Tierra plana
¡La tierra es plana! —según informa la Sociedad de la Tierra Plana, que denuncia el complot de los presuntamente falsos científicos que han convencido a todo el mundo de lo contrario—.

Desinformación en internet y la verdad de la Biblia
por Dionisio Byler

A los que como un servidor somos educadores, nos desespera lo que a veces pareciera ser una voluntad tozuda por preferir la ignorancia a la verdad, con tal de no tener que renovarse adoptando ideas nuevas.

En otras épocas la información falsa, los bulos, las leyendas populares que responden a prejuicios e ignorancia y no a información fehaciente, se difundían exclusivamente por vía oral. Los rumores surgían por malentendidos, falta de información, tal vez hasta por un sentido de humor, y a veces también por mala intención. Iban creciendo y evolucionando cual bola de nieve, hasta que ni siquiera la persona que primero le diera voz sería capaz de reconocerlos.

El invento de la imprenta tuvo muchos efectos maravillosos y benéficos para la humanidad; empezando por la divulgación del primer libro impreso: la Biblia. Pero tuvo su lado negativo. No tardaron en aparecer por toda Europa folletines y cuartillas impresas con todo tipo de opiniones hechas pasar como información segura, herejías alocadas que circularon como santísima verdad, y propaganda política de todo tipo.

Hoy día tenemos un medio nuevo de comunicación, que como la imprenta a finales de la Edad Media, ha traído muchos y maravillosos beneficios a la humanidad, a la vez que se presta fácilmente a la difusión de desinformación: la internet y las redes sociales.

Así se propagan hoy día toda clase de mentiras, insensateces, disparates, teorías de conspiración, apariciones «absolutamente creíbles» de alienígenas, medicamentos y tratamientos médicos milagrosos, información de presuntas conspiraciones políticas, calumnias personales… Y así se propaga también toda suerte de desinformación religiosa.

La desinformación científica difundida por internet tiene a veces resultados calamitosos, como las muertes de niños por creer sus padres que las vacunas perjudican la salud, o la postergación indefinida de adoptar medidas para frenar el cambio climático por negar que exista o que sea posible combatirlo. La desinformación política difundida por internet es especialmente insidiosa. Hay teorías de conspiración para todos los gustos. Todas las corrientes políticas desinforman tanto como informar, manipulan tanto como aportan propuestas, sesgan medias verdades o mienten —algunos más que otros, todo hay que decirlo— para «arrimar el ascua a su sardina».

Pero lo que inspira estos párrafos es la defensa de una fe racional en Dios y la verdad del evangelio.

Aquí también la internet nos puede prestar un servicio maravilloso, a la vez que puede hacer de herramienta de oscurantismo, ignorancia, fábulas, y manipulación mal enfocada de la pobre gente que por creyentes, a veces nos volvemos crédulos.

Y aquí también es necesario establecer que no porque aparezca en internet o en redes sociales son ciertas las cosas, por muy bien presentada que esté una web y por mucho conocimiento bíblico que parezca rezumar. No todo es opinable, aunque uno saque a relucir presuntos expertos que defiendan una opinión contraria a lo que es bien sabido.

Hay cálculos basados en la Biblia que alegan establecer el año de la creación del mundo. Estamos ahora mismo en el año 5.777 del calendario judío, es decir, según cálculos rabínicos, esos son los años que han transcurrido desde la creación. Esto mismo creen muchos cristianos. Pues no, señores, la tierra tiene unos 4.470 millones de años (más o menos). Quien utiliza la Biblia para contradecir así lo que es cierto, para contradecir lo que ha quedado establecido más allá de toda duda, utiliza la Biblia para hacerla mentir contra la verdad y hace que todos los cristianos sean sospechosos de vivir un engaño.


    La «Verdad de la Biblia» es la revelación de la existencia de un Dios creador, que es benigno, bondadoso, misericordioso, perdonador, digno de toda alabanza y adoración y amor. Y que ese Dios se interesa en la calidad de nuestras vidas, para instruirnos cómo tratar al prójimo y vivir vidas física y social y emocionalmente sanas.


Cuando yo era estudiante hace varias décadas, la evolución era una teoría. Llevaba poco más de cien años desde que la propuso Darwin, pero aunque era por supuesto la teoría más razonable, no existían pruebas fehacientes. Hoy el conocimiento que tenemos del genoma humano hace que ya no sea teoría sino un hecho contrastado. Hoy día se emplea una prueba de ADN para dirimir un pleito por paternidad que cualquier juez firmará con confianza absoluta de no equivocarse. Es exactamente la misma ciencia que se utiliza para determinar en qué parte del mundo y hace cuántas decenas de miles de años, nuestra especie se cruzó con los neandertales (repetidamente) y con los denisovanos. Su «paternidad» está escrita en nuestro ADN y si vivieran, estarían legalmente obligados a reconocernos como descendientes suyos.

Hay quien utiliza la Biblia para negarlo, insistiendo que todo es opinable, y que como personas de fe tienen derecho a opinar que no es así como se formaron las especies de la vida en este planeta Tierra. Bueno, derecho igual sí que tienen, pero no razón. Porque a pesar de lo que se pueda leer en internet, y lo bien presentado y argumentado que esté una web por presuntos científicos cristianos que solamente se reconocen entre ellos, hay cosas que no son materia de opinión sino de verdad y de realidad.

Es imposible que la Biblia contradiga de verdad ningún conocimiento científico, por un hecho muy sencillo. La Biblia es una colección de escritos que datan, los más recientes, de hace casi dos mil años; y los más antiguos, algunos siglos más.

El método científico, por otra parte, tiene apenas algo así como cinco siglos. El método científico es una forma de investigación abierta a la evaluación de otras personas igualmente cualificadas, que va construyendo poco a poco, paso a paso, un modelo de explicación racional de los fenómenos observables. Se construye sobre la base de teorías a confirmar o desconfirmar, según vaya evolucionando la investigación, hasta dar resultados que se consideran seguros. Estos resultados se configuran en paradigmas, explicaciones generales de la realidad, que como todo en el método científico, de vez en cuando sufren una revolución porque el paradigma anterior ya no explica todos los datos que se van acumulando, hasta que al fin alguien propone otro paradigma nuevo, más útil.

La Biblia, que nos viene de civilizaciones antiguas tan remotamente anteriores al método científico, no puede rebatir ni confirmar los hallazgos del método científico, porque no hay por dónde poner ambas cosas en diálogo.

Sería como tratar de explicar, en su propia lengua, y sin aportar términos extraños y técnicos, a un campesino tribal y analfabeto de algún punto remoto del mundo, cómo funciona la informática (algo que, confieso, yo tampoco entiendo). Ese campesino seguramente es tan inteligente como uno; para sobrevivir en su entorno, seguro que mucho más «instruido» que uno. No se trata entonces de «superioridad» e «inferioridad». De lo que se trata es que son culturas o civilizaciones diferentes, que no se entienden entre sí por lo poco que tienen en común en sus diferentes formas de experimentar la vida e interactuar con el mundo material.

La Biblia no puede ni confirmar ni rebatir los hallazgos del método científico, entonces, porque nos llega desde un mundo precientífico, una forma precientífica de entender la vida e interactuar con el mundo material. Trae otro tipo de información, con otra finalidad, que la información científica. No es menos válida la Biblia que la ciencia, pero sí que es otro tipo de validez, otra clase de información. No todo en la vida es cuestión de opinión. Ni tampoco puede tener la Biblia opinión alguna sobre cuestiones de investigación que jamás se hubo planteado la humanidad hasta ahora.

La «Verdad de la Biblia» es la revelación de la existencia de un Dios creador, que es benigno, bondadoso, misericordioso, perdonador, digno de toda alabanza y adoración y amor. Y que ese Dios se interesa en la calidad de nuestras vidas, para instruirnos cómo tratar al prójimo y vivir vidas física y social y emocionalmente sanas. Hay, naturalmente, una enormidad de detalles del evangelio de Jesucristo y de la revelación propia de ambos testamentos, que se podrían añadir. Pero esa es en síntesis la naturaleza de su verdad.

Eso sí es, tal vez, «opinable», como no lo son algunas otras cosas. Como nuestra fe es cuestión de fe, precisamente, es algo que confesamos libremente gracias a la convicción que ha puesto en nuestros corazones el Espíritu Santo. Y sabiendo que no tenemos otra base para sostenernos que esa fe que es pura gracia divina, hemos de respetar la integridad e inteligencia de quien hasta el momento, no se ve capaz de compartir nuestro convencimiento.

Los que hemos recibido el don de creer sabemos que existe una dimensión milagrosa, inexplicable, de la vida. La investigación humana no lo explica todo. Hay un Dios en el cielo y en nuestros corazones, activo en nuestras vidas para llenarlas de sorpresa. Pero eso no hace que vivamos en una realidad paralela, en un mundo diferente al que habitan los investigadores que contribuyen al conocimiento humano en nuestra era. La fe no debe hacernos más ignorantes que los demás, sino añadir un plus a nuestro conocimiento de las realidades de la vida humana.