Colección de lecturas
 

PDF Enemigos que se aman

El reino al revés
por Donald B. Kraybill


The Upside-Down Kingdom
Copyright © 1878, 1990 Herald Press (Scottdale, EEUU)
Traducción: Marta J. de Mejía
Copyright © 1995 Ediciones SEMILLA (Guatemala)
Reproducido aquí con permiso.



9. Enemigos que se aman

El padre tonto

La violencia es anticuada en el nuevo reino, donde el amor ágape se convierte en la nueva forma de gobierno. Ágape en griego significa amor incondicional y con frecuencia define el amor de Dios. El amor ágape es un amor totalmente despojado de egoísmo, opuesto a los patrones del mundo; es un amor que trasciende la pasión, la amistad y la benevolencia. Va más allá del interés propio. Es el amor que actúa, que ama a los que son difíciles de amar, aun a los enemigos. La compasión, la generosidad, el perdón y la misericordia constituyen la esencia del ágape [1].

Ágape nace y fluye del corazón del rey del reino, quien es un padre amoroso. Sus súbditos no son esclavos, sino hijos. ellos no dicen: «Sí, su Majestad», sino cariñosamente lo llaman abba, o sea «Papi». En este nuevo orden, los ciudadanos aman generosamente porque un Padre lleno de gracia los abruma con su amor. El amor divino despierta el amor en sus corazones. ¿Qué clase de Padre provoca tal amor?

Para responder a escribas y fariseos que se quejaban porque comía con los pecadores, Jesús relata una historia que demuestra cómo es el amor de Dios.

Dios, los pecadores y los fariseos se ven reflejados en la narración a través de un padre, un hijo que abandona su hogar, y un hermano resentido (Lucas 15:11-32) [2]. ¿Cómo es Dios? Esta es la pregunta central de parábola. Jesús sugiere que Dios es como este padre insensato.

De acuerdo a la costumbre judía, el más joven de los hijos tenía derecho a una tercera parte de los bienes de su padre. Las riquezas podían heredarse en dos formas: por testamento después de la muerte del padre, o como donación en vida. En contraste a la cultura occidental, si el hijo recibía la propiedad como donación, no podía disponer de ella hasta después de la muerte del padre. Disponer de ella mientras el padre viviera equivalía a tratarlo como inexistente, como un cadáver. Las costumbres judías demandaban que los hijos honraran a sus padres obedeciéndolos y sosteniéndolos económicamente.

Así pues, la falta de respeto de este hijo hacia su padre era tan mala como el vicio en que cayó mientras estaba lejos. este joven violó las costumbres culturales. Abandonó a su padre y dilapidó su fortuna, de manera que jamás podría ayudarlo económicamente en el futuro. ¡Trataba a su padre como si estuviera muerto! Esta era la conducta más grosera que un hijo podía tener hacia su padre.

Acumulando insulto tras insulto, el hijo termina cuidando cerdos. Este trabajo estaba prohibido en la cultura judía, que consideraba que los cerdos eran animales inmundos en los que habitaban demonios. El hijo no sólo toma este trabajo degradante, sino se identifica con los cerdos al desear comer lo que ellos comían. Había caído hasta el fondo del pozo social. ¡Imagínense la vergüenza del padre! Es seguro que los escribas del pueblo lo miraban con desdén. ¿En primer lugar, por qué entregó a su hijo su herencia siendo éste tan joven? La gente se ha de haber muerto de risa. El hijo había manchado la reputación, la estima y el honor del padre. Tal padre, ciertamente, era incapaz de dirigir o dar consejo sabio en la sinagoga.

Para vindicarse, un buen padre habría deplorado tal conducta públicamente. Un padre sabio no se haría el desentendido, ni aprobaría esa flagrante desobediencia. Legalmente desheredaría al hijo. Indudablemente eso es lo que habría hecho un padre prudente, pero no este padre. No se defiende. No ofrece ninguna satisfacción para proteger su status social. No corre tras u hijo con un equipo de búsqueda. Le otorga libertad para partir. El amor por su hijo es más fuerte que su propia necesidad de aprobación social. Además, pacientemente espera el retorno de su hijo. Nunca se olvida de él. Otea el camino todos los días, esperando, aguardando, confiando.

Finalmente el hijo «vuelve en sí». En el arameo, esta frase sugiere arrepentimiento. Finalmente se da cuenta de la estupidez de sus propios caminos y se arrepiente. Regresa a su hogar esperando lo peor. Sabe con cuanta severidad reaccionan los padres cuando han sido públicamente deshonrados. Así que vuelve confesando, rogando a su padre que lo acepte como un sirviente.

Podríamos esperar varias reacciones de un padre judío al ver a su hijo regresar a casa salpicado con estiércol de cerdo. Un padre justo y equitativo habría cerrado la puerta, desconociendolo como hijo. Al menos pediría a su hijo que se bañara antes de someterse a la crítica del pueblo. Investigaría los detalles de su desviación antes de tomar acción. La justicia prescribía castigo para enseñar una lección al muchacho. El látigo tal vez hubiera sido conveniente. Tal vez este ingenuo debiera servir por algún tiempo como esclavo. Esto, al menos, permitiría comprobar su sinceridad.

El padre rechaza todas estas soluciones justas y llenas de sentido común. Tontamente recibe con beneplácito al sinvergüenza y aun extiende delante de él ocho alfombras rojas para que entre.

  • No espera que el hijo llame a la puerta. Su amor y compasión le impulsa a correr a su encuentro. No era usual que una persona mayor corriera. El padre no tenía idea qué diría el hijo. Correr a su encuentro podría significar que respaldaba sus vicios.
  • Luego el padre abraza al muchacho, rompiendo aun otra regla de etiqueta social. Abrazar era considerado poco digno para una persona mayor.
  • Sigue un beso, símbolo bíblico del perdón. El padre limpia la pizarra, borrón y cuenta nueva. Al hijo que viene de una pocilga, lo recibe no como un esclavo, no como jornalero, sino como a hijo.
  • La siguiente señal de bienvenida proclama que el hijo es huésped distinguido. Se le viste con el mejor traje. Esto era símbolo de alta distinción, reservado para los huéspedes reales, no para los hijos desobedientes.
  • En seguida se le ofrece un anillo-sello, símbolo de autoridad. Regresa, no como un estigmatizado en libertad bajo palabra, sino como alguien digno de ostentar poder y prestigio.
  • Se le calza con zapatos, símbolo también de alta jerarquía. Sólo los hombres libres usaban zapatos. Los esclavos caminaban descalzos. El hijo retornaba como una persona libre, y los sirvientes lo servirían.
  • Un becerro gordo es sacrificado. La carne se reservaba para ocasiones muy especiales. El hijo que ayer comía con los cerdos, ahora cena carne en la mesa de su padre.
  • No se oye el chasquido de ningún látigo; por el contrario, el aire se llena de música y danzas. Es tiempo de celebrar la resurrección del hijo que había muerto. Un pecador ha llegado a casa. ¡Es día de fiesta!

Este perdón incondicional ofende al hijo mayor. El demanda justicia y equidad. ¿Dónde está el castigo que merece este sinvergüenza que ha dilapidado la fortuna de su padre? ¿Dónde está la fiesta que hace tiempo debiera haberse celebrado en honor suyo por los años de laboriosa fidelidad en los campos? Resentido el hijo mayor llama a su hermano «este tu hijo». El padre responde: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas». A semejanza de los escribas y fariseos, el hijo mayor enfurecido rehúsa unirse a la fiesta... y se pierde, precisamente en el mismo momento en que es hallado el hijo que se había perdido.

Dios es como este padre al revés. Dios perdona generosamente cuando nos arrepentimos. Dios es como este padre judío que recompensa con buena carne de res al hijo que por rebeldía antes comía carne de cerdo. En lugar de azotar al hijo que le ha traído desgracia, lo eleva al lugar más elevado de «huésped distinguido». Dios es como un padre que no pregunta nada, aun cuando ha sido tratado como inexistente, como si estuviera muerto. Este es el amor de Dios ilimitado, incondicional, sin segunda intención.

Tal Padre nos impulsa a actuar, como aquel hombre que encontró un tesoro en el campo, tal asombroso perdón nos eleva. Este dramático amor desata una reacción en cadena. Los hijos de tal amor quieren transmitir ese amor. Al igual que su Padre, se vuelven misericordiosos. Aman como Dios ama, y porque Dios les ha perdonado, ellos también pueden perdonar.

Lo que motiva la acción en el reino al revés es la gratitud hacia Dios. Las obras de bondad amorosa impulsadas por la misma bondad de Dios, encarnan y manifiestan visiblemente el cuidado amoroso de Dios por este mundo. Las obras meritorias que se realicen para ganar la salvación, son como trapos de inmundicia; pero las mismas obras impulsadas por el amor de Dios son ofrenda de olor fragante en el altar de la adoración.

Bájese de su cabalgadura

¿Cómo es el amor ágape? Si Dios es como un padre bobo, ¿es el amor ágape también algo tonto? Jesús expuso la nueva Torah de su reino con una historia que concretamente declara la naturaleza radical del amor al revés (Lucas 10:25-37) [3].

Comienza el relato de manera natural. Un hombre viaja por el serpenteante y desolado camino que conduce de Jerusalén a Jericó. La audiencia asume que el viajero es un compatriota judío. Las cuevas al borde del camino están infestadas de bandidos, de manera que los asaltos en despoblado no constituyen ninguna sorpresa.

Los sacerdotes y levitas usualmente transitaban este camino después de cumplir con sus obligaciones en el templo de Jerusalén. Y la multitud sabía que los sacerdotes y los levitas que obedecían escrupulosamente las leyes de pureza ceremonial, se contaminarían si tan sólo su sombra tocara un cadáver.

Este viajero, después de haber sido herido y golpeado, estaba casi muerto; por lo tanto, un sacerdote consciente evitaría hasta acercársele. La audiencia espera que la historia termine con una severa crítica contra la élite religiosa. Como muchas otras parábolas de Jesús, ésta también criticaría a los endurecidos líderes por su falta de compasión. La multitud espera que algún aldeano común se convierta en héroe al rescatar y auxiliar al compatriota judío herido. Tal final hostigaría a sacerdotes y levitas. ¡Un aldeano judío mostraría más compasión que los líderes religiosos!

Pero Jesús vuelve las expectativas al revés. Un samaritano, no un judío, surge como héroe. La audiencia está espantada. ¿Por qué es tan desconcertante un samaritano?

Amarga tensión dividía a judíos y samaritanos. Samaria quedaba entre Judea y Galilea. Los samaritanos emergieron alrededor del año 400 a.C. de los matrimonios mixtos entre judíos y gentiles. Los judíos los consideraban bastardos de media sangre. Los samaritanos tenían su propia versión de los libros de Moisés. Habían construido su propio templo en el monte Gerisim al norte de Jerusalén y proclamaban que su templo era el verdadero lugar de adoración. Los sacerdotes samaritanos trazaban su línea de sangre hasta el real sacerdocio del Antiguo Testamento.

Para la mentalidad judía, los samaritanos eran peores que los paganos, porque habían recibido alguna luz. Los samaritanos, aborrecidos y despreciados por los judíos, estaban en el fondo de la escalera social [4]. La Escritura testifica acerca del beligerante racismo entre ambos grupos. Juan 4:9 registra que «los judíos no se tratan con los samaritanos». Cuando los samaritanos rehúsan recibir a Jesús, Santiago y Juan se enojan tanto que ruegan a Jesús que destruya la aldea con fuego (Lucas 9:51-56). Los líderes judíos llaman a Jesús «un samaritano», sobrenombre despectivo reservado para los poseídos por los demonios (Juan 8:48).

Cuando Jesús tenía como doce años, algunos samaritanos penetraron subrepticiamente al templo en Jerusalén y diseminaron huesos humanos en el santuario. Esta horrible profanación inflamó las pasiones judías y el anti-samaritanismo. Era abominación que un judío comiera panes sin levadura elaborados por un samaritano y que comiera panes sin levadura elaborados por un samaritano y que comiera algún animal que un samaritano hubiera matado. Un rabino dijo: «Quien coma pan de un samaritano es como quien bebe la sangre de un puerco» [5].

Los matrimonios mixtos eran totalmente prohibidos. Los judíos creían que las mujeres samaritanas menstruaban perpetuamente desde la cuna, y que por lo tanto, sus maridos eran perpetuamente inmundos. La saliva de una mujer samaritana era inmunda. Una aldea entera era declarada inmunda si una mujer samaritana permanecía allí. Cualquier lugar en que durmiera un samaritano era considerado inmundo; así como cualquier alimento o bebida que tocaras ese lugar. Otro rabino dijo que los samaritanos «no tienen ley, ni vestigios de ninguna ley, y por lo tanto, son corruptos y despreciables» [6]. Los samaritanos con frecuencia atacaban a los judíos galileos que iban de peregrinación a Jerusalén. Los judíos devotos consideraban a los samaritanos peores enemigos que los romanos, porque estos media sangre se burlaban de la fe judía al practicar una religión rival en la tierra santa de Dios.

Jesús dejó estupefactos a los judíos cuando dijo que un samaritano, un enemigo despreciable, se había detenido para auxiliar a la víctima. Si Jesús quería enseñar acerca del amor al prójimo, el héroe del relato podría haber sido otro judío; mejor aún, ¿por qué no contar una historia donde un judío rescata a un samaritano? Eso hubiera sido alentador: los buenos ayudando a los malos. Pero en esta historia ¡el villano se convierte en héroe!

¡Qué conmoción! Lo que la multitud daba por hecho sufre un pavoroso sacudimiento. Lo que antes había sido considerado sólido, resulta con grandes grietas. Los juicios dogmáticos, las conclusiones establecidas, y lo que convencionalmente se creía correcto, súbitamente se vuelve al revés [7]. La audiencia se enfrenta a hechos contradictorios. Los líderes judíos actúan sin compasión, mientras un vil samaritano se comporta como prójimo. El sacerdote y el levita, representando al templo judío, rehúsan ayudar debido a estipulaciones religiosas. El samaritano, representando al templo rival, desafía las prescripciones ceremoniales y ofrece ternura.

El aceite y el vino se usaban con frecuencia como ungüento y antiséptico; pero se consideraban contaminados si los tocaba un samaritano. En el templo de Jerusalén se almacenaban en un lugar santo el aceite sagrado y el vino, y solamente se usaban en ocasiones especiales como elementos sacrificiales. Solamente el sacerdote oficiante podía tocar el aceite sacro y el vino. En esta historia, un extranjero contamina los sagrados emblemas con sus manos y luego los usa para sanar al enemigo judío. ¡Esta es la verdadera adoración, este es el sacramento genuino!

El samaritano vierte generosamente los elementos en su oponente, y ¡ni siquiera los diezma para obedecer el procedimiento judío correcto! A semejanza del amor de Dios, el aceite y el vino no están restringidos para gente especial en los lugares santos, sino se comparte libremente, aun con los enemigos.

En los evangelios sólo dos veces se le pregunta a Jesús cómo puede heredarse la vida eterna. La primera vez, Jesús aconseja al joven rico: «Vende todo lo que tienes, dalo a los pobres ... y ven, sígueme». La segunda vez, Jesús relata la historia de El buen samaritano para explicar el amor del reino a un sofisticado abogado judío. Esta historia al revés constituye la respuesta apabullante de Jesús a la interrogante planteada por el abogado, «Maestro, ¿haciendo qué cosas heredaré la vida eterna?» y «¿Quién es mi prójimo?»

La historia aclara lo que es el amor ágape de varias maneras:

  1. Agape no es discriminatorio. El amor del reino convierte en ridícula la pregunta del abogado, «¿Quién es mi prójimo?» Jesús enseña que el amor no discrimina, sino que trasciende la obligación. Los agentes de ágape no trazan lineas de responsabilidad y exclusión. La respuesta a la pregunta del abogado es obvia. Si por definición, aun los enemigos son nuestro prójimo, entonces ciertamente cualquiera menos hostil merece la asistencia del amor ágape.

En otras palabras, la pregunta «¿Quién es mi prójimo?» es redundante. El relato define que todos, aun mis enemigos, son mi prójimo. El término «prójimo» es inclusivo para todos en el reino al revés. Las categorías de amigo y enemigo se desvanecen, ya que todos son mi prójimo. Tratamos como prójimo aun a aquellos hacia quienes no tenemos ninguna obligación de tratar amistosamente, aun a los enemigos a quienes tenemos derecho de odiar. El amor ágape reacciona ante las personas, no ante las categorías sociales. Jesús revierte las cosas al preguntar concisamente al abogado: «¿Estás tú actuando como un prójimo?»

  1. Agape es audaz. La costumbre religiosa no lo bloquea, más bien; suspende las normas sociales que pudieran justificar un duro desinterés. Al contrario del sacerdote que temía que su sombra tocara el cadáver, ágape valoriza a las personas sobre las tradiciones religiosas. Agape atraviesa las barricadas sociales que encierran a las personas en prisiones, hospitales, centros de adicción y ghettos de cualquier clase.

  2. Agape provoca inconvenientes. El sacerdote y el levita «viéndole, pasaron de largo»; pero el samaritano fue movido a misericordia, se bajó de su cabalgadura y colocó a la víctima sobre ella. Es incómodo bajarse de las cabalgaduras que nos llevan con comodidad y seguridad a diferentes lugares.

  3. Agape corre riesgos. Toda la escena podría haber sido preparada. Los ladrones podrían haber estado escondidos cerca, esperando caer encima de cualquier que brindara ayuda. Al caminar, en lugar de cabalgar, el samaritano se hizo más vulnerable a cualquier ataque armado después del rescate.

  4. Agape requiere de tiempo. El tiempo del mercader samaritano era valioso. Detenerse para vendar a la víctima, caminar a su lado y dejarlo en el mesón, indudablemente retrasó su viaje.

  5. Agape resulta caro. El samaritano pagó al mesonero el equivalente de veinticuatro días de hospedaje y extendió un «cheque en blanco» por cualquier gasto adicional. Si un judío ayudaba a otro judío, probablemente un juzgado civil le reembolsaría los gastos. El samaritano liberalmente paga los gastos sin tener ninguna esperanza de recuperar su dinero. Esto es precisamente lo que Jesús prescribió en su instrucción formal cuando dijo; «Prestad, no esperando de ello nada» (Lucas 6:35).

  6. Agape arriesga el status social. ¿Qué sucedió cuando se supo en Samaria que este samaritano ayudaba a judíos? Debe haber sido considerado un traidor a la causa samaritana. Su reputación y su status social quedaron manchados. Probablemente tuvo que enfrentar el escarnio de su propia gente.

Esta parábola al revés no deja ninguna duda respecto a la naturaleza de ágape. Es valiente y agresivo. Agape es más que sentimientos cálidos de simpatía. Es más que buenas actitudes hacia los demás. No se detiene en sonrisas amables. Este amor insensato es agresivo. Es sumamente costoso, tanto social como económicamente.

Aunque la parábola describe la forma de ágape, no responde a todas nuestras interrogantes. ¿Qué hubiera ocurrido si el samaritano hubiera pasado justamente cuando los ladrones estaban golpeando a la víctima? ¿Cómo hubiera reaccionado entonces ágape? ¿Habría usado la fuerza para detener tal atrocidad? ¿Será que ágape sólo aplica «curitas» [8] a los heridos? ¿Llegó el samaritano a la raíz del problema regresando a las cuevas a la orilla del camino y buscando a los ladrones? Si los encontró, ¿qué hizo? ¿Qué hacer cuando uno encuentra muchas víctimas heridas? ¿Quién tiene prioridad? Estas preguntas sin respuesta en la parábola nos saludan desde el contexto contemporáneo de la aplicación del ágape.

Una ley de una sola pierna

Los evangelios proclaman el amor ágape como el precepto del reino al revés. Después del gran mandamiento de amar a Dios con todo nuestro ser, viene esta revolucionaria enseñanza. Ama a tu prójimo de la misma manera que te amas a ti mismo. Los tres escritores sinópticos subrayan este manifiesto cristiano (Mateo 22:37-40; Marcos 12:28-31; Lucas 10:25-27).

Esta sencilla frase está llena de significado. En primer lugar, asume que es correcto amarse a si mismo, que hay lugar para el respeto y la dignidad personal. Es bueno tener aspiraciones personales, pero también tiende una trampa. Esta frase revolucionaria nos llama a cuidar de nuestro prójimo tan intensamente como cuidamos de nosotros mismo. Debemos trabajar tan arduamente para ayudar a que nuestro prójimo alcance sus metas, como por nuestros propios objetivos.

La invitación de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos choca con el individualismo egoísta. Esta sabia amonestación brinda equilibrio entre la búsqueda del interés propio y las necesidades de los demás. Aprueba los deseos y necesidades personales, pero los restringe al demandar igual atención a los deseos y necesidades de los demás. El individualismo egoísta queda abolido en el reino al revés. Aquí, dosis iguales de amor propio y amor al prójimo fluyen de nuestro gran amor: la devoción a Dios. Tal amor erradica el orgullo. Cuidar del bienestar de nuestro prójimo con la misma intensidad que cuidamos el nuestro, elimina el egoísmo codicioso.

Para Jesús, la norma de amor ágape resume toda la ley y todos los mensajes de los profetas (Mateo 7:12). Aunque ágape era la clave de la justificación en el Antiguo Testamento, Jesús lo llamó un nuevo mandamiento. Debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Nuestra expresión de amor constituye la señal de que en verdad somos sus discípulos (Juan 13:34-35).

Jesús añadió nuevas dimensiones a la comprensión del Antiguo Testamento. En cierta ocasión, un gentil escéptico dijo a un rabino que aceptaría la fe judía si el rabino pudiera resumir la ley judía, mientras el gentil se paraba en un solo pie. El rabino replicó: «Lo que a ti te cause perjuicio no se lo hagas a otra persona». Jesús fue más allá de la máxima judía al decir: «Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Lucas 6:31, Mateo 7:12). Jesús dio vuelta a la regla negativa, y la convirtió en una directriz para la acción.

Jesús fue modelo de ágape. Lo encarnó siendo abogado de los pobres. Violó las leyes civiles y religiosas ante la necesidad humana. Sus palabras y hechos constituían un insulto para los ricos y poderosos, quienes no creían que El expresara amor. El fue paladín de los pisoteados, de los parias y de los oprimidos, aun cuando su conducta le acarreara sufrimiento.

Agape también es firme ante la explotación. Aunque ágape está dispuesto a sufrir, también comprende que un firme «no» es también expresión de amor. El niño, el emocionalmente perturbado, el adolescente con desórdenes de carácter y el adulto irresponsable pueden requerir de un firme no, en lugar de dulces sonrisas. Una confrontación amable, pero firme, puede constituir una profunda expresión de ágape. Tal amor confronta, mientras otros explotan las relaciones. Sin embargo, decir que ágape puede ser firme y confrontativo, no es excusa para el uso de medios violentos o autoritarios, aun con fines nobles.

Sugerir que ágape es el único precepto del reino parece sencillo, pero no es una panacea. ¿Cómo se reacciona cuando las necesidades de tres o cuatro diferentes prójimos entran en conflicto? Al cuidar de uno, podemos lastimar los intereses del otro. En una época de competitividad agresiva, ¿cómo puede una empresa cristiana encarnar ágape ante la competencia estridente? ¿Cómo podemos amar a nuestro prójimo cuando las metas del prójimo chocan con los valores cristianos? A pesar que estas interrogantes claman por respuestas, el punto de vista de ágape ofrece nuevas perspectivas. Nos aleja del arrogante individualismo y nos incita a formular las preguntas correctas acerca del amor al prójimo.

Superando la norma de reciprocidad

La forma de amar de Jesús rompió con la difundida norma de reciprocidad. En todo el mundo, la reciprocidad es una regla básica de la vida social. Moldea las expectativas en el dar y recibir favores, tanto verbales como materiales. Si te invito a una taza de café, quedas obligado a decir «gracias» y a devolver el favor alguna vez. El intercambio no tiene que ser igual en valor o forma. Una barra de dulce puede ser aceptable en retribución por una taza de café. La regla es simple: debemos apreciar y devolver los favores recibidos.

La norma de reciprocidad asume que la gente debe ayudar y —y ciertamente no injuriar— a quienes les han ayudado. La reciprocidad mantiene un equilibrio en las obligaciones personales y del grupo. Nos sentimos incómodos si no podemos corresponder a su regalo. Consideramos grosero a quien rompe las leyes de la reciprocidad. Dar regalos e intercambiar tarjetas durante Navidad y otras fiestas obedece a esta norma. Los regalos deben ser de un valor similar para no provocar desequilibrio. Dar un regalito de $2.00 a cambio de uno de $25.00 causa bochorno. Para poder enviar a tiempo nuestras tarjetas de Navidad, anticipamos de quién las recibiremos, para no despacharlas a destiempo. Un intercambio tardío es causa de vergüenza.

Este no es un asunto sólo de temporada. Invade todos los aspectos de la relación humana. Las sencillas «gracias» que decimos y expresamos a lo largo del día están gobernadas por la reciprocidad. Lo mismo ocurre con el intercambio de trabajo por salarios, y honorarios por servicios prestados. Podemos manipular las relaciones para obtener ganancia personal al hacer que los demás se conviertan en nuestros deudores. Esto ocurre cuando los vendedores «agasajan con comidas y bebidas» a sus clientes en perspectiva, obligándolos en esta forma a devolver el favor comprando su producto. Si queremos pedir un favor a alguien, podemos invitarlo a almorzar, obligándolo así a ayudarnos. Por supuesto, aunque debemos ayudar a los que están atrapados en nuestra telaraña de reciprocidad, no estamos obligados a «salirnos de nuestro camino» para hacer favores a los extraños.

Jesús fue más allá de la norma de reciprocidad:

Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman.

Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo.

Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto.

Lucas 6:32-34

Jesús presiona el punto al preguntar: «Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?» (Mateo 5:46-47). En otras palabras, el amor ágape se extiende mucho más allá de la simple reciprocidad.

No os engañéis, dice Jesús, al pensar que el amor ágape es similar a la norma de reciprocidad. Agape no es devolver una sonrisa por una sonrisa, o un favor por un favor, aun los pecadores cumplen con tal regla. Los fariseos y los publicanos sonríen cuando la gente les sonríe. Los paganos devuelven el favor a quien les presta un favor. Los gentiles cortésmente se ciñen a estas reglas de etiqueta social. No tiene mucha importancia espiritual observar las leyes de la reciprocidad. Esa no es la norma en el reino del amor.

Agape es la norma que establece abundancia, exceso. Va más allá de la reciprocidad. El padre insensato no actuó de acuerdo a las reglas de la reciprocidad cuando recibió a su maloliente hijo en casa. El mestizo samaritano no se atuvo a la reciprocidad cuando se bajó de su cabalgadura. Nuestro padre celestial no obedece tampoco esa regla. Dios envía el sol y la lluvia sobre justos e injustos (Mateo 5:45). Dios es el modelo de la norma de la abundancia. Nosotros debemos ser misericordiosos como Dios es misericordioso (Lucas 6:36). «De gracia recibisteis, dad de gracia» (Mateo 10:8).

Dios inyecta una dimensión divina a la fórmula de «la reciprocidad». Dios entra en la ecuación de las relaciones sociales tomando la iniciativa al hacernos un favor. Dios de tal manera amó al mundo que se convirtió en una persona humana. Dios nos redimió y nos salvó a través de Jesucristo. Como primer actor, Dios inicia la reacción en cadena. Hemos sido perdonados por su gracia. ¿Cómo le pagaremos? Compartiendo la iniciativa del amor de Dios con nuestro prójimo. En esta red de relaciones sociales hay tres actores. Dios toma la iniciativa al extendernos su amor incondicional como el padre insensato. Nosotros reciprocamos nuestra deuda con Dios al esparcir esa iniciativa de amor a otros.

Aunque no podemos ganar nuestra salvación, borramos nuestra deuda de amor con Dios amando a los demás. Pablo expone lo relativo a esta «deuda amor» sucintamente: «No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley». (Romanos 13:8). Jesús declara lo mismo cuando dice: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi lo hicisteis» (Mateo 25:40). En este contexto, él describe los actos de amor a favor de los más destituidos: los hambrientos, sedientos, enfermos, prisioneros, forasteros y desnudos. Cuando amáis aun al más pequeño de estos que están en el fondo de la escalera social, ¡has saldado tu deuda de amor conmigo!

La transacción se completa. Una nueva reacción en cadena comienza. El más pequeño de éstos que experimente el cuidado de Dios, ahora lo transmite a otros. El jubileo tintinea nuevamente en nuestros oídos. De la manera que yo te he libertado a ti, ¡tú liberta a otros! Este no es un intercambio frio y calculador en donde buscamos «pagar» a Dios en forma legalista. Es imposible pagar completamente nuestra enorme deuda. Más bien, es una reacción de regocijo ante el jubileo, espontánea gratitud por la maravillosa gracia de Dios.

El amor ágape excede la norma de reciprocidad de tres maneras. Primero, la iniciativa es ahora nuestra. En lugar de esperar que un favor se nos devuelva, hacemos el primer movimiento porque Dios ya nos ha favorecido.

Segundo, ágape sirve a otros sin tomar en cuenta su status. No se enfoca en amigos y homólogos ante quienes debemos «ser agradables». Como sugiere la historia del samaritano, bajo el reino de ágape, cuidamos con igual esmero de amigos cercanos que de enemigos, forasteros y parias.

Tercero, el amor ágape no espera ninguna recompensa. Puesto que Dios ha tomado la iniciativa, ya nos ha pagado por anticipado. De la manera típicamente al revés, ágape apremia al prójimo a transmitir y esparcir amor, sirviendo y favoreciendo a alguien más, en vez de devolver el favor a quien nos lo hizo.

Jesús articula esto con claridad: «Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos» (Lucas 14:12-14) [9].

Los discípulos de Jesús no aman para sacar ventaja personal, ni esperan ninguna recompensa. Después de burlarse de los que se enorgullecen por obedecer la norma de reciprocidad, Jesús expone la naturaleza vulnerable e ilimitada de ágape. «Amad, pues, a vuestro enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos» (Lucas 6:35).

Los discípulos de Jesús actúan como hijos de Dios. Exceden las expectativas convencionales. Toman la iniciativa. No hacen ninguna discriminación entre prójimo y enemigo. No esperan ninguna recompensa. Cuando esperamos alguna recompensa, o que se nos devuelva el favor, convertimos a los que reciben nuestros favores en clientes. Cuando no esperamos ninguna recompensa, los liberamos de toda deuda [10].

Con frecuencia es difícil aceptar un regalo. Detestamos sentirnos endeudados. Nos preocupa cómo reciprocar. Nuestros regalos para otras personas también pueden provocar el mismo sentimiento. La postura ágape alivia esta incomodidad. Cuando alguien nos da un obsequio, o nos hace un favor y dice: «sólo pasa el favor a otro», nos libera de endeudamiento. También protege nuestra dignidad puesto que podemos reciprocar, a su debido tiempo, a través de otra persona. Ser transmisores de bondad ensancha el círculo del amor redentor.

Superando la norma de ojo por ojo

Hemos visto el lado positivo de la norma de reciprocidad: hacer bien al que te haga bien. El lado negativo nos permite dañar a cualquiera que nos lastime. Es juego limpio vengarse de cualquiera que deliberadamente nos lastime; por cierto, podemos ir más allá de ojo por ojo. Si la gente te saca un ojo, tú puedes sacarle los dos. Esta reciprocidad negativa es la guía la conducta humana desde los pellizcos hasta las guerras internacionales. En resumen, si una persona se aprovecha de mi, yo puedo aprovecharme de ella.

Si alguien me enjuicia, yo también puedo proceder legalmente en su contra. Si alguien me engaña, tengo licencia para engañarlo de vuelta. Si una nación lanza misiles contra nosotros, podemos contraatacar. Es más, si pensamos que planean agredirnos, tenemos el derecho de atacar primero. El lado negativo de la reciprocidad no sólo permite la autodefensa, sino que legitimiza el ciclo espiral de pagar con la misma moneda. La venganza excede el insulto original para «enseñar al agresor una lección». Reflejamos la norma negativa cuando decimos: «Tiene lo que se merece», o «Ya se veía venir», o «Cosecha lo que sembró».

En el estilo al revés, Jesús anula el lado negativo de la regla de reciprocidad. Sus palabras y acciones son directas. No cabe ninguna duda, Jesús suspende tanto el lado negativo, como el lado positivo de la norma.

Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen; haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.

Mateo 5:38-44

¿Amar a nuestros enemigos? Ellos están en la categoría de personas que la norma de reciprocidad nos permite odiar [11]. Amar a nuestros enemigos es el último golpe que arrasa con la norma de reciprocidad.

En el evangelio de Lucas, Jesús brinda respuestas al revés ante siete tipos de agresores (Lucas 6:27-30). ¿Cómo deben reaccionar los cristianos cuando alguien obra mal en su contra? ¿Cuál es el tratamiento que la vieja norma de reciprocidad prescribe para los agresores? Renglón por renglón presentamos a continuación un contraste entre reacciones «justas» y reacciones del reino al revés. Las reacciones propuestas para el reino parecen sumamente injustas de acuerdo a la norma de reciprocidad.

Tipo de persona Reacción «justa» Reaccion del reino
Enemigos Eliminarlos Amarlos
Quienes nos aborrecen Aborrecerlos Hacerles bien
Quienes nos maldicen Maldecirlos Bendecirlos
Quienes nos ultrajan Ultrajarlos Orar or ellos
Quienes nos hieran Herirlos Ofrecer otra mejilla
Mendigos Evitarlos Darles
Ladrones Procearlos No pedir devolución de lo robado

Mateo 5:39 nos ordena volver la otra mejilla cuando alguien nos hiera. Un golpe en la mejilla derecha tenía significado especial en la cultura judía; simbolizaba la ira en su grado máximo. Se castigaba con un año de salarios [12]. En otras palabras, Jesús prohíbe a sus discípulos desquitarse, aun frente al más abusivo de todos los insultos.

Al demandar amor por los enemigos, Jesús choca con los esenios, los rebeldes y los fariseos. Los patriotas rebeldes, como hemos visto, no dudaban en matar a sus enemigos. Los esenios, viviendo en comunidades aisladas junto al mar Muerto, creían que era su justa obligación castigar a los pecadores. La ley judía que enseñaban los fariseos, decía que no era necesario amar a los enemigos. Jesús declara que estas soluciones típicas son malas. La venganza y el desquite han llegado a su fin en el nuevo reino.

Así como el amor verdadero va más allá de la reciprocidad, también el perdón elimina la venganza que demanda ojo por ojo. El perdón es la sorprendente cualidad que marca a los discípulos de Jesús, quienes deben perdonar hasta 490 veces diarias (Mateo 18:22; Lucas 17:3-4). Jesús no establece límites legales. Con un fulgor en sus ojos, sugiere que el perdón es la señal perpetua de los ciudadanos del reino. Sus discípulos pueden perdonar porque han sido perdonados. Todo aquel que no perdona obstaculiza su propio perdón: «Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6:15). El perdón sustituye la venganza y el desquite. Es una señal distintiva del camino al revés.

Jesús personifica este abundante perdón cuando dice a la mujer atrapada en adulterio: «Vete y no peques más». Según la ley judía, ella podría haber sido apedreada enfrente de Jesús.

Jesús personifica el camino al revés del perdón desde la cruz. Si la venganza estuviera en orden, ese sería el momento de desquitarse. Pero en una reversa sorprendente, en medio de su inmenso dolor, Jesús suplica: «Padre, perdónalos» (Lucas 23:34). Él nos apremia: «Amaos unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:12-13).

En el nuevo reino tratamos a los enemigos como amigos. Este tipo de perdón nos convierte en seres sumamente vulnerables. Llevó a Jesús a la muerte. El nos invita a vivir de la misma manera, perdonando abundantemente, aun a expensas de nuestras vidas. No hay testimonio, ni redención, ni amor, si jugamos bajo las viejas reglas de la venganza. La disponibilidad de sufrir en medio de la injusticia, testifica del poder del amor divino. Frente a la cruz, Jesús rehúsa defenderse. «Todos lo que tomen espada, a espada perecerán» (Mateo 26:52). «Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí» (Juan 18:36).

Ante la violencia imperante este es un avasallador rechazo de la auto defensa, de la resistencia y de la venganza. La oración de agonía en Getsemaní, «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42), no fue una simple sumisión a la secuencia de eventos previamente programados; más bien fue una consagración, un compromiso a seguir viviendo el camino del amor, aun bajo la sombra del fin inminente. Dios desea que nosotros encarnemos el perdón en medio del odio. Aun para Jesús esto fue difícil, cuando luchó con la perspectiva de la muerte en el jardín de Getsemaní.

El mensaje de Jesús es claro e inequívoco, directo. El uso de la violencia, sea física o emocional, es mala. Al suspender la norma de reciprocidad, Jesús niega la validez de la violencia. Al rehusar el aplauso de los rebeldes revolucionarios, Jesús rechaza la violencia aun para proteger a otros de la violencia. Los romanos eran opresores. Castigaban al pueblo con brutalidad física e impuestos exorbitantes. Jesús rechaza la violencia, aun ante tal opresión. El encarna el nuevo camino de Dios. En el nuevo reino, la Torah de amor proclama perdón, no autodefensa violenta, ni venganza.

Desvíos alrededor de ágape

La demanda de Jesús de amar a los enemigos ha desconcertado la lógica humana a lo largo de los siglos; aun para la iglesia resulta difícil [13]. Los cristianos han evadido el mensaje del Príncipe de Paz de diferentes maneras. Primero, algunos han prostituido el evangelio al justificar las cruzadas militares con la bendición de Dios. Esta burda contradicción del evangelio, cree que Dios sonríe complacido ante los esfuerzos militares.

Las palabras piadosas que justifican el militarismo se han escuchado a lo largo de los siglos, desde santas cruzadas, hasta modernas proclamas que «la mejor forma de servir a Dios es sacrificando la vida en defensa de la nación» [14]. Muchos himnos patrióticos americanos implícitamente declaran que Dios «protege» a nuestra nación. Las monedas que ostentan la inscripción «En Dios confiamos» son una mentira, puesto que gastamos millones de dólares en la defensa. Obviamente, confiamos en nuestras armas, no en Dios.

Un segundo desvío muy tentador en relación al clamor de Jesús por ágape son las guerras del Antiguo Testamento. ¿Acaso no ordenó Dios las guerras en el Antiguo Testamento? Si las guerras modernas se pelearan de acuerdo al patrón del Antiguo Testamento tendrían consecuencias funestas. Cuando Jehová ordenó a Israel a entrar en guerra, era obvio que Jehová era el guerrero; por lo tanto, la fuerza militar deliberadamente se disminuía para que cualquier victoria fuera milagrosa y atribuida a la intervención divina de Jehová. Si observamos con seriedad el patrón del Antiguo Testamento, ¡nuestros ejércitos modernos tendrían que reducir drásticamente su tamaño y poder para descansar en la intervención milagrosa de Dios para alcanzar nuestra victoria!

Sobre todo, Jesús como la definitiva revelación de Dios, es la norma interpretativa de las Escrituras. Jesús tiene la última palabra en la revelación progresiva de Dios. Jesús ofrece una nueva forma para cancelar la norma del Antiguo Testamento de ojo por ojo.

Un tercer desvío sugiere que Jesús sólo nos pide amar a nuestros enemigos personales. Las palabras de Jesús se aplican únicamente a los lazos interpersonales. Si el gobierno es instituido por Dios, estamos obligados a obedecer, a enlistarnos en el ejército y a defender a nuestra nación. Si, debemos amar a los enemigos personales, pero no a los enemigos nacionales. Este enfoque eleva la lealtad nacional por encima de la lealtad al reino. El clásico texto cristiano que exhorta a la obediencia al gobierno (Romanos 13:1-7) se encuentra insertado justamente entre dos ardientes admoniciones del apóstol Pablo acerca del amor sufriente. Con frecuencia interpretado fuera de contexto, usamos este pasaje para justificar que coloquemos la lealtad nacional por encima de la lealtad a los valores del reino, negando así las palabras y el ejemplo de Jesús.

Tomamos un cuarto desvío cuando nuestras iglesias afirman el camino de la paz en declaraciones públicas, pero lo consideran un apéndice al evangelio. En lugar de ver el perdón, y todas sus implicaciones sociales, como medular a la salvación, lo vemos como una opción periférica. Es meramente uno de los muchos escalones en la escalera de la madurez cristiana. Es más, lo consideramos una cuestión de «conciencia individual» y no de un mandamiento del evangelio. Es un opción que podemos tomar o dejar.

Jamás bautizaríamos a prostitutas o ladrones de banco a sabiendas de que tenían el propósito de continuar ejerciendo su profesión; sin embargo, bautizamos sin ningún escrúpulo, a nuevos convertidos que se enrolan en el ejército y se preparan para matar a otros. El servicio militar es asunto de «conciencia individual», decimos. ¿Diríamos lo mismo acerca de la prostitución o de robar bancos? ¿Cuál es peor?

Un desvío final acepta el «amor que no opone resistencia» de Jesús, pero no su amor ágape afirmativo. El enfoque de no resistencia ve únicamente a un Jesús pasivo y dulce, un individuo débil encorvado bajo el peso de la cruz. Esta imagen distorsiona el hecho de que los tres años de ministerio activo de Jesús fueron los que precipitaron su muerte. En primer lugar, fue precisamente debido a su amor activo que sufrió la cruz. Jesús actuó en forma decisiva y audaz, comiendo con los pecadores, sanando a los enfermos en sábado, y confrontando a los líderes religiosos. Enfrentar el mal serenamente no tiene que ser por siempre en forma dulce y pasiva. Jesús no nos ha llamado a ser guardianes pasivos de la paz con el objeto de meramente preservar el status quo. Sus bendiciones caen sobre los hacedores activos de la paz (Mateo 5:9).

Con frecuencia pensamos que paz es la ausencia de conflicto violento. La palabra usada en el Antiguo Testamento para paz, es shalom, y está íntimamente ligada a las ideas de justicia, justificación y salvación. Se refiere a una sensación de bienestar en las esferas personales, sociales, económicas y políticas [15]. No puede haber paz cuando sistemas en los que prevalece la avaricia oprimen a los pobres. La paz se desvanece cuando los estigmatizados no encuentran justicia en los tribunales. La «paz» que pende del precario equilibrio de las armas nucleares, no es shalom. El individualismo interesado únicamente en los números, destruye la paz. Los cristianos planifican y ejecutan la guerra, falsifican el papel del pacificador.

Shalom se manifiesta cuando existen buenas y correctas relaciones entre la gente en todos los ámbitos de la vida. Las Escrituras dicen que la paz es un don de Dios. Por medio de Jesucristo tenemos paz con Dios y con nuestro prójimo. Shalom es el diseño de Dios para el orden de las cosas creadas. El Espíritu Santo es el Espíritu de paz. El reino de Dios se establece en la justicia, la paz, y el gozo. Los hijos de dios son pacificadores. El evangelio es la buena nueva de paz. Shalom es la médula, no el último carro en el tren de la salvación de Dios.

Enfrentando la guerra nuclear

Hablar de enemigos que se aman es difícil en un mundo cargado de armas nucleares [16]. El potencial destructor de las armas modernas es asombroso. Desde hace mucho tiempo los superpoderes han tenido la capacidad de pulverizarse mutuamente muchas veces. Un solo submarino Tridente puede destruir 408 ciudades diferentes y separadas con una explosión cinco veces más fuerte que la de Hiroshima. Arma tras arma, sistema tras sistema, la capacidad de destrucción nos espanta. Nuestros preparativos para una guerra nuclear en nombre de la defensa amenaza a la misma gente que pretende proteger; también impide que los pobres del mundo puedan satisfacer sus necesidades básicas, tales como alimento, vivienda y salud. ¡Nuestra misma preparación para una guerra nuclear constituye pecado! Aun si de alguna manera evitáramos así una pesadilla nuclear, la construcción y despliegue de las armas nucleares es un escandaloso desperdicio de recursos mientras una cuarta parte del mundo vive en la miseria.

Muchas iglesias y cristianos individuales guardan un extraño silencio acerca de esta amenaza. ¿Qué tiene que ocurrir para que levantemos la voz? ¿Hablaremos cuando una cabeza nuclear pulverice una ciudad? ¿Qué diremos cuando nuestros hijos nos pregunten por qué permanecimos en silencio por tanto tiempo? La preparación para una guerra nuclear constituye una abominación contra Dios, pues él ama a todo el mundo.

En medio de la violencia que sacude al mundo entero, el llamamiento del Carpintero para que amemos a nuestro enemigos parece buen consejo. ¿No tiene más sentido aprender a vivir con nuestros enemigos que inmolarnos con armas nucleares al tratar de defender nuestra nación? Los cristianos en todas las naciones deben insistir que la locura en el nombre de la paz es, realmente, una muerte disfrazada. Una paz que mantiene a millones de personas esclavas del temor, no es paz. Una paz edificada sobre amenazas militares, fanfarronerías y bravatas, no es paz. Preservar la libertad bajo la amenaza del uso de armas nucleares, es en si misma una esclavitud a la muerte.

El shalom de Dios se alcanza, no por medio del poderío militar, sino por medio del perdón. Llega, no por amenazas de violencia, sino por la negociación. La guerra destruye el shalom de Dios. ¡Los discípulos de Jesús rechazaron la guerra y su preparación sin ninguna objeción!

Preguntas para discusión

  1. ¿Qué tipos de personas en nuestro mundo contemporáneo podrían representar al «samaritano» de la parábola de El buen samaritano?
  2. ¿Cuáles son las implicaciones de la declaración que todo mundo es mi prójimo?
  3. ¿El vocablo «prójimo» se refiere tanto a las personas individuales, como a los competidores comerciales?
  4. Identifique las instancias en donde personas u organizaciones se exceden en la norma de reciprocidad.
  5. ¿Es posible vivir el camino de ágape y tener éxito en una sociedad competitiva?
  6. ¿Por qué muchas denominaciones e individuos colocan la lealtad nacional por encima de los valores del reino?
  7. ¿Cómo explican muchos cristianos su participación en campañas y esfuerzos militares?
  8. ¿Existen algunas condiciones en las que sea conveniente que los discípulos de Jesús usen la fuerza o la violencia?

 


1. Varios intérpretes han elegido diferentes tópicos como el tema más importante en la articulación que Jesús hace del reino. Yo he escogido ágape. Borg (1987) enfatiza la compasión de Jesús o «wombishness» como la gusta llamarla. Para Oakman (1966) el tema clave es la generosidad.

2. Bailey (1983:158-206) y Jeremías (1972:128-132) brindan un fondo cultural útil a esta parábola. Mis ideas se basan en su trabajo.

3. Vea Bailey (1983:33-56) para más detalles del contexto cultural.

4. Jeremias (1975:352). Para información adicional sobre los samaritanos, consulte a Coggins (1975) y a Ford (1984:79-95).

5. Jeremias (1975:357).

6. Jeremias (1975:358).

7. Crossan (1973:65).

8. Pequeño vendaje de gasa y esparadrapo.

9. Moxnes (1988:129-134) ofrece una excelente exposición sobre este relato de hospitalidad, en el contexto de los patrones de intercambio recíproco de la cultura palestina.

10. Moxnes (1988:157).

11. La definición de «enemigos» en este pasaje bíblico es crucial. La enseñanza pierde su impacto político si, como Horsley (1987:255-272) expone, los enemigos que Jesús tenía en mente eran locales y personales, no extranjeros y políticos. El cuidadoso análisis de Klassen (1984) sobre esta enseñanza, discrepa con la de Horsley. El ejemplo de enemigos que Jesús usa en parábolas e historias sugiere una definición más amplia que la propuesta por Horsley. Schwager (1987:171-180) en un creativo análisis presenta el amor a los enemigos en el contexto de las teorías socio-psicológicas del chivo expiatorio.

12. Jeremias (1971:239).

13. Es voluminosa la literatura sobre las diversas reacciones de la iglesia ante la violencia y el militarismo. Para una excelente introducción a las diferentes posturas hermenéuticas contradictorias tomadas por varias tradiciones teológicas, consulte a Swartley (1983:96-149).

14. Para una descripción de las muchas formas en las que la religión civil justifica el militarismo, consulte a Kraybill (1976).

15. Vea a Brueggemann (1982) para una exégisis del significado bíblico de Shalom. Yoder (1987) brinda una de las mejores introducciones al concepto de shalom, especialmente al relacionarlo a la salvación y a la justicia.

16. Para un profunda discusión sobre la fe cristiana y el militarismo nuclear, consulte a Kraybill (1982).