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El sol y la luna en Josué 10

El periódico El País, en su edición del 30 de octubre, trae un artículo firmado por Miguel Ángel Criado, con el título de «Un pasaje de la Biblia recoge el registro más antiguo de un eclipse solar[1]. Añade, como subtítulo, que: «El 30 de octubre de 1207 antes de Cristo se produjo un eclipse solar sobre la antigua Canaán».

El artículo trae información muy interesante acerca de los avances en el cálculo de fechas para eclipses de otras eras, que tienen ahora en cuenta las pequeñas variaciones en la rotación de la tierra. De ahí la exactitud de la fecha y lugar de la Tierra que da para ese eclipse.

Lo más interesante para mí, como estudiante toda mi vida de los textos bíblicos, es que a alguien se le ha ocurrido comparar la fecha de ese eclipse —en sí nada extraordinario— con el relato de la batalla de los israelitas bajo el mando de Josué, contra los amorreos, en Josué 10. Todos recordamos, aunque hayamos olvidado el lugar exacto donde se encuentra en la Biblia, el episodio donde Josué ordenó al sol y la luna detenerse durante el transcurso de una batalla contra los amorreos. Pues a alguien se le ha ocurrido pensar que lo que está describiendo esto no es la prolongación artificial de un día, sino la aparición en el cielo de un eclipse.

Efectivamente, como alega este artículo, una lectura atenta de Jos 10,12-13 descubre que no dice que el día se alargase, sino que Dios intervino sobrenaturalmente para conceder a los israelitas la victoria. Lo que pone es que el sol y la luna protagonizaron un evento extraordinario durante aquella batalla.

En el versículo 12 el verbo que describe lo que hace el sol es tal vez «detenerse», pero se podría traducir también perfectamente como «cesar», incluso «enmudecer». No es imposible entender que nos están diciendo que el sol cesó… de brillar; y ¿qué sería «enmudecer» el sol, si no oscurecerse? En cuanto a la luna, dice que se paró, que «se detuvo». No es imposible imaginar que lo que hizo fue quedarse ahí, es decir, quedarse bloqueando la luz solar, durante algún tiempo. Dice el vers. 13 que el sol no se dio prisa en salir. Ese «salir» sin darse prisas podría ser, naturalmente, marcharse o ponerse el sol, indicando un día extraordinariamente largo. Pero bien pudiera ser que el sol no se dio prisa en salir… de estar escondido detrás de la luna. En ese caso los guerreros hebreos habrían aprovechado el estupor y miedo de los amorreos ante ese portento celeste, para acabar con ellos. Y así habría concedido el Señor la victoria a los israelitas.

Ahora bien, lo que me interesa de este artículo no es poner fecha a una batalla del Antiguo Testamento, ni siquiera confirmar que es posible interpretar este episodio bíblico de tal suerte que lo que a una persona con poca fe le pudiera parecer disparatado, ahora cualquiera —con fe o sin fe— pueda aceptar como razonable. Estoy convencido de que los relatos del Antiguo Testamento tienen su propia lógica y razón de ser, que no es tanto informar fehacientemente sobre eventos de hace miles de años, sino inspirar a una reflexión sobre cómo «ver» a Dios actuar en medio de nuestras vidas y en los eventos contemporáneos que nos toca vivir. Las personas de fe serán capaces de comprender que Dios está presente, de formas insospechadas para quien carece de fe, en hechos contemporáneos como el conflicto en Cataluña o la elección de Trump en EEUU o el Bréxit británico y su impacto en la Unión Europea. Exactamente como los autores de las narraciones bíblicas comprendieron que Dios venía estando presente en el pasado histórico de su pueblo.

No, lo que me interesa aquí es la humildad hermenéutica a que nos invita esta interpretación novedosa de un pasaje muy conocido de la Biblia. Por «humildad hermenéutica» me refiero a humildad en cuanto a nuestra capacidad para interpretar correctamente, para entender sin equivocarnos, una inmensa proporción de lo que leemos en la Biblia. Es perfectamente verosímil interpretar ahora que lo que describe Jos 10,12-13 es, en efecto, un eclipse solar; y si tradujésemos esos versículos de manera que esto resultase evidente, lo haríamos sin forzar en absoluto el sentido de las palabras hebreas. Pero no es así como se viene interpretando tradicionalmente, ni lo que pensábamos que daban a entender nuestras traducciones tradicionales del texto bíblico.

La Biblia es una colección de escritos antiquísimos. Las partes más «nuevas», el Nuevo Testamento, tienen ya casi dos mil años y nos llegan desde una civilización que hoy nos resulta tan extraña como si se tratase de caníbales de una isla del Pacífico.

Pero a través de la Biblia Dios nos sigue hablando hoy. Nos habla con claridad. Interpela nuestra voluntad, nos invita a superarnos en justicia, amor al prójimo, una moral rutilante, una conciencia social solidaria, todo ello basado en amar al Señor con todo nuestro ser. En cuanto a esto, el mensaje de la Biblia es prácticamente imposible de equivocar. Si para llegar a esto resulta que estamos interpretando equivocadamente millares de detalles, ¡qué más da!

Ama a Dios y al prójimo, y vive con humildad y justicia esta vida que el Señor te da. Todo lo demás es adorno.

[Dionisio Byler]

1. https://elpais.com/elpais/2017/10/30/ciencia/1509320354_876281.html