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  Nº 139
Diciembre 2014
 
  Dicionario de términos bíblicos y teológicos


reino/reinado de Dios/de los cielos
— El gobierno directo de Dios sobre la humanidad es, tal vez, la aspiración más elevada que enuncia el testimonio de la Biblia. Todas las sociedades de todas las civilizaciones a lo largo de los milenios, nos hemos sabido instintivamente mal gobernados. Lo que nos proponen como justicia es justicia… según para quién. Lo que nos explican como defensa, excusas para llevarse a nuestros hijos como carne de cañón para guerras por intereses particulares. Lo que nos presentan como generosidad, una proporción pequeña de lo que nos extorsionan del fruto de nuestro trabajo. ¡Ay, si nos gobernara en persona desde el cielo Dios!

Los diferentes términos: He aprendido de Antonio González que es más apropiado hablar de reinado que de reino de Dios. Reino, sustantivo, indica un territorio. Por ejemplo: el Reino de España. Reinado, participio del verbo reinar, suele indicar el período de gobierno de un monarca y es por consiguiente más dinámico, menos pasivo. Se refiere a la propia acción de reinar que es, precisamente, lo que interesa en cuanto al reino o reinado de Dios.

Luego en los evangelios, hay alguna ocasión cuando este reinado se califica como de los cielos, ya no como de Dios. Esto se explica fácilmente por el tabú en el judaísmo contra la pronunciación del Nombre del Señor, por temor a incurrir en violación del mandamiento contra tomar el Nombre en vano. Las dos expresiones son idénticas: En una se evita mentar expresamente a Dios, en la otra no; pero ambas vienen a indicar el reinado de Dios.

Esto es venir a decir que el ámbito del gobierno de Dios no es otro que esta tierra en que se desarrolla nuestra vida presente. No es algo que se posterga indefinidamente y solamente podrá suceder en un ámbito puramente espiritual, informe, descarnado, inmaterial. La esperanza «escatológica» (de los últimos tiempos) en un futuro glorioso más allá de la muerte es un elemento irrenunciable de la fe cristiana. Jesús no es reacio a pronunciarse sobre ese futuro. Pero en cuanto al reinado de Dios, lo que parece indicar es que con las señales que acompañan su propia presencia —la de Jesús— en el mundo, ese reinado «se ha acercado», ya ahora, a la humanidad.

El papel del Mesías, o Cristo. A lo largo del Antiguo Testamento, la idea del gobierno de Dios se desenvuelve a la par con la del ser humano que hace de intermediario entre Dios y la sociedad que Dios gobierna. Durante unos pocos siglos la corte y su templo anexo en Jerusalén, promovieron la teoría de que ese intermediario era la monarquía. El rey era ungido al acceder al trono. Esta palabra, ungido, se dice Mesías en hebreo y Cristo en griego. Y durante los cuatro siglos de la monarquía en Jerusalén, nadie dudó que ese Mesías o Cristo era el descendiente de David que a la sazón gobernaba, adoptado en cada generación como «hijo de Dios».

En los siglos posteriores, el Sumo Sacerdote —también ungido— ocupó el espacio político que antes había ocupado el rey de Jerusalén. Pero la corrupción evidente de la corte del Sumo Sacerdote, hizo entender a la gente que Dios se reservaba otro Mesías, otro reinado mucho más directo sobre la nación.

Jesús no quiso presentarse como soberano político con alegatos de línea directa con Dios. Rechazó cualquier forma de asociación con la figura monárquica humana, que él —como también una parte importante del testimonio de la Ley y los Profetas— consideraba problemática. El relato de las tentaciones inmediatamente después de su bautismo nos indica que asumir esos atributos de «hijo de Dios» fue una tentación que Jesús pensó que había que resistir —aunque con ello se le abría la posibilidad de gobernar toda la tierra (de la mano de Satanás).

Sin embargo, después de su resurrección y ascensión al cielo, la Iglesia no dudó en atribuirle el rango de Cristo, ungido para gobernar sobre toda la humanidad como Dios o bien, indistintamente, hijo de Dios. El Nuevo Testamento no lo ve como rey en ciernes, preparándose para gobernar en un futuro indeterminado. Lo ve, al contrario, como Cristo y como Rey ya hoy. Gobierna ya, hoy… en esta tierra. Pero no en un territorio en particular, sino en los corazones de aquellos que aceptan ser gobernados por Dios. Cristo no gobierna desde arriba con autoritarismo y amenazas de violencia. Gobierna desde adentro, por el amor y la devoción y la lealtad que inspira en nosotros.

Tenemos en las epístolas la promesa de que reinaremos juntamente con él, con Cristo. Desaparece así de una vez por todas la idea de monarquía, el gobierno por uno solo. Ya no hará falta. Porque nacerán espontáneamente de nuestro interior el bien y la misericordia y la bondad y el amor y la solidaridad y la perfección de intención.

Sin duda jamás será perfecto esto en esta vida presente. Pero pretenderlo es lo que nos mueve y nos inspira.

—D.B.

 
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