautizó en las afueras de Zurich y a la vista de todos a un nuevo creyente, rociándole con agua sacada de un charco. En el curso de la semana siguiente, Blaurock, Grebel y Mantz organizaron al grupo informal en Zollikon —una aldea situada a unos ocho kilómetros de Zurich— como una congregación anabaptista y bautizaron a unos treinta y cinco creyentes entre los pequeños agricultores de la zona, con sus esposas y algunos de sus peones. Mientras tanto, en Zurich seguía la ostentosa celebración litúrgica «reformada».

Guillermo Reublin, al que Zwinglio consideraba como «simple de espíritu, neciamente atrevido, charlatán y tonto»; y Juan Brotli, un ex-sacerdote que había dejado su parroquia para seguir a Zwinglio y que una vez casado se había establecido en Zollikon, donde vivía de la agricultura y donde hacía propaganda en contra del bautismo de infantes; se marcharon unos treinta y dos kilómetros hacia el norte a Waldshut y Schaffhausen, áreas afectadas por la reciente agitación campesina. Predicando en las cercanías de Waldshut, Reublin convenció a algunos de los miembros de la congregación de Hubmaier de recibir el bautismo. Y para la Semana Santa, Hubmaier y la mayor parte de su congregación fueron bautizados sobre la base de su profesión de fe. Hubmaier, uno de los pocos líderes anabaptistas con una formación teológica, se convirtió en uno de los principales escritores y apologistas del movimiento.

Grebel se marchó a Schaffhausen donde los resultados no fueron especialmente notables. Pero pudo bautizar por inmersión en el río Rin a Wolfgang Ulimann, natural de St. Gallen. En Appenzell y St. Gallen, en la parte orien­tal de Suiza, Hubmaier había estado predicando al aire libre unos dos años antes y compartiendo sus nuevas convicciones evangélicas. Ulimann regresó a su ciudad natal donde su padre era jefe de uno de los gremios en la ciudad y se puso a predicar a los tejedores. Cuando Grebel llegó a la ciudad, en abril, halló una respuesta extraordinaria a su predicación y el Domingo de Ramos bautizó a la orilla del río a unas doscientas personas. Luego de marcharse Grebel, Bolt Eberli —humilde campesino y predicador elocuente del movimiento anabaptista— logró reunir a «casi todos los ciudadanos, así como los agricultores de las cercanías … para oír … predicar el arrepentimiento y el bautismo de los renacidos» [12]. Eberli, detenido por las autoridades del cantón católico de Schwyz y quemado en la hoguera el 29 de mayo de 1525, fue el primer mártir entre los Hermanos suizos. En algunas de las aldeas rurales de St. Gallen y Appenzell —que gozaban de cierta autonomía— el movimiento anabaptista tuvo aún más éxito. En virtud de que los anabaptistas se oponían a los diezmos y los impuestos para el sostén de los pastores, algunos vieron en el movimiento una esperanza de alivio de cargas económicas y de mejoras sociales para los campesinos, aunque ésta no fue la intención primaria de los evangelistas disidentes. En consecuencia, alarmadas ante esta manifestación popular anabaptista, las autoridades de Zurich intervinieron para suprimir la disidencia. Juan Kern, el líder del movimiento en las aldeas, fue detenido en la noche por las fuerzas al servicio del obispo de St. Gallen y ejecutado en Lucerna. Se promulgó un edicto que prohibía la celebración de reuniones en la ciudad y sus cercanías. Se fijaron multas para los que practicaran el rebautismo, y se formó una milicia especial para reprimir cualquier rebelión. Como Ulimann siguió predicando, fue finalmente desterrado. Tres años más tarde, en 1528, fue arrestado y ejecutado por conducir a grupos de refugiados anabaptistas a Moravia.

Grebel había muerto víctima de la peste en el verano de 1526. Como prófugo que era, murió mientras evangelizaba en algún paradero desconocido en Suiza oriental, pero no sin antes haber padecido, junto con Blaurock y Mantz, seis meses de prisión. El 19 de noviembre de 1526 el ayuntamiento de Zurich aprobó una nueva ley que castigaba con la pena de muerte no sólo los actos de rebautismo —como había decretado el edicto del 7 de marzo— sino también la mera asistencia a las predicaciones de los anabaptistas. Unas semanas más tarde fueron capturados Mantz y Blaurock. Se les acusó de formar comunidades eclesiales, de enseñar la no-violencia, el compartimiento de los bienes y el rebautismo; pero, para las autoridades era aún más preocupante el tumulto y la discordia social que el anabautismo estaba creando en el pueblo. Mantz fue sentenciado a morir ahogado y Blaurock, como no era ciudadano de Zurich, fue condenado al destierro perpetuo, tras ser azotado por todas las calles de la ciudad. En una escena sumamente vergonzosa, Mantz fue ahogado en el río Limmat: fue el primer mártir disidente muerto a manos del protestantismo establecido. Es significativo que las autoridades no hicieran nada para hacer callar a su madre y su hermano que, en alta voz, le animaron a mantenerse firme durante todo el camino a su ejecución. Se trataba de una acción decididamente antipopular.

En consecuencia, a principios de 1527, el movimiento anabaptista se encontraba amenazado por la desintegración. Con sus principales voceros muer­tos, o desterrados y viviendo en la clandestinidad como prófugos de la ley, la existencia misma del naciente movimiento peligraba por varias razones. Por una parte, la iglesia establecida arremetía, no sólo con medidas de represión violenta, sino también exponiendo lo que consideraban como doctrinas nocivas y divisorias. Por otra, el movimiento mismo carecía de homogeneidad. Debido a su carácter popular, no faltaron ciertos excesos emocionales y morales entre sus adeptos. Y, como resultaba sumamente peligrosa una identificación plena con el movimiento, muchos simpatizantes cedieron a la tentación espiritualista, alegando que la verdadera fe es espiritual, restando así importancia a las formas concretas del seguimiento de Cristo. Frente a estas amenazas, la reunión de líderes del movimiento a fines de febrero de 1527, en la aldea de Schleitheim en la frontera entre Suiza y Alemania, fue determinante para definir la identidad esencial de un movimiento que, sin estructuras formales y sin medios de comunicación más que la palabra viva de sus predicadores itinerantes, crecía rápidamente entre las clases artesanales y campesinas.

La primera decisión de Schleitheim tenía que ver con el significado de la «libertad del Espíritu y de Cristo». Para algunos esto significaba libertad para el fanatismo y la licencia moral. Para otros implicaba una libertad para que los espiritualmente iluminados continuaran en las prácticas de la iglesia establecida, participando de sus sacramentos, jurando lealtad a las autoridades y tomando las armas bajo sus órdenes. Los Hermanos rechazaron ambas alternativas.

Frente a otras tradiciones, el consenso de Schleitheim define en siete artículos las principales características de esa comunidad de «todos aquellos que desean andar en la resurrección de Jesucristo». El bautismo era un pacto libremente asumido con Dios y con hermanos y hermanas comprometidos a apoyarse mutuamente en su seguimiento de Jesús. La cena del Señor era símbolo de la comunión «del cuerpo de Cristo, la comunidad de Dios, cuya cabeza es Cristo». Este movimiento se concebía a sí mismo como una comunidad de contraste, una auténtica alternativa a la cristiandad medieval de su época. Los pastores debían ser personas íntegras, de «buen testimonio de los extraños a la fe», llamados y sostenidos por sus propias congregaciones, sirviendo para la edificación de la comunidad. El documento dedica la mitad de su espacio a los artículos seis y siete, que tratan la coacción violenta y el juramento de lealtad, los dos puntos en que más se distinguía de la cristiandad establecida. La articulación de estos puntos se basa en una lectura deliberadamente sencilla de las palabras y el ejemplo de Jesús en los Evangelios. Pero en el fondo estaba la convicción de que, mientras la coacción se empleaba en la esfera secular, la dinámica social en el reino de Cristo sería radicalmente distinta. Y en cuanto al juramento, que servía de base para conservar las estructuras sociales en la cristiandad medieval, se afirmaba que las relaciones en la comunidad de Cristo se aseguraban mediante la palabra empeñada en un compromiso mutuo libremente asumido por amor. En el fondo, la lectura de la Biblia que hacían los Hermanos suizos les condujo a una visión maravillosa de un Dios que actúa independientemente de las estructuras establecidas ­eclesiásticas y seculares —para salvar a los marginados y necesitados. Encontraban la salvación sin recurrir a los sacramentos controlados por el clero oficial, sin someterse a las estructuras injustas de la cristiandad, controladas por un contubernio entre la autoridad civil y la eclesiástica. En fin, toda su protesta respondía a un profundo deseo de restituir la Iglesia de Dios a los pobres y marginados.

Los artículos de Schleitheim circularon entre las comunidades anabaptistas en Suiza, junto con otro documento escrito por el mismo redactor, que consistía en una breve guía para el ordenamiento congregacional. Una breve transcripción nos ayudará a comprender más claramente el carácter del movimiento.

1. Los hermanos y hermanas deben reunirse por lo menos tres o cuatro veces por semana. Deben ejercitarse en las enseñanzas de Cristo y de sus apóstoles, y exhortarse unos a otros, con sinceridad, a permanecer fieles al Señor, tal cual han formulado votos. 2. Cuando los hermanos y hermanas se reúnan deben llevar algo para leer. Aquél a quien Dios haya dado la mejor inteligencia lo explicará. Los otros deberán mantenerse en silencio y escuchar, para que dos o tres no mantengan una conversación privada e incomoden a los demás. El Salterio será leído diariamente en sus hogares. 3. Nadie debe ser frívolo en la comunidad de Dios, ni con palabras ni con obras, y todos deben mantener una buena conducta, aun delante del pagano. 4. Cuando un hermano vea errar a su hermano, deberá amonestarlo cristiana y fraternalmente, según la orden de Cristo (Mateo 18), tal cual todos y cada uno tienen el deber y la obligación de hacerlo. 5. Ninguno de los hermanos y hermanas de esta comunidad debe tener algo propio, sino —como los cristianos en el tiempo de los apóstoles— tener todo en común, del cual se podrá prestar ayuda a los pobres, de acuerdo con las necesidades que tenga cada uno. Y, como en la época de los apóstoles, no permitirán que ningún hermano pase necesidades. 6. Toda gula debe ser evitada entre los hermanos, cuando se reúnan en la comunidad. Se servirá una sopa, o lo menos posible de verdura y carne, porque comer y beber no es el Reino de los cielos. 7. La cena del Señor se celebrará cada vez que los hermanos se reúnan, proclamándose así la muerte del Señor y exhortando de esta manera a todos a conmemorar cómo Cristo dio su cuerpo y derramó su sangre por nosotros, a fin de que nosotros también estemos dispuestos a brindar nuestro cuerpo y vida por amor a Cristo, lo que significa: por amor a todos nuestros semejantes [13].

Dentro de un mes, Miguel Sattler, el protagonista rector de Schleitheim y redactor del convenio, fue detenido junto con trece hermanos más por las autoridades austríacas y, tras una verdadera parodia de proceso judicial, fueron sentenciados a muerte. Sattler había sido prior de un monasterio benedictino en la Selva Negra al sur de Alemania. Había sido encarcelado en marzo de 1525 con el grupo de Zurich y, luego de ser liberado, volvió junto con Guillermo Reublin a pastorear los conventículos anabaptistas en el suroeste de Alemania. Entre las acusaciones estaba la iniciación de «una nueva e inaudita manera de celebrar la Santa Comunión», seguramente una referencia a las cenas celebradas en las casas de la gente humilde. Tres acusaciones giraban en torno a la desobediencia civil, el rechazo del juramento de lealtad, y la no-violencia: actividades juzgadas como subversivas. La severidad de la sen­tencia refleja, no sólo la crueldad de la época, sino también la seriedad con que las autoridades percibían la amenaza anabaptista. No era cuestión de meras doctrinas y ritos novedosos. Se trataba de una nueva visión de la Iglesia, que disminuía el control de las autoridades y lo restituía al pueblo humilde. Fue tan grande la oposición popular contra la detención de Sattler que las autoridades tuvieron que reforzar la guardia y trasladar el proceso, primero a Binsdorf, y luego a Rottenberg. «»En el caso del procurador de su Majestad contra Miguel Sattler, se ha dictaminado que Miguel Sattler será entregado al verdugo. Este lo llevará a la plaza, en donde le cortará la lengua; luego lo clavará a un carro y allí desgarrará dos veces su cuerpo con tenazas al rojo; y luego de haber sido conducido fuera de las puertas de la ciudad, se repetirá cinco veces esto». Cuando se hubo ejecutado esto, lo quemaron por hereje hasta que quedo reducido a cenizas. Sus hermanos fueron ejecutados con espada y las hermanas ahogadas. Su esposa … fue ahogada después de algunos días» [14].

El anabautismo huteriano en Austria y Moravia

El 7 de enero de 1527, una hora después de la ejecución de Mantz, Jorge Blaurock fue expulsado de Zurich a punta de azotes. Sacudiendo el polvo de sus pies, se marchó hacia la frontera oriental de Suiza de donde era oriundo, hacia la zona minera del Tirol. A esta zona había llegado un número considerable de extranjeros para explotar las minas. Esta inmigración masiva había ocasionado la ruptura de las estructuras tradicionales de organización social y atención parroquial, resultando en una agitación sociopolítica considerable. En mayo de 1525 hubo un intento de parte de una coalición de campesinos, mineros y artesanos, encabezada por Miguel Gaismair —un pequeño burgués— para formar una alianza obrera de tipo igualitario. Después de negociar con las autoridades, fueron aceptadas ciertas demandas de los mineros y los pequeños propietarios. Pero los peones del campo, los jornaleros urbanos y la demás gente sin medios quedaron insatisfechos y se rebelaron de nuevo [15]. En este contexto surgió el anabautismo tirolés.

La evangelización anabaptista respondió a estas mismas inquietudes sociales y atrajo a nuevos adherentes de todas las clases sociales. La alta proporción de artesanos y mineros concentrados en esta zona hacía que muchos de los nuevos anabaptistas también procedieran de este grupo, al igual que de la clase campesina [16]. Juan Hut —el ferviente evangelista anabaptista— trabajó en la zona y bautizó a Leonardo Schiemer y Juan Schlaffer (ex-fraile franciscano y ex-sacerdote, respectivamente): nuevos líderes en el movimiento que fueron detenidos y ejecutados luego de sólo seis meses de notable actividad anabaptista. Blaurock bautizaba nuevos convertidos y establecía congregaciones en la zona hasta su detención, tortura y ejecución en la hoguera en septiembre de 1529. Bajo el archiduque Ferdinando, las autoridades fueron muy severas en reprimir a los anabaptistas. Organizaron una milicia especial comisionada con la tarea de «cazar a los anabaptistas», con jueces especiales encargados de aplicar la pena de muerte en todos los casos.

La severidad de esta persecución contribuyó a un auténtico éxodo de refugiados desde estas áreas en Austria hacia Moravia donde los nobles eran mucho más tolerantes de los anabaptistas. Entre los refugiados, en el verano de 1526, se encontraban los anabaptistas de Waldshut, Baltasar Hubmaier y su esposa, que tras una larga itinerancia finalmente encontraron un lugar de relativa seguridad y tolerancia bajo los señores de Liechtenstein. En Nicolsburgo, Hubmaier se dedicó a convertir una congregación luterana en anabaptista, con la ayuda de los refugiados que estaban llegando constantemente. En menos de un año, Nicolsburgo se había convertido en un centro del movimiento, contando con unos doce mil anabaptistas.

Ante la amenaza inminente de los turcos en el este de Europa, las autoridades austríacas y alemanas se preparaban para defenderse. Por esta razón, la no-violencia de los anabaptistas era interpretada como sedición. También estaba la cuestión de los impuestos militares. Hubmaier, que había iniciado su actividad como anabaptista bajo los auspicios de las autoridades seculares en Waldshut, tendía a apoyar a los gobernantes que simpatizaban con el movimiento anabaptista. Por lo tanto, respondió positivamente a la política impositiva de las autoridades seculares. En esta coyuntura llegó Juan Hut —el evangelista anabaptista, celoso y algo apocalíptico— a Nicolsburgo, y comenzó a denunciar el pago de los impuestos militares. También hubo otras diferencias y en mayo de 1527 debatieron estas cuestiones en la congregación en Nicolsburgo. Los refugiados que seguían llegando de Austria, gracias a su trasfondo tirolés, eran mucho más radicales en su visión sociopolítica y económica. Algunos favorecían la práctica de una comunidad de bienes. Éstos también asumieron una postura no-violenta, cosa que a las autoridades les parecía una falta de responsabilidad frente a la amenaza turca. Las simpatías de Hut estaban claramente con los refugiados recién llegados de los valles mineros del Tirol. El conde de Liechtenstein respondió encarcelando a Hut y respaldando a Hubmaier. Hut se escapó con la ayuda de simpatizantes, pero el grupo había quedado dividido entre los schwertler (los que llevaban espada) y los stabler (los que sólo llevaban bastón).

De todos los anabaptistas Juan Hut fue sin duda el que influyó más ampliamente en el movimiento. Se ha señalado que Hut atrajo a más personas al movimiento anabaptista durante los últimos dos años de su ministerio, que todos los demás itinerantes anabaptistas juntos [17]. Exiliado por rehusarse a bautizar a los niños, pasó los últimos cuatro años dedicado a la evangelización itinerante hasta su muerte violenta a manos de las autoridades en Augsburgo, en diciembre de 1527. Había sido testigo ocular de la matanza de los campesinos en Frankenhausen en 1525. En mayo de 1526 fue bautizado por Juan Denck. Su ardiente expectativa apocalíptica de una inminente intervención divina añadía a su mensaje un elemento de marcada urgencia. Su orientación profundamente mística, aprendida de Tomás Muntzer, le ayudaba a comprender el misterio del sufrimiento, marca característica del seguidor de Jesús. Para Hut, el seguimiento de Jesús incluía una actitud desprendida hacia los bienes y una profunda compasión hacia sus semejantes. En Augsburgo, por ejemplo, bajo el estímulo de Hut se organizó la comunidad anabaptista sobre la base de la ayuda mutua, con el resultado de que creció rápidamente, atrayendo a los inmigrantes necesitados procedentes de otros lugares [18].

Hacia fines de 1526, el temible archiduque Ferdinando fue también elegido gobernante de Moravia y, frente a la amenaza turca y a la luz del peligroso radicalismo anabaptista, determinó acabar con el movimiento. Logró la captura de Hubmaier en el otoño de 1527, y ni siquiera su protector, el conde de Liechtenstein, pudo evitarlo. Fue sometido a crueles torturas y largos interrogatorios antes de ser condenado por herejía y sedición y sentenciado a una ejecución pública en la hoguera, el 10 de marzo de 1528. Para demostrar su misericordia, el verdugo le puso pólvora en su barba y cabello, a fin de aligerar su muerte. Su esposa, fiel hasta el fin, fue ahogada a los pocos días. Con la muerte de su líder espiritual, el partido de los schwertler finalmente estaría destinado a desaparecer.

En la primavera de 1528, el conde de Liechtenstein ordenó el exilio de los stabler de sus tierras. El grupo, que contaba con unos doscientos adultos más sus familias, se marchó bajo circunstancias muy precarias. En el camino ex­tendieron una chaqueta en el suelo y «todos libremente depositaron, sin coer­ción ni presiones, lo que tenían para el sostén de los necesitados» [19]. Finalmente, después de tres semanas de peregrinación, los señores de Kaunitz les cedieron tierras donde vivir y trabajar en Austerlitz y posteriormente en Auspitz. En 1529 Jacobo Hutter, que se había convertido en líder del movimiento radical en el Tirol, llegó a Moravia buscando un lugar de refugio para los anabaptistas perseguidos. Favorablemente impresionado, volvió al Tirol de donde envió repetidamente nuevos grupos de refugiados, antes de trasladarse él también a Auspitz. La represión oficial era tan severa que las comunidades huteritas se dividían en agrupaciones pequeñas para no atraer la atención de los agentes imperiales. Hubo épocas cuando sobrevivieron escondiéndose entre las montañas y refugiándose en cuevas que cavaron en la tierra. Para el año 1535 la persecución era tan intensa que la comunidad le pidió a Hutter que se ausentara, a fin de salvar a la comunidad. Volvió al Tirol, esperando que la persecución hubiera mermado, pero fue sorprendido y arrestado junto con su esposa. Finalmente, fue juzgado y cruelmente torturado por las fuerzas de represión imperial antes de ser quemado en la hoguera el 25 de febrero de 1536.

Las prácticas económicas comunitarias de los huteritas seguramente surgieron del movimiento radical tirolés; con antecedentes en la visión de Miguel Gaismair; en el mensaje radical del evangelista anabaptista Juan Hut; y en los comienzos anabaptistas en Zurich, sirviendo de eslabón en este proceso Jorge Blaurock. Lo que en un momento de gran necesidad había sido una medida de emergencia —tras su expulsión de Nicolsburgo— se convirtió en una visión rectora con fundamento bíblico y teológico. «Se practicó la comunidad cristiana de bienes, de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, tal como Cristo vivió con sus discípulos y como también practicó la primera Iglesia apostólica. Nadie podía estar por encima de los demás. Los que antes habían sido pobres o ricos, ahora tenían una bolsa, una casa y una mesa común» [20]. En la motivación huteriana fue fundamental su experiencia de Gelassenheit, el rendirse a Dios y, por extensión, entregarse a sus semejantes. Esta entrega radical también incluía la propiedad, que se consideraba como una extensión de la persona misma (propio-propiedad). «Todo hermano o hermana debe entregarse por completo a la comunidad, en cuerpo y alma, en Dios, y compartir todos los dones recibidos de Dios … a fin de que los necesitados de la comunidad reciban [lo que les haga falta], como los cristianos en el tiempo de los apóstoles» [21]. Las diferencias entre las clases sociales también fueron efectivamente superadas. «Nadie quedaba sin tareas. Todos hacían lo que les había sido encomendado y lo que deseaban y podían hacer. Y si un hermano había sido antes noble, rico o pobre, aprendía —aun los sacerdotes— a reali­zar los trabajos y las obras que les tocaban» [22].

Entre 1555 y 1595 las comunidades anabaptistas en Moravia florecieron gozando de un período sorprendentemente libre de persecución, mientras que en otras partes de Europa los radicales fueron el blanco de una enérgica campaña de la contrarreforma católica. Durante estos años enviaron misioneros a muchas parte de Europa con su mensaje evangélico radical. El éxito de su misión probablemente se debió más a su valentía en el martirio que a la elocuencia de sus palabras. Se ha estimado que un 80% de los enviados murieron como mártires [23]. Las comunidades en Moravia crecieron mediante nuevos conversos y la llegada constante de refugiados de otras partes de Europa. Formaron nuevas colonias, tanto en Moravia como en Eslovaquia y Hungría. Se ha estimado que había unas cien comunidades con un total de 20.000 a 30.000 miembros.

Durante este período de paz, las comunidades huteritas florecieron y llegaron a crear una auténtica alternativa a las expresiones sociales contemporáneas. Crearon un sistema de educación popular que tuvo como resultado una tasa de alfabetización del 100%, un siglo antes de las innovaciones educativas de Comenio que contribuyeron al desarrollo de una filosofía de la educación moderna. Organizaron una comunidad de producción en que las tareas se repartían en forma complementaria, dos siglos antes de las innovaciones de la Revolución Industrial. También lograron organizar los servicios administrativos, contratados mediante convenios libres, a pesar de vivir en un contexto feudal. Sus logros culturales incluyeron la medicina, donde se destacaron de manera notable. Los médicos personales, tanto del emperador Rodolfo II, en el año 1582, y del cardenal Francisco Von Dietrichstein, ambos fueron huterianos. Sus artes manuales, de alfarería y cerámica, fueron codiciadas en toda Europa. Su producción literaria durante este período, que incluía entre otras su monumental Crónica huteriana, fue también notable. Tan valiosos eran los aportes del movimiento anabaptista que los príncipes católicos olvi­daban su deber de perseguirlo, y hasta les eximían de los impuestos bélicos [24].

La Crónica huteriana describe sus actividades comunitarias de esta mane­ra: «Todos trabajaban … para provecho de la comunidad, para sus necesidades, ayuda y apoyo, siempre que fuera necesario. Esta no era otra cosa que un perfecto cuerpo, compuesto de miembros vivientes y útiles, que se comple­mentaban los unos a los otros en el servicio. Era como el artístico mecanismo de un reloj, en el cual una rueda y una pieza hacen funcionar, apoyan, ayudan y mantienen en funcionamiento otras piezas, dentro del propósito para el cual han sido creadas; sí, como … las abejas, que se congregan en su colmena común y trabajan juntas, … hasta que completan su preciosa obra de dulce miel, no sólo en la cantidad que necesitan para su alimentación, existencia y necesidades, sino para compartir su uso con la gente. Así sucedía allí» [25].

La relativa paz de esta «edad de oro» terminó en los últimos años del siglo XVI, cuando las autoridades renovaron sus esfuerzos para reprimir esta «here­jía». Durante la primera mitad del siglo XVII fueron víctimas, tanto de los cristianos como de los turcos. Se llevó a cabo con gran intensidad una campaña de recatolización encabezada por los jesuitas. Las comunidades que sobrevivieron emigraron hacia el este a Transilvania y Ucrania. Finalmente, los vestigios de lo que había sido un floreciente movimiento socioespiritual alternativo, se trasladaron a los Estados Unidos y a Canadá en la década de los 1870.

 


1. Debe señalarse que en el grupo había por lo menos cuatro hombres con ordena­ción sacerdotal: Jorge Blaurock, Guillermo Reublin, Juan Brotli, y Simón Stumpf. El texto implica que todavía no había una persona comisionada para cumplir funciones pastorales en la nueva comunidad en vías de constituirse en Iglesia libre. Además de ser rebautizador, el nuevo movimiento anabaptista también era reordenacionista. Su visión de la ordenación, al igual que del bautismo, no era sacramentalista, sino simbólica y guardaba una estrecha relación con la realidad simbolizada. Tanto la ordenación como el bautismo sólo tienen sentido en el contexto de una comunidad de seguidores de Jesús.

2. Para justificar estas medidas represivas extremas se echaba mano del código de Justiniano, que establecía la pena de muerte para combatir el rebautismo entre los donatistas en Africa del Norte en el siglo V. La ofensa no se consideraba como una simple ofensa religiosa por bautizar, ser bautizado, o por asistir a reuniones anabaptistas. Las autoridades consideraban la ofensa como un acto de sedición, una desobediencia a las leyes establecidas o, en el caso de reincidir, perjurio. Así que, una ofensa religiosa se convertía en delito civil.

3. John Howard Yoder, comp.: Textos escogidos de la reforma radical, Buenos Ai­res, La Aurora, 1976, pp. 148-151.

4. Comelius J. Dyck, ed.: An Introduction to Mennonite History, Scottdale, PA, Herald, 1967, pp. 26-35.

5. Ibíd., p. 29.

6. Yoder, op. cit., p. 138.

7. George Huntston Williams: La reforma radical, México, Fondo de Cultura Eco­nómica, 1983, p. 147.

8. Yoder,op. cit., pp. 135-136.

9. Williams, op. cit., p. 149.

10. Yoder,op. cit., p. 151.

11. Dyck, op. cit., pp. 36-43.

12. Williams, op. cit., p. 157.

13. Yoder,op. cit., pp. 165-166.

14. Ibíd., p. 176.

15. Williams, op. cit., pp. 104-105.

16. Ibíd., p. 196.

17. Dyck,op. cit., p. 48.

18. Williams, op. cit., p. 194.

19. Dyck, op. cit., p. 54.

20. Yoder, op. cit., p. 297.

21. Ibíd., pp. 280-281.

22. Ibíd., p. 300.

23. Williams, op. cit., p. 463.

24. Yoder, op. cit., p. 280.

25. Ibíd., p. 300.