Diccionario

gracia — Amor y misericordia de Dios, predisposición favorable por la que Dios juzga con longanimidad y paciencia a la persona, con comprensión y bondad antes que con dureza y rigor para castigar a la primera. El redescubrimiento de la gracia, por parte de Martín Lutero, fue uno de los hitos de la Reforma protestante y está en el ADN del luteranismo hasta el día de hoy. Hoy día el concepto de la gracia divina es esencial en la teología de todos los cristianos, sean protestantes (evangélicos), católicos, o anabautistas.

Existe siempre una cierta tensión entre el concepto de la gracia divina y el de la justicia de Dios, la ira de Dios, por la que juzga intolerables determinadas conductas y actitudes de la humanidad, en particular las que provocan sufrimiento y muerte en el prójimo u ofenden la santidad y la majestad de Dios. Esa tensión es útil y necesaria. No se puede resolver en dirección a enfatizar demasiado la ira divina y sus justos castigos como si Dios fuese un juez imparcial que ignora la fuerza de afecto que le une a la persona juzgada. Tampoco se puede resolver en dirección a enfatizar demasiado una manga ancha y todo vale, donde acabaríamos pensando que Dios carece de seriedad y que sus mandamientos no son de cumplimiento obligado.

En castellano existe otro sentido de la palabra «gracia» que no tiene por ejemplo en inglés. Decimos que algo tiene gracia o que nos resulta gracioso, cuando nos hace reír. Tal vez deberíamos rescatar este sentido de la palabra también al meditar en la gracia de Dios.

Desde luego no es descabellado imaginar que quizá Lutero, que vivía hasta entonces agobiado por una escrupulosidad malsana y en terror al castigo de Dios, se echase a reír de puro alivio y alegría incontenible cuando el Espíritu Santo consiguió hacerle comprender que Dios le amaba y estaba dispuesto a abrazarlo en su divino seno por pura gracia, de puro amor incondicional de Padre. Los mejores chistes, los que de verdad nos hacen reír, son los que desembocan en una sorpresa, en un final que de tan inesperado u ocurrente, nos provoca una explosión espontánea de carcajada. Así de inesperada y ocurrente le tiene que parecer al pobre ser humano que cree previsible tener que vérselas con Dios en un juicio eterno, cuando se entera que Dios nos ve con el tipo de benevolencia que se entiende cuando pone que «Noé halló gracia a los ojos de Dios», por lo cual salvó la vida y la de sus descendientes cuando el Diluvio.

Las actitudes y conductas humanas tienen consecuencias, sin embargo, consecuencias que son muchas veces harto perversas y malignas y que desencadenan toda una secuencia de violencias, maldades y sufrimientos. Como las olas de expansión cuando tiramos una piedra al agua, la maldad humana provoca una reacción de males en cadena que llegan a afectar a otras muchas personas que nada tenían que ver. La gracia de Dios se muestra también, entonces, cuando interviene para refrenar la maldad, para vengar a los inocentes, para dar fin, con efectos ejemplarizantes, a la maldad de quienes provocan sufrimiento y violencia. Esto también es gracia. Es la gracia que interviene, que se interpone, que estorba, limita y castiga la perversidad, trayendo alivio y sosiego a sus víctimas.

Es por eso también que decíamos que no es justo eliminar la tensión entre gracia y castigo divinos. Porque bien puede ser que el castigo de unos, otros lo vivan como gracia y liberación y alivio. Desde luego Dios es el único que tiene la capacidad y sabiduría para gestionar las exigencias de gracia de todos nosotros, los seres humanos que él creó y ama, exigencias de gracia que serán muchas veces contrarias e incompatibles entre sí. Al final su amado Hijo Jesús obtuvo la gracia de la resurrección, pero no sin antes, «desgraciadamente», haber padecido los horrores del odio y el rechazo y la crucifixión del Calvario. Padecimientos que fueron, a su vez, la máxima expresión de la gracia de Dios para cada uno de los demás.

Pero esto nos puede ofrecer, tal vez, un atisbo de esperanza de que en nuestro padecer injusticias, maldades, odio y rencor, hasta violencia, quién sabe si no se nos está presentando en bandeja la oportunidad de con ello dar expresión a la gracia de Dios, que podemos regalar a nuestros enemigos. ¡Oh aspiración maravillosa! ¡Oh esperanza sublime! ¡Quién no lo daría todo para lucirse como digno discípulo del Maestro de toda gracia!

—D.B.