Juicio

Juicio, porque el mal existe
por Thomas N. Finger, en
Christian Theology: An Eschatological Approach (vol. 1, pp. 152-53)

Cuando nos enfrentamos a la muerte, muchos miran a la religión (algunos por primera vez en la vida) buscando consolación. Muchos, lo que buscan, es que la religión les suavice la dura confrontación con el lado más oscuro de la realidad. La idea de «la inmortalidad del alma», al prometer una conquista automática e inmediata de la muerte, constituye una evasión de la realidad de la muerte. Asimismo el universalismo —creer que al final todo el mundo será salvo— ofrece una evasión de la realidad del mal. Nos protegemos instintivamente de la magnitud de la tragedia y el sufrimiento real y posible en nuestro mundo. Pocas veces queremos considerar qué consecuencias terribles pueden tener, y a veces tienen, nuestros actos y los de nuestros seres queridos. Como el universalismo parece ofrecernos a todo el mundo conseguir automáticamente un destino eterno positivo, nos permite ignorar estas realidades.

Creer que el juicio que nos espera será positivo y también negativo, sin embargo, nos hace considerar la importancia de nuestras decisiones. Nos hace despertar a la magnitud del mal en nuestro mundo presente, y por consiguiente estimular nuestra compasión y preocupación por otros. Normalmente aumenta nuestros esfuerzos por comunicar el evangelio de manera explícita y atenta. La creencia en la dimensión negativa de un juicio futuro solamente es perjudicial si se divorcia del aspecto positivo y presente del juicio. La proclamación completa del juicio es esta: ¡Dios ya ha vencido el mal y ya ha establecido la  justicia! ¡Esta victoria será al final absoluta y completa! Los que se abren a este imperio de la justicia no tienen por qué albergar el más mínimo temor ante la destrucción final del mal. El mensaje de un juicio negativo que ha de llegar es como un anuncio en letras grandes que pone: Sin embargo el mal es real. Por consiguiente: ¡Es necesario posicionarse!

La proclamación de un juicio negativo en el futuro, entonces, brinda una grandísima esperanza. ¡Todo mal, toda injusticia, se acabarán! Pero no es un optimismo facilón que declara que estas cosas no sean reales. Se basa en que Dios irrumpió en el círculo vicioso del mal y la injusticia en el pasado. Vive anticipando otras intervenciones de Dios contra el mal en el futuro. Esto indica que la fe cristiana no es una confianza generalizada en que al final, del mal surgirá el bien. Es la fe en un Dios que establece la justicia aun desde las profundidades del mal. Esta fe puede ser difícil de conseguir. Pero como reconoce directamente los horrores de los sufrimientos que provoca la injusticia, es difícil de abandonar.

Quienes han comprendido este mensaje de un juicio universal pueden afrontar situaciones concretas con un optimismo casi ilimitado a la vez que un pesimismo casi ilimitado: optimismo porque el amor ilimitado y salvador de Dios es capaz de llegar mucho más allá de lo imaginable; pesimismo porque reconocen la realidad terrible de la injusticia y del mal. Los cristianos pueden hacer frente a cualquier situación con esperanza inmensa y sin desesperar cuando sus esfuerzos parecen fracasar o parecen haber sido aplastados. En situaciones de fracaso aparente, los cristianos pueden resistir mucho mal con realismo, porque no tienen por qué abandonar el ánimo y la esperanza.