El Mensajero
  Diccionario de términos bíblicos y teológicos


fariseo, -a
(adj. y sust.) — Partidario de una de las corrientes de la religión israelita en las provincias de Judea y Galilea en los tiempos de Jesús y los apóstoles.  Su forma de interpretar la fe y vida israelita parece haber nacido en Persia y su rasgo más característico fue que aunque no pertenecían al linaje de los sacerdotes, sin embargo pretendían vivir y enseñaban a vivir conforme a las estipulaciones bíblicas para el sacerdocio.  Esta era su manera de expresar una devoción radical por el Señor de Israel.  Ellos se definían como lo contrario que los saduceos (la rama del sacerdocio que estaba instalada en el poder en el Templo de Jerusalén).  En cambio, algunas de las comunidades cristianas primitivas se definieron como lo contrario que los fariseos.  Aunque su manera de entender la fe de Israel era minoritaria en la época del Nuevo Testamento, el judaísmo rabínico —que apareció uno o dos siglos después del cristianismo— atribuye sus orígenes a los fariseos.

En la época del Nuevo Testamento no existía una única forma de la religión judía.

Lo que había era, por una parte, el Templo de Jerusalén con su ritual y su sacerdocio, que se entendía ser el único lugar autorizado para ofrecer sacrificios al Dios de Israel.  Los saduceos decían descender de Zadoc, instalado como sumo sacerdote por el rey David cuando inició el culto al Señor de Israel en Jerusalén.

Por otra parte, había comunidades de israelitas esparcidas por todo el mundo, desde Mauritania e Hispania en el occidente hasta más allá de Persia en el oriente.  Estas comunidades tenían su estructura y sus autoridades locales.  Mantenían vínculos afectivos con Jerusalén, entendiendo además que los sacrificios ofrecidos allí valían para todo Israel, dondequiera que los israelitas se hallaran dispersos.  En la Dispersión, en los siglos inmediatamente antes de Cristo, se estableció la costumbre de centrar la vida religiosa en el estudio de los libros sagrados (nuestro Antiguo Testamento).

La existencia de las sinagogas en todo el mundo era algo paralelo y al margen del ritual templario.  Aunque el sacerdocio de Jerusalén gozaba de ciertos privilegios civiles en la provincia de Judea, no existía ninguna conexión legal o jerárquica entre el Templo y las sinagogas.  Cada sinagoga era independiente, como lo era cada comunidad local de israelitas.  Por consiguiente no podía existir una única forma de entender «la religión judía», impuesta por una única autoridad reconocida.  Es una situación que sigue siendo propia del judaísmo hasta el día de hoy, así como de muchas iglesias evangélicas.  Los fariseos, sin embargo, imponían una disciplina férrea en sus comunidades, procurando evitar cualquier asomo de la corrupción impía que criticaban en el sacerdocio saduceo.  De ahí que en la época del Nuevo Testamento, los judíos en general vieran a los fariseos como un movimiento sectario.

La palabra «fariseo» se dice derivada del verbo arameo parush, «separar, explicar punto por punto».  Pero puede que los fariseos fueran conocidos así sencillamente por ser persas.  Obsérvese el gran parecido entre las palabras fariseo y farsi (el idioma de Irán, antes Persia).  Los fariseos habrían llegado de Persia, entonces —no se sabe cuándo— como tantos otros que regresaban a Jerusalén tras generaciones o siglos de ausencia.  Su forma de vivir la fe de Israel estaba centrada, como era habitual en la Dispersión, en el estudio de los libros sagrados.  Y acabarían destacando como una secta puritana, extremadamente crítica con la corrupción y disolución en que opinaban que estaba sumido el sacerdocio de Jerusalén.

Parecería ser que el cristianismo (al menos en Galilea y Judea) nació en el seno del fariseísmo y destinó a los fariseos sus peores críticas a la vez que padecían las críticas de ellos.  Los mesiánicos (es decir, «cristianos») alegaban que el Mesías ya había venido: Jesús de Nazaret.  Decían que ya no hacía falta guiarse por una interpretación exacta de lo que venía en los libros sagrados de Israel, puesto que les guiaba el Espíritu derramado por Cristo desde el Cielo, donde ahora reinaba junto a Dios.  A los fariseos esto les pareció pura blasfemia puesto que parecía admitir la existencia de más que un solo Dios.  Y les tuvo que parecer peligrosa la libertad que alegaban los cristianos para interpretar las Escrituras «por el Espíritu» —con lo cual, pensarían los fariseos, sólo se podía acabar en las mismas corrupciones y disolución que ya venían denunciando en el sacerdocio saduceo.

Destruida Jerusalén y su Templo en el año 70 d.C., pareció justificarse la severidad de la opinión de los fariseos contra los saduceos.  En los siglos siguientes y especialmente frente al auge del mesianismo cristiano, el fariseísmo evolucionaría hacia el judaísmo rabínico, la forma de la religión judía que perviviría.  La cumbre de la literatura rabínica serían los Talmuds—de Jerusalén y de Babilonia—, que traen los debates e historias de los rabinos.

—D.B.

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Publicado en
El Mensajero Nº 86


 

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