El Mensajero
  Diccionario de términos bíblicos y teológicos


esclavitud
— Condición social de eliminación de la identidad de la persona, que queda sometida enteramente, de cuerpo y actividad, a quien toda la sociedad entiende ser su poseedor. Desde la experiencia del Éxodo de los esclavos israelitas de Egipto —con que empieza la historia de Israel— entendemos que el Dios de la Biblia es aliado natural de las personas esclavizadas y subyugadas, actuando en la historia para efectos de liberación y para la restitución de una humanidad plena a todas las personas. En algunos textos de la Biblia, notablemente los saludos iniciales de algunas cartas de Pablo, el término puede ser empleado figuradamente, para describir un sometimiento absoluto a Cristo.

El cuerpo del esclavo está enteramente disponible para todos los usos y efectos que el amo considere oportunos. Legalmente tenía la consideración de «propiedad», no de «persona», con una única salvedad: podía ser castigado como una persona por sus acciones, puesto que manifiesta raciocinio y voluntad.

La disponibilidad absoluta del cuerpo de los esclavos siempre ha incluido muy expresamente el uso sexual. La utilización regular de los esclavos —mujeres, niñas, niños y hombres— como objeto sexual era una de las muchas formas que se empleaban para derrumbar la autoestima de los esclavos y hacerles comprender la dimensión absoluta de su existencia a disposición del amo. El amo disponía sexualmente de sus esclavos no sólo para su propio recreo, sino también para el de sus parientes y amigos y en el negocio de la prostitución.

En Israel, los hijos de la concubina se consideraban legítimos; y en determinadas situaciones podían heredar con los demás hijos. Pero la concubina era, sencillamente y sin rodeos, una esclava sexual.

La reducción de varones a la condición de eunucos era otra de las formas de enfatizar la subyugación absoluta. La cirugía para crear eunucos «completos» solía ser fallida: se calcula que hasta el 80% de las víctimas morían desangrados. El capado testicular solía dar mejores resultados, puesto que había amplia experiencia en el procedimiento con otros tipos de ganadería, que no sólo la humana. Las importantes carencias hormonales hacían que los eunucos habitualmente sudaran copiosamente. Como los eunucos totales carecían de musculatura para retener la orina, eran incontinentes. Entre el sudor y la orina, los eunucos despedían un olor muy intenso y desagradable. Hay quien escribió en la Edad Media —seguramente con algo de exageración— que la presencia de un eunuco de la corte bizantina se podía oler a más de trescientos metros. Como el ser humano es por su propia naturaleza sexuado, las sociedades con esclavos eunucos siempre han considerado que éstos no son del todo humanos. Todas estas realidades y prejuicios tienen que tenerse en consideración siempre que en los relatos bíblicos —o en la enseñanza de Jesús— hallamos la mención de eunucos.

Tenemos que considerar toda esta sordidez y crueldad siempre que en los relatos bíblicos hallamos la mención de «esclavos», «siervos» y «criados». La distinción entre estos tres términos pudo tener su razón de ser en la formación de la lengua castellana; pero en nuestras Biblias, cuando nuestros traductores escogen una u otra de estas palabras, tenemos que recordar que los términos en las lenguas originales de la Biblia —no importa cómo se traduzcan— indican subyugación y anulación de la identidad propia a favor de los deseos del amo.

A los esclavos y esclavas no se les podía exigir guardar los preceptos de conducta sexual que enseñan los apóstoles, puesto que carecían de la necesaria autonomía sobre sus propios cuerpos. Los amos cristianos probablemente sí guardaban esos preceptos, pero sólo en relación con sus iguales —puesto que les habría parecido absurdo privarse del usufructo legítimo de su propiedad.

El Dios de la Biblia lucha encarnizada y eternamente contra el mal y la maldad en la condición humana, pero para ello tiene que valerse del material humano que en cada generación encuentra disponible. Los personajes de la Biblia no son ejemplares en toda su conducta, sino tan solamente en su disposición a ser transformados por sus encuentros con Dios. Al igual que cada uno de nosotros hoy día, esa transformación fue siempre incompleta y sólo afectaba aquellas conductas que, una cosa a la vez, el Espíritu de Dios lograba hacerles comprender. En lugar de escandalizarnos por el esclavismo de la era bíblica, tal vez deberíamos escandalizarnos de lo poco más allá que hemos logrado avanzar en muchos particulares en nuestra sociedad hoy día.

El cristianismo parece haber medrado inicialmente entre las capas inferiores de la sociedad, tal vez especialmente entre esclavos y mujeres. Hay que entender, entonces, el poder del evangelio para traer luz y paz interior —pero especialmente la identidad de hijos de Dios— a estas personas. En Jesús crucificado (un castigo propio de esclavos, jamás de los nobles) y resucitado, descubrieron la esperanza —muy a pesar de la sordidez de su existencia como personas subyugadas.

—D.B.

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Publicado en
El Mensajero Nº 84


 

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