Colección de lecturas
 

PDF Pan en el desierto

El reino al revés
por Donald B. Kraybill


The Upside-Down Kingdom
Copyright © 1878, 1990 Herald Press (Scottdale, EEUU)
Traducción: Marta J. de Mejía
Copyright © 1995 Ediciones SEMILLA (Guatemala)
Reproducido aquí con permiso.



4. Pan en el desierto

Rey de bienestar social

¿Fue tentado Jesús a convertir las piedras en pan solamente para saciar su hambre? Esta interpretación puede tener algo de verdad; pero un significado más completo de la tentación radica en el clamor económico de las masas palestinas. El pan es símbolo del corazón de la vida material; siendo el centro de muchas dietas, aparece en la mesa en toda comida, semana tras semana. En el Padrenuestro, «el pan nuestro de cada día dánoslo hoy», representa las necesidades básicas de la vida. A través de su hambre literal, Jesús se identifica con los millares de pobres campesinos cuya existencia diaria gira alrededor de la búsqueda del pan. El apetito que roía por dentro le movió a actuar a favor de otros que compartían su dolor.

La atención de Jesús, sin embargo, no estaba enfocada a que él ingiriera canastos de pan para aliviar su ayuno de cuarenta días [1]. Al pensar en el pan Jesús debe haber recordado el maná que Dios distribuyó gratuitamente a los hebreos durante los cuarenta años que vagaron por el desierto. Tal vez también trajo a su memoria recuerdos de su aldea natal, Nazaret. Pudo recordar cómo despiadados acreedores despojaban a los pobres campesinos de sus tierras en un sistema de impuestos dobles que oprimía a las masas. Recordó el clamor de los leprosos, de los ciegos y de los pobres hollados por los codiciosos piadosos. ¿Por qué no alimentar milagrosamente a las masas y brindar un banquete divino a sus seguidores? La comida gratis indudablemente lograría un apoyo masivo en Galilea. «Aliméntalos, Jesús, aliméntalos», susurraba Satanás. «Tienes el poder. ¡Adelante! ¡Úsalo!»

Aun las autoridades religiosas temían a las masas. Jesús fue arrestado por la noche porque las autoridades temían a las multitudes. Jesús mismo se percató que una turba bien alimentada podía apoderarse de él y hacerlo rey por la fuerza (Juan 6:15). El pan era la forma más rápida para llegar al corazón del pueblo. Marcos declara en su evangelio que concentraciones de miles seguían a Jesús. Lucas 12:1 observa que juntándose por millares la multitud, se atropellaban unos a otros. Ni Pilato, ni el sumo sacerdote podían apagar el frenesí contagioso de la acción de una turba. Alimentar a las multitudes ofrecía a Jesús un desvío rápido para galvanizar su apoyo político.

La tentación del pan implicaba más que abuso del poder; reducía al Dios encarnado a un rey de bienestar social. Los pensamientos seductores fluían: «Erradica su pobreza sin sufrimiento». «No prediques el juicio de Dios sobre los avaros, simplemente distribuye pan entre los hambrientos». «No critiques la injusticia económica, el sistema del templo y la ocupación romana, solamente distribuye pan entre los pobres aldeanos de Galilea y que el resto del mundo siga su marcha». Tales sugerencias diabólicas habrían reducido a los humanos a organismos sin alma, a animales comedores de pan.

Muy ricos y muy pobres

La mayoría de los miembros de las sociedades desarrolladas pertenecen a la clase media. En agudo contraste, en Palestina del primer siglo existían dos clases económicas: la clase alta y la baja [2]. En sociedades campesinas el noventa por ciento, o más, de la población usualmente se dedica a la agricultura. La riqueza radica en la tenencia de la tierra.

Algo así ocurría en Palestina. Una pequeña clase alta representaba el diez por ciento, o menos, de la población. A esta clase pertenecían los terratenientes, los aristócratas por herencia, los burócratas designados, los sacerdotes jefes, los mercaderes, los funcionarios gubernamentales y algunos sirvientes oficiales que servían las necesidades de la clase gobernante. El resto del pueblo —alrededor del noventa por ciento, o más— constituían la clase baja. Vivían en forma precaria, de la mano a la boca, a merced del clima, de hambrunas, de pestilencias, de ataques de bandidos y de la guerra.

También existían diferentes subgrupos dentro de la clase baja. En la cúspide estaban los artesanos, carpinteros, albañiles, pescadores y comerciantes. La mayoría, sin embargo, eran agricultores. Algunos arrendaban la tierra; otros sembraban en latifundios pertenecientes a terratenientes que vivían lejos. Por el uso de la parcela, tenían que compartir sus cosechas con el propietario de la tierra. Otros cultivaban sus propias parcelas. Aun otros eran jornaleros que laboraban en cualquier parte donde podían. Al borde inferior de la clase baja estaban las personas que realizaban los oficios «sucios», tales como los curtidores. En el punto económico más bajo estaban los parias, o sea los campesinos erradicados de sus tierras, los vagabundos, los limosneros, y los leprosos. Estos pueden haber representado el diez por ciento de la población.

En Galilea, donde se realizó mucho del ministerio de Jesús, casi no existía clase media. Un historiador declara, al describir Galilea: «Puede llegarse a la conclusión que allí vivían tanto los extremadamente ricos, como los miserablemente pobres, siendo estos últimos la mayoría del pueblo» [3]. Las parábolas y dichos de Jesús dan por sentado un sistema social de dos clases: ricos y pobres. A pesar de muchas pequeñas diferenciaciones, una realidad dominaba el panorama económico: los pocos vivían en lujos, mientras que los muchos vivían en extrema pobreza.

Aristócratas acomodados

Jerusalén no solamente era el pináculo religioso más alto, sino también era el centro del prestigio social y económico. Una élite aristócrata formada por los sacerdotes jefes, acaudalados terratenientes, mercaderes, colectores de impuestos y los del partido de los saduceos llamaban su hogar a Jerusalén [4]. La clase alta, los que vivían de la renta que producían sus propiedades, los hábiles artistas, los sagaces mercaderes y los poetas, todos emigraban a la ciudad que albergaba el gran templo.

La extravagancia emanaba de esta rica élite. Durante las festividades, las ramas de palma iban envueltas en lazos de oro. En Pentecostés, llevaban sus ofrendas de las primicias en vasijas de oro. Un mandato de la ciudad prohibía que se cubrieran sus filacterias con oro. Dos hombres se dice que apostaron el equivalente de más de un año de salario para ver si podían hacer enojar a uno de los principales rabíes.

Muchos de los adinerados en Jerusalén derivaban su riqueza de vastas propiedades en el campo trabajadas por esclavos y asalariados, o al arrendamiento de tierras. Uno de los cancilleres de Herodes era propietario de toda un aldea. Se dice que otra persona habia heredado 1,000 aldeas, 1,000 barcos y tantos esclavos que ni siquiera conocían a su amo. De acuerdo al decir popular, un hombre rico era uno que tenía cien viñas, cien campos y cien esclavos. Algunos de los artistas especiales que trabajaban en el templo recibían el equivalente a 300 dólares diarios. Mientras que los trabajadores poco capacitados en Jerusalén recibían su alimento y alrededor de 25 centavos diarios.

En el Día de la Expiación todos tenían que acudir descalzos. Para proteger sus pies, la esposa de un sumo sacerdote alfombró el camino desde su casa hasta el templo. La élite de Jerusalén se caracterizaba por un actitud altanera. Se negaban a firmar un documento como testigos, a menos que estuvieran seguros que los otros testigos también fueran ricos. Aceptaban invitaciones a comer únicamente si los otros invitados estaban a la altura de su propio nivel social. La arrogancia evitaba que la élite se mezclara con la gente común, excepto para emplearlos como sirvientes.

Los ricos tenían que pagar grandes dotes cuando sus hijas contraían matrimonio. Una dote excedía a un millón de denarios dorados (un solo denario equivalía al salario de un día). Un aldeano que quisiera casarse con un novia de Jerusalén tenía que pagar su peso en oro como regalo de compromiso. Una novia también tenía que traer su peso en oro a su novio de la ciudad. El rico José de Arimatea (Mateo 27:57) indudablemente pertenecía a esa clase pudiente. Jerusalén también tenía una numerosa clase media —compuesta por comerciantes al por menor y artesanos— y un segmento de gente pobre.

Las masas pobres

A las masas pobres se les llamaba «la-gente-de-la-tierra». En cierto tiempo esto sencillamente significaba gente común, o servía para diferenciar a la gente del área rural de la del área urbana; pero más adelante se convirtió en una forma desdeñosa para referirse a los que descuidaban la observancia de las leyes religiosas [5]. Los fariseos, evitaban todo contacto con tales personas, y aun rehusaban comer con ellas. Estos eran tan mal vistos que no podían testificar en la corte o ser guardianes de un huérfano. Los fariseos no los casaban y sus mujeres eran consideradas bichos inmundos.

Galilea quedaba sesenta millas al norte de Jerusalén, y era el centro económico y social de la gente común. Rica en recursos, Galilea era el área más densamente poblada de Palestina. Antes del reinado de Herodes el Grande, muchos gentiles compraron tierras; pero en los años antes del nacimiento de Jesús, inmigrantes judíos volvieron a asentarse allí. Cuando Jesús nació, Galilea era predominantemente judía. Herodes Antipas, el gobernador del área, construyó la ciudad capital de Tiberíades en la costa del mar de Galilea. La región, sin embargo, aún era conocida por su antiguo estigma: «Galilea de los gentiles».

La población de Galilea tenía alrededor de 350,000 habitantes, entre los que se contaban gran número de esclavos y unos 100,000 judíos que habían absorbido algo de la cultura griega. La mayoría de galileos tenían poca educación y eran ignorantes en cuanto a los finos puntos de la ley religiosa; no obstante, tenían una sinagoga en cada aldea, aunque es probable que el edificio no fuera dedicado exclusivamente a la adoración [6]. Agobiados por la lucha por la existencia, disponían de poco tiempo para preocuparse por los pequeños detalles de la pureza ritual. Las siguientes palabras de un fariseo muestran el desdén por la poca ortodoxia de «la gente-de-la-tierra».

Un judío no debe casarse con ninguna hija de «la gente-de-la-tierra», pues son animales inmundos y sus mujeres reptiles prohibidos. Y respecto a sus hijas, las Sagradas Escrituras dicen: «Maldito el que se ayuntare con cualquier bestia» (Deutoronomio 27:21)... Dijo R. Eleazar: Uno puede hacer una carnicería con la gente de la tierra en un Día de Expiación que caiga en sábado (cuando cualquier tipo de trabajo como destazar anímales constituye una violación de una doble prohibición). Sus discípulos le dijeron, Maestro, mejor di «matanza» (en vez de la vil palabra carnicería); pero él replicó: «Una matanza requiere de una bendición, mientras una carnicería no» [7].

Aunque exagerada, esta actitud revela el odio de algunos de la aristocracia religiosa hacia la gente común. El sentimiento era mutuo, pues se dice que «la-gente-de-la-tierra» aborrecía a los eruditos judíos más de lo que los paganos odiaban a Israel. Otro rabino, que antes había pertenecido a esta clase social, dice:

Cuando yo pertenecía a «la gente-de-la-tierra», solía decir: «Quisiera tener en mis manos a uno de esos eruditos para morderlo como un asno». A lo que sus discípulos observaron: «Querrás decir, como un perro». Y el replicó: «La mordedura de un asno rompe los huesos; la de un perro no» [8].

Fue de entre esta gente rezagada donde surgió la fiera llama del nacionalismo judío algunos años después de la muerte de Jesús. Este fervor revolucionario dirigido contra la ocupación romana, también estaba dirigido contra la acaudalada aristocracia de Jerusalén que condescendía con los romanos. Nazaret, una aldea en el corazón de la región de «la gente-de-la-tierra», era el hogar de Jesús. Estaba situada en una fértil área agrícola de Galilea, con importantes empresas de exportación de pescado, pero las masas vivían en pobreza extrema. La mayoría tenía que sobrevivir con un solo traje. Había un refrán que rezaba: «Las hijas de Israel son hermosas, pero la pobreza las hace repulsivas».

Factores económicos opresivos alimentaban el torbellino político en la inestable Galilea del primero siglo. El fermento social era agitado, no sólo por la ocupación romana y el estridente nacionalismo, sino también por una economía crítica. Los impuestos ya habían sido elevados durante la época de Herodes el Grande, aunque muchos de los ingresos fueron destinados al magnífico templo de Jerusalén y consagrados a Dios. Después de la muerte de Herodes, una delegación de judíos se quejó ante el emperador romano que Herodes había amasado mucha de su fortuna confiscando tierras y bienes. Es probable que Herodes haya sido propietario particular de la mitad o de los dos tercios de su reino [9].

Buena parte del territorio de Galilea estaba dividido en grandes haciendas pertenecientes a acaudalados mercaderes, a saduceos que vivían en Jerusalén, y a terratenientes gentiles que vivían en el extranjero. Las parábolas de Jesús hacen mención de propietarios ausentes que nombran un mayordomo sobre sus propiedades y jornaleros. También existían algunos propietarios de pequeñas parcelas, pero muchas veces para pagar los impuestos, que con frecuencia los despojaba de la mitad de su cosecha, se veían forzados a hipotecar su propiedad. Entonces, los cobradores de impuestos y los grandes terratenientes se apoderaban de las tierras de los aldeanos cargados de deudas y éstos eran expulsados de sus tierras.

Las familias campesinas con frecuencia se veían atrapadas en este esquema, y resultaban trabajando como jornaleros para propietarios acaudalados y ausentes. Un escritor describe esta situación:

Pasadas algunas décadas, habían desaparecido las pequeñas y medianas parcelas, mientras que las propiedades del templo y de la corona imperial crecían fuera de proporción ... Orillados a una condición de miseria, muchos campesinos abandonaron su tierra y se unieron a bandas de ladrones que sobrevivían por el pillaje y vivían en cuevas en las montañas [10].

El impuesto sobre la renta romana

La pobreza se intensificaba por un sistema de impuestos doble: los impuestos civiles y religiosos. Es imposible calcular la proporción exacta de éstos. Muchos eruditos calculan, sin embargo, que del 30 al 70% del ingreso anual del campesino caía en manos de diversos recaudadores de impuestos y acreedores [11]. La tasa de impuestos era mucho más severa que la carga de impuestos típica en las naciones modernas.

Junto con el gobierno romano directo llegaron impuestos aplastantes. La eficiente burocracia romana recaudaba impuestos sobre las personas, las casas, los animales, las ventas, las exportaciones y las importaciones. Primero un impuesto sobre la tierra tomaba alrededor de un cuarto de las cosechas; luego, un impuesto per cápita fue aplicado sobre cada varón mayor de catorce años y cada mujer mayor de doce [12]. Los impuestos eran cobrados por recaudadores de impuestos judíos designados por el gobierno romano entre las familias acomodadas. La policía que acompañaba a los recaudadores de impuestos era culpable, algunas veces, de abusos. El fraude proliferaba.

Existían, además, muchas otras tarifas e impuestos, tales como aranceles sobre las importaciones, peajes sobre puentes y carreteras, y tributos del mercado. A los recaudadores de estos impuestos se les conocía como publicanos. Explotaban la ignorancia del público respecto a la tasa de impuestos y eran considerados como los más consumados embaucadores [13]. Los publicanos trabajaban para un «recaudador de impuestos agrícolas», quien en subasta pública pagaba a los romanos la opción más alta por el ingreso de impuestos de cierto distrito. La mayoría de los agricultores eran judíos que trabajaban para los romanos. Los recaudadores de impuestos agrícolas cobraban a los campesinos los impuestos estipulados por Roma, a los que añadían sus propios emolumentos. Zaqueo probablemente era un recaudador de impuestos agrícolas. El producto de los tributos pagados en el mercado de Jerusalén era concedido a un «recaudador de impuestos agrícolas», quien fijaba los impuesto sobre los productos de los mercaderes.

Los impuestos romanos eran particularmente enfadosos en tiempos de Jesús, debido a que por ser impuestos políticos, ya no se utilizaban en la reconstrucción del templo, como en el tiempo de Herodes el Grande. Ahora financiaban un ejército extranjero y los lujos de un imperio lejano.

Puesto que los judíos jamás consideraron legítimo al gobierno romano, estimaban que los impuestos fijados por Roma eran un robo. Veían a los gobernantes gentiles de Palestina como ladrones sin ningún derecho sobre la tierra o el pueblo [14]. Los rabinos no hacían ninguna distinción entre recaudadores de impuestos y ladrones. Aun los evangelios describen a los recaudadores de impuestos como pecadores. Los impuestos eran tan opresivos que Siria y Judea suplicaron una reducción de éstos en el año 17 d.C. Cuando los zelotes judíos lograron el control de Jerusalén en el año 66 d.C., quemaron todos los registros de deuda almacenados en los archivos de Jerusalén. Así esperaban prevenir futuras venganzas por parte de los ricos.

El impuesto sobre la renta de Dios

Los judíos devotos daban al templo más o menos dos docenas de diezmos religiosos y ofrendas. Los impuestos religiosos estaban prescritos en la ley judía. Los judíos varones de más de veinte años pagaban un impuesto anual al templo. Al principio de la primavera, durante la Pascua, tenían que pagar el equivalente de dos dracmas, o sea el salario de dos días. Algunas semanas antes de la Pascua, los recaudadores de impuestos viajaban a los distritos circunvecinos para recaudar el impuesto de aquellos que no podrían llegar a Jerusalén durante la Pascua. En Mateo 17:24, estos recaudadores solicitaron de Pedro el impuesto de dos dracmas. Este impuesto era usado para la operación y mantenimiento del templo, y solo podía ser pagado en plata de Tiro de alta calidad; no obstante, el denario romano era la moneda corriente en circulación. Los cambistas del templo se lucraban al cambiar la plata de Tiro por el denario común.

Los agricultores judíos también ofrendaban las primicias de sus cosechas en gratitud por la cosecha que seguiría. También daban el diezmo de la misma cosecha y un diezmo de sus ganados para sostener a los levitas. En el tiempo de Jesús, los sacerdotes de Jerusalén a veces tomaban el diezmo por la fuerza, a expensas de los levitas. Un segundo diezmo sostenía a los pobres, y posiblemente un diezmo adicional era recaudado cada tercer año para los pobres.

A los agricultores también se les exigía dejar espigas en sus campos para los pobres. Encima de todos estos impuestos, estaba la práctica del años sabático que exigía dejar descansar la tierra por un año, cada séptimo año. Esto «implicaba la pérdida de por lo menos año y medio de producción agrícola en cada ciclo de siete años; lo que constituía una carga sumamente pesada sobre un pueblo incapaz de ahorrar jamás una parte sustancial de la cosecha» [15]. Además habían otras contribuciones personales: ofrendas por la paz y por el pecado, ofrendas en la dedicación de un hijo. Los fariseos en el tiempo de Jesús diezmaban hasta las hierbas de sus huertas, práctica de la que Jesús se burló, puesto que ellos se habían olvidado de la justicia y de la misericordia (Mateo 23:23).

Los diezmos e impuestos religiosos no eran ofrendas voluntarias; eran ordenanzas divinas prescritas por Dios, sin embargo, no existía ninguna forma legal de hacerlas cumplir. Los exorbitantes impuestos tentaron a mucha gente rural a permitir que sus diezmos religiosos decayeran. Tal descuido enfurecía a los líderes religiosos, especialmente a los fariseos, quienes consideraban el diezmar como algo esencial para la santidad. Un erudito argumentaba que la presión de los impuestos romanos había forzado esa «crisis de santidad». Esto afirmaba la insistencia de los fariseos acerca de una cuidadosa observancia e incitaba su disgusto hacia los campesinos que no lo observaban [16].

El hijo del carpintero

Encontramos a Jesús creciendo en este escenario aldeano. Dos evidencias adicionales lo ubican dentro de los pobres de Galilea. María se describe a sí misma como de «baja condición» en su himno de exaltación (Lucas 1:48). La ofrenda prescrita para la dedicación de un hijo en Jerusalén era un cordero y una paloma; pero María y José compraron solamente dos palomas, práctica aceptable para las familias pobres que no podían comprar un cordero.

Aunque estos trozos de evidencia sugieren que Jesús nació en una familia pobre, probablemente no era de las más pobres de los pobres. Su padre no era un jornalero o un agricultor sin tierra. Era un artesano, un hábil obrero, probablemente un albañil, carpintero o fabricante de carretas [17]. José probablemente pertenecía a las filas más altas de la clase pobre de Galilea, al igual que Jesús, también un artesano. Entre los seguidores de Jesús hubieron pescadores independientes y colectores de impuestos; por lo tanto, Jesús y por lo menos algunos de sus seguidores, provenían de los niveles más altos de los rústicos campesinos de Galilea [18].

A pesar de ser un hábil artesano, Jesús se identifica con los más pobres de los pobres [19]. Declaró a sus entusiastas seguidores que no tenía lugar donde recostar su cabeza y que las zorras y las aves estaban mejor que él (Lucas 9:58). Sus discípulos fueron sorprendidos un días sábado recogiendo espigas en un campo. Tales espigas eran dejadas para beneficio de los pobres, de acuerdo al código deuteronómico.

Cuando se le preguntó acerca de si se debía o no pagar los impuestos romanos, Jesús pidió una moneda, o sea que sus bolsillos estaban vacíos. Después de comenzar su ministerio, ya no trabajó en ningún empleo. Al igual que los otros rabinos, no recibía ningún dinero por sus enseñanzas. No contaba con ningún sostenimiento económico, aparte de los donativos aportados por varias mujeres a lo largo del camino (Lucas 8:3). Jesús y sus seguidores formaban una banda de predicadores itinerantes que vivían al día. Su radicalismo ético les llevó a carecer de hogar, a tener escasas posesiones, y a distanciarse de sus familias [20].

Aunque Jesús creció en una Galilea azotada por la pobreza, rehusó unirse a los celosos rebeldes que propiciaban la violencia para alcanzar sus propósitos políticos. Los rebeldes capturaban la imaginación de los brillantes jóvenes que crecían en medio de la opresión económica. Soñaban quemar algún día el registro de deudas en los archivos de Jerusalén. Jesús creció en medio de una retórica revolucionaria, pero la dejó atrás. Su mensaje no constituía una sencilla reacción ante la opresión económica. Aunque despreciaba la injusticia económica, su pasión primordial era la inauguración de un nuevo reino, uno en el que la gente lucharía con la pobreza en una nueva forma.

Pan vivo

La tentación del pan presentada a Jesús implicaba más que aliviar el hambre personal. Consistía, más bien, en regresar a Galilea para alimentar milagrosamente a las masas. Imposible adivinar todas las dimensiones de la prueba. Tal vez pensó recoger el manto de Judas Galileo y unirse a los otros luchadores por la libertad para resistir los impuestos romanos. Tal vez, como otros bandidos de ese tiempo, soñó con saquear las pilas de provisiones acumuladas en las grandes y ricas propiedades. Si él poseía ese toque milagroso, ¿por qué no usarlo para alimentar a las multitudes en un grandioso banquete?, o ¿por qué no alcanzar la justicia económica de un solo golpe audaz?

Pero Jesús finalmente rechazó la alternativa de vivir sólo de pan. Una alimentación milagrosa era una solución a corto plazo y el hambre retornaría cuando el milagroso panadero muriera. Al eludir la solución rápida y temporal, Jesús ofreció una nueva alternativa. Su vida, su camino, sus enseñanzas crearían un nuevo fundamento de vida. Este sería un pan de vida permanente. Cuando una persona digiriera este nuevo pan, sería lleno con un nuevo espíritu y una nueva visión. Y todos aquellos que fueran bendecidos con un excedente de pan material comenzarían a compartirlo en nuevas formas.

Hacia la mitad de su ministerio, Jesús alimentó a 5,000, y luego a 4,000 con unas cuantas hogazas de pan y unos pocos pescados. Esta era la señal: Jesús mismo era el pan viviente, el Mesías por tanto tiempo esperado (Marcos 6-8). La multiplicación del pan ocurrió justamente antes de la escena en Cesarea de Filipo donde Pedro confesó que Jesús es el Cristo. La alimentación de la multitud no constituyó solamente un ardid para establecer la identidad de Jesús como un obrador de milagros. Pocos días después, Jesús declaró a la multitud que la única razón por la que lo seguían era porque habían comido del pan y habían sido saciados (Juan 6:26). Comprendió que alimentarlos milagrosamente no cultivaba discípulos consagrados. Les dio de comer movido por su compasión ante el hambre de la multitud (Marcos 6:34; 8:2).

Sin embargo, al multiplicar el pan Jesús reveló su identidad mesiánica, no como un obrador de milagros, sino como el iniciador de un reino al revés. En Juan 6, Jesús declara: «Yo soy el pan de vida ... yo soy el pan que descendió del cielo ... si alguno come de este pan, vivirá para siempre».

En preparación a su crucifixión violenta, Jesús comió la Cena de Pascua con sus discípulos y al partir el pan les dijo: «Este es mi cuerpo» (Lucas 22:19). Después de la resurrección, en el camino a Emaús, los dos discípulos lo reconocieron cuando partió el pan (Lucas 24:30-31). Su identidad mesiánica como Salvador del mundo fue revelada, no al multiplicar el pan, sino al permitir que su vida fuera partida, quebrantada, por la humanidad.

Cuando los valores del reino al revés de Jesús se convierten en nuestro pan de vida, las instituciones económicas de la sociedad pierden su fuerza. La gente rica que acepta el pan eterno, puede compartir su pan mundano. Esta es una forma al revés de alimentar a los pobres. No es una revolución de indignados campesinos, ni tampoco un pan milagroso. Los que tienen en abundancia, movidos por la misericordia de Dios, dejan de acumular y dan con generosidad.

Si la forma al revés de Jesús, haló la alfombra de debajo de los pies de la religión y la política convencional, su influencia sobre la opresión económica fue aún mayor. Una y otra vez, relato tras relato, Jesús predica contra la injusticia económica: «¡Ay de vosotros los ricos! ... bienaventurados los pobres» (Lucas 6:20-24). Sus enseñanzas condenan las prácticas económicas que explotan al pobre para enriquecer aún más a los ricos. Como veremos en los siguiente capítulos, los héroes del reino al revés de Jesús, no son los acaudalados terratenientes descansando en sus jacuzzis en Jerusalén, sino los pobres, los débiles, los lisiados.

Jesús desafió a las principales instituciones sociales de su día: política, religión y economía. Estas, como ocurre con frecuencia, estaban íntimamente entretejidas. La rica aristocracia formada por los sacerdotes jefes y los saduceos en Jerusalén, poseía grandes propiedades en Galilea que ahogaban a los propietarios de pequeñas parcelas. Esta élite gobernante controlaba la poderosa corte suprema judía, el sanedrín. Este cuerpo, a su vez, controlaba el ritual del templo y las regulaciones religiosas. Esta misma clase alta de Jerusalén estaba de acuerdo con los romanos. Recibió con beneplácito la ocupación romana, que la protegía de los bandidos que codiciaban sus riquezas.

Esta élite gobernante judía aplaudía cuando los romanos aplastaban a los celosos combatientes por la libertad. Los líderes religiosos muy probablemente formaban parte de la multitud que gritó: «Crucificale, crucificale». Ellos sabían que Jesús era más peligroso que el líder rebelde Barrabás. Un bandido podría ser apresado nuevamente y ajusticiado; pero una nueva enseñanza, una nueva forma de vida que volcaba las mesas de la política, de la religión y de la economía, era demasiado peligrosa para la élite gobernante de Jerusalén.

Así pues, la montaña, el templo y el pan son símbolo de las tres instituciones sociales con las que Jesús luchó en el desierto. Su manera al revés cercenó las presunciones prevalecientes y las estructuras sociales. Las tentaciones fueron, en realidad, invitaciones para que él confirmara la política, la religión y la economía convencional. Si en realidad la misión de Jesús fue encarnar nuevas formas de vida para el pueblo de Dios, tiene poco sentido considerar las tentaciones como provocaciones meramente personales. El luchaba con la problemática de su día. La lectura de las tentaciones nos permite apreciar la angustia que Jesús debe haber experimentado cuando luchó con las fuerzas de la política, de la religión y de las riquezas. También nos recuerda que Dios estaba introduciendo un nuevo reino al revés, basado en un nuevo poder, un nuevo templo y un nuevo pan.

Preguntas para discusión

  1. Evalúe la sugerencia de que la tentación del pan era de dimensiones mucho más extensas que el hambre personal de Jesús.
  2. Al afirmar que «Jesús es el pan de vida», ¿se «espiritualiza» el serio problema de la pobreza?
  3. ¿Por qué es el pan un símbolo tan prominente a lo largo de todo el Nuevo Testamento?
  4. ¿Cómo es que el sistema económico contemporáneo ayuda a producir multitudes hambrientas?
  5. ¿Qué situaciones socioeconómicas de hoy son similares a las que rodearon el ministerio de Jesús?
  6. ¿Es la tentación del pan que sufrió Jesús de poca importancia para aquellos de nosotros que nos hallamos en situaciones confortables?
  7. ¿Actualmente, de qué maneras enfrentamos nosotros las tres tentaciones de Jesús?
  8. ¿Cómo interpreta la tentación del pan una persona que vive sumida en la pobreza, y una persona que vive en abundancia?

 


1. Yoder (1972:31) sugiere esta interpretación sobre el pan de la tentación.

2. Existen numerosas descripciones detalladas de la estratificación social de Palestina durante el primer siglo. Para un análisis acerca de la región de Galilea, consulte a Feyne (1980, 1988). Lea también a Mealand (1981), Moxnes (1988), Myers (1988), Saldarini (1988), Strambaugh y Balch (1986) para excelentes exposiciones sobre las clases sociales y la estratificación económica. Oakman (1986) brinda una descripción detallada de la producción y la distribución económica en Palestina.

3. Hoehner (1972, 1973).

4. Jeremias (1975:92-99) y Finkelstein (1962:11-16) describen la opulencia de los aristócratas de Jerusalén.

5. Sanders (1985:174-211) argumenta persuasivamente que «la gente de la tierra» no debe ser catalogada juntamente con los «pecadores» como lo hacen con frecuencia los eruditos del Nuevo Testamento.

6. Saldarini (1988:52) argumenta que los edificios que albergaban las sinagogas consagradas exclusivamente a la adoración no aparecieron sino hasta el tercer siglo d.C. en Palestina.

7. Baron (1952[1]:275).

8. Enslin (1956:127).

9. Hoehner (1972:70).

10. Trocmé (1973:87-88). Freyne (1980, 1988) argumenta que a pesar del crecimiento de grandes latifundios, algunos campesinos, al menos en Galilea, pudieron seguir labrando sus propias parcelas.

11. Oakman (1986:72), en cálculos detallados, estima que del lado bajo, un agricultor pagaba la mitad de su cosecha en impuestos y alquiler, y en el lado alto, dos tercios. Además, sumando la semilla, otros costos y los impuestos, Oakman estima que al agricultor le quedaba para sus subsistencia una quinta parte, y posiblemente mucho menos, de su cosecha.

12. Guignebert (1959:39).

13. Jeremias (1971:110).

14. Neusner (1975:29).

15. Baron (1952:279).

16. Esta es, en esencia, la tesis desarrollada por Borg (1987).

17. Oakman (1986:176-182) ofrece una descripción detallada del papel y del trabajo de un carpintero en el primer siglo en Palestina.

18. Jeremias (1972:5-9) argumenta que Jesús pertenecía a la clase pobre. Freyne (1988:241) demuestra que Jesús y sus seguidores no eran terratenientes, pero tampoco eran limosneros. Estaban entre los económicamente más solventes de la cultura campesina. Hengel (1974:27) dice que debido a su ocupación, es seguro que Jesús provenía de la clase media de Galilea, en donde se agrupaban los diestros artesanos. Theissen (1978:10-16) sostiene que Jesús y sus discípulos eran carismáticos errantes que tenían muy pocas, o ninguna, posesión.

Hay varios puntos que pueden aclarar estos enfoques conflictivos. Como se ha observado anteriormente, aunque Jesús creció en una familia de clase baja, era una familia de artesanos, que muy probablemente ocupaba los lugares más altos de la clase baja. En segundo lugar, la enseñanza y estilo de vida de Jesús y sus discípulos puede haber sido de necesidad, pues deliberadamente rechazaron su posición familiar original. Conforme Jesús llamaba discípulos para que le siguieran, les apremiaba a dejar todas sus ocupaciones. Por lo tanto, aunque Jesús y algunos de sus discípulos puedan haber tenido sus raíces en los más altos estratos de la clase baja, su comportamiento posterior durante su ministerio demuestra que ellos abrazaron el estilo de vida de los más pobres de los pobres; que vivían errantes de día en día.

19. Bately (1972:5-9).

20. Este es esencialmente el argumento de Theissen (1978:10-16) y su estudio sociológico.