afecto

Yo te alabo, tú me alabas (2/3)
por Félix Ángel Palacios

Seguimos con la alabanza, esa faceta tan importante en nuestra relación con Dios, que, como decíamos, consiste en manifestar nuestro aprecio, gratitud y admiración por lo que él es: «¡Señor! ¡Señor!, fuerte, misericordioso y piadoso…» (Ex 34,6-7). Por lo que hace: «Los cielos cuentan la gloria de Dios» (Sal 19,1). Y por lo que tiene: «… para que vean mi gloria que me has dado» (Jn 17,24). Dios busca nuestra alabanza. Es justo que lo hagamos pues, como sabemos, él es justo y toda injusticia es pecado (1 Jn 5,17), con lo que podemos deducir que no alabarle como se merece es pecado (Ro 1,18-21).

Es bueno alabar a Dios (Sal 92), pero nosotros también necesitamos ser alabados, reconocidos y puestos en valor de la misma forma. ¿Por qué? Porque estamos hechos a su imagen y semejanza.

La psicología, como sabemos, insiste en lo bueno que es reforzar en niños y adultos sus cualidades, lo que se hace bien, lo que se consigue en buena lid, etc., porque desarrolla la parte sana de nuestra alma y nos ayuda a crecer y fortalecernos en todo tipo de virtudes. Esto, que forma parte de la psicoterapia moderna más básica, era ya una característica del cristianismo hace dos mil años. Mirad cómo alababan los apóstoles: «Mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad» (3 Jn 1,3). «Doy gracias a mi Dios porque oigo del amor y la fe que tienes hacia el Señor Jesús y para con todos los santos» (Flm 1,4-5). «Doy gracias a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada, porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él» (1 Co 1,3-4). Alabanza que también Dios expresa hacia nosotros: «Bien, buen siervo y fiel…» (Mt 25,21). «Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia…» (Ap 2,2-3).

¡Qué hermoso es oír estas cosas!, ¿verdad? ¡Cuánto bien nos hace! El apóstol Pablo reprochó a los corintios no haber sido alabado por ellos como debía: «Yo debía ser alabado por vosotros…» (2 Co 12,11). Y tú, hermano mío (hermana mía), ¿tienes a alguien que te alabe? ¿Hay a tu lado quien exprese verbalmente lo que vales, lo que eres, lo que haces, la benignidad de tus manos…? ¿Recibes la gratitud y la admiración que mereces? Probablemente me dirás que también tú tienes motivos para reprocharle a alguien que no te alabe como mereces. Pero, del mismo modo, a tu alrededor también habrá personas que podrían reprocharte a ti esa pobreza alabadora que te convierte en una persona injusta e ingrata.


     Mira a los que tienes a tu lado. Detecta la hermosura que tienen, su valía, sus dones, la caricia que te llega de Dios a través de ellos. ¡Alábales, pues están hechos a imagen de Dios!


Mira, ahí tienes a tu cónyuge, tu hijo o hija, tus padres, tu amigo o amiga, tu hermana o hermano en Cristo, tu pastor… Detecta la hermosura que tienen, su valía, sus dones, la caricia que te llega de Dios a través de ellos. ¡Alábales, pues están hechos a imagen de Dios y, como él, necesitan también recibir nuestra alabanza y reconocimiento! ¡Admira esas pequeñas o grandes virtudes que les asemeja a Cristo y con las que te bendicen a ti y a los demás! ¡Alábales, por favor! Todos lo necesitamos como el comer o el respirar, porque nos hace justos y nos estimula a perseverar en lo que hacemos y en lo que somos. Pero alábales sin pasarte de la raya ni ser zalamero ni superficial, pues eso quitaría valor a tus palabras.

¿Que eres incapaz de ver las cosas buenas de tu prójimo y de alabarle? ¿No puedes admirar a nadie porque tiendes a ver sólo sus defectos? Entonces, hermano mío, hermana mía, estás peor de lo que imaginas. Necesitas urgentemente limpiar tus ojos y pedirle a Dios que te sane tanto en lo mental como en lo espiritual.

¿Que no te sale mucho eso de expresar aprecio, gratitud y admiración? No te preocupes, sigue intentándolo. Alguien te agradecerá el esfuerzo. En la vida pocas cosas valen tanto la pena. Recuerda que se trata de aprender un nuevo idioma, el idioma de la alabanza, y que cuanto mejor lo manejemos, mejor alabaremos a Dios y más justos seremos con él, con quienes nos rodean y, sin ninguna duda, con nosotros mismos.

Si —triste de ti— no tienes a nadie que exprese su admiración por lo que eres o por lo que haces, has de saber que Dios es justo contigo y él sí te alaba en lo que es digno de alabanza, y que te vindicará cuando llegue el día en que las cosas se manifiesten (Mt 10,26). También te tienes a ti mismo para alabarte, como hizo el apóstol Pablo ante los corintios. Pero de esto hablaremos otro día.