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  Nº 132
Abril 2014
 
 
  Adán y Eva. Cuadro de Jan Mabouse, 1510
Adan y Eva
   

Quisiéramos recordar a nuestros lectores, que esta serie no pretende confundir sino edificar. Pretende arrojar luz sobre cuestiones que afectan directamente la vida e integridad de nuestras iglesias. Para que guiados por el Espíritu del Señor y en diálogo fraternal, sigamos creciendo más y más a la perfección de la vida en Cristo.

Esta serie trae posiciones muy personales de su autor. En estos artículos se cumple especialmente lo que en cualquier caso es siempre cierto para los contenidos de El Mensajero: No expresan necesariamente la enseñanza de nuestras iglesias.

 
Serie:
Aunque todo el mundo
diga lo contrario

III. La evolución de la moral sexual
Dionisio Byler

Existe la idea de que la conducta sexual que nos parece oportuna, cristiana y propiamente espiritual, es algo que quedó establecido por Dios desde la mismísima creación y ha permanecido y permanecerá inmutable en su divina voluntad hasta que Cristo vuelva. Observo, sin embargo, que los tabúes y las normas de conducta sexual que vienen en la Biblia son marcadamente diferentes de los tabúes y las normas que rigen hoy día entre los cristianos. Hay conductas sexuales «bíblicas» que hoy nos resultan francamente escandalosas y moralmente repugnantes, a la vez que hay prohibiciones y tabúes que hoy nos parecen extraños e imposibles de aplicar.

Hecha esta observación, vengo a opinar que es previsible que la moral sexual cristiana continúe evolucionando y que la iglesia —bajo la guía del Espíritu Santo y siguiendo el ejemplo no legalista de Jesús— continuará adaptando su enseñanza a las necesidades humanas de sus fieles.

Evolución desde el mundo bíblico hasta la moral cristiana aceptada hoy

Poligamia. En el Génesis, Dios parece haberse dado por satisfecho con crear un único varón para una única mujer. Sin embargo la Biblia no sólo no prohíbe la poligamia, sino que algunos de sus personajes más insignes (Abraham, Jacob, David, Salomón, tal vez Moisés) fueron polígamos.

Los varones que practicaban la poliginia tenían acceso sexual a todas sus mujeres. En los dos casos en la Biblia de mujeres que practicaron la poliandria, sin embargo, solamente podían tener relaciones sexuales con uno de sus maridos: Mical, hija de Saúl, y la filistea anónima que fue la primera esposa de Sansón. Esta falta de simetría, donde los varones tienen «derechos» sexuales que no gozan las mujeres, es una de las diferencias más notables que existen entre la moral sexual bíblica y la sensibilidad moral cristiana de hoy.

Esclavas para disfrute sexual. A veces las palabras esconden realidades, quien sabe si por querer esconder o sencillamente por indiferencia. Tal el caso de las palabras «concubina», «concubinato». Esta práctica, que podría quedar tal vez como un aspecto de la poligamia, merece sin embargo un tratamiento aparte. Aunque la condición de una esposa era también más o menos la de una propiedad adquirida por el esposo, la boda presuponía una especie de contrato de alianza mutuamente beneficiosa entre las dos familias. Esto daba a la esposa unas ventajas sociales —medios de presión para controlar los excesos de malos tratos, por ejemplo— que no tenían las esclavas. La concubina, al contrario, era una mujer adquirida para disfrutar sexualmente de ella, pero sin  las complicaciones ni las presiones y limitaciones de una alianza con su familia.

Vivimos en una sociedad convulsa, donde lo que ayer era aceptable hoy no lo es; y lo que antes era inaceptable, ahora parece natural. La iglesia tal vez no sea del mundo, pero está claro que su función hasta que Cristo venga, es estar en el mundo...

 

Violación. Tal vez lo que más estupor nos produce hoy día, es que las disposiciones de Moisés, en lugar de prohibir tajantemente la violación sexual, se limitan a regularla como una de las formas —aunque la menos recomendable— para conseguir una esposa legítima. Esto no es exactamente lo mismo que aprobarlo: la reglamentación al respecto tiene la apariencia formal de una prohibición. Ahora bien, si la chica violada no está desposada (prometida legalmente) con otro hombre, el violador está obligado a casarse con ella y además, no la puede divorciar. Esto, aunque está expresado como un castigo, tal vez fuera precisamente lo que pretendía el violador; qué opinaría la chica obligada a casarse con su violador, no parece venir a cuento.

Algo parecido sucede con las prisioneras de guerra. Hay que aclarar, sin embargo, que quien destinaba a una esclava de guerra a su alcoba de manera más o menos formal, estaba obligado a dejarla en libertad si se cansaba de ella; ya no la podía vender.

Las disposiciones de Moisés se esfuerzan valientemente por limitar, pero en absoluto consiguen eliminar ni prohibir la esclavitud. La realidad histórica de la esclavitud, es que los amos siempre disponen sexualmente de sus esclavos. Los cuerpos de las esclavas (y de los esclavos) aunque no alcanzaran el rango formal de «concubinas», estaban forzosamente a disposición sexual de sus amos. Esto es aplicable también a los esclavos cristianos en el Nuevo Testamento, que en ningún caso podían seguir la enseñanza de los apóstoles sobre pureza sexual, por la sencilla razón de que sus cuerpos eran propiedad ajena.

Adan y Eva 2

 

 

 

 


Y algunas cosas más. Nos resulta grotesco hoy día el carácter de inmundicia religiosa que tenían los flujos genitales de ambos sexos. Luego también el tabú del incesto tiene en la Biblia una forma diferente a como lo entendemos hoy. Nos costaría, por ejemplo, alcanzar el grado de repugnancia moral que manifiesta Pablo sobre el caso del creyente corintio que se casó con la viuda de su padre (probablemente una chica de igual o menor edad que el propio hijo). También llama la atención el silencio acerca del uso de prostitutas, que entonces, igual que hoy, eran muy frecuentemente esclavas raptadas por bandas criminales.

Evolución de conceptos en la iglesia cristiana

Durante siglos se consideró horrendo crimen de homicidio tanto la masturbación masculina como el acto homosexual. Entendiéndose esos actos como asesinato, eran pecados mucho peores que la violación o el incesto, por cuanto en el caso de éstos y como atenuante, quedaba abierta la posibilidad de la concepción y el alumbramiento.

Seguramente derivan de aquellas ideas las leyes contra la «sodomía» que existían en muchos países cristianos hasta hace poco. En Génesis el pecado de Sodoma es la falta absoluta de hospitalidad, donde el único justo es Lot, precisamente por hospitalario. Los violadores rechazan las hijas de Lot no porque sean hembras, sino porque son del lugar: mientras que su intención expresa es humillar y vejar a los forasteros. Y sin embargo la acusación de «sodomía» —con toda su carga emocional de colmo de inmoralidad— se aplicó por rutina a la intimidad sexual consensual entre varones.

Por último, muchos autores cristianos han sido culpables de misoginia (odio de la mujer). La sexualidad femenina se declaraba fuertemente repulsiva, contraria a la religión. La mujer idolatrada era la Virgen, precisamente por virgen, porque su sexualidad quedaba eternamente neutralizada hasta desaparecer. Algunos autores describen con furia maníaca la asquerosidad y vicio de la sexualidad femenina. Veían los encantos de la mujer como trampa y tentación del diablo, perversas ellas porque sus propios cuerpos eran perversos.

Algunos de los tabúes y conceptos medievales ya han quedado ampliamente superados. Otros todavía operan en alguna medida, según en qué iglesia.

¿Y el futuro, qué nos traerá?

Las nociones de moral sexual siguen en evolución entre los cristianos. Hoy admitimos abiertamente cosas —por ejemplo el divorcio y volver a casarse— que cuando yo era niño o adolescente, solamente se mencionaban en voz baja. Los métodos anticonceptivos modernos revolucionaron —para los cristianos también, inevitablemente— nuestro concepto de moral sexual. Permitieron distinguir más que nunca antes, entre la actividad sexual y la reproducción. En el transcurso de mi propia vida, la sensación de inestabilidad en cuanto a moral sexual resulta a veces francamente agobiante.

Adan y Eva 3

Vivimos en una sociedad convulsa, donde lo que ayer era aceptable hoy no lo es; y lo que antes era inaceptable, ahora parece natural. La iglesia tal vez no sea del mundo, pero está claro que su función hasta que Cristo venga, es estar en el mundo. Y esto significará inevitablemente participar en muchas de las mismas evoluciones que las sociedades en que vivimos.

Es imposible adivinar la forma que tomarán esos cambios en el futuro. Pero no me parece descabellado imaginar ningún desenlace posible en cuestiones como el aborto, el matrimonio homosexual o la intimidad sexual prematrimonial. Lo que hoy escandaliza, mañana tal vez sea aceptable. Y lo que ahora es normal, el futuro podría considerar inmoral.

En conclusión:

Quiero afirmar con fe mi esperanza y confianza de que Cristo Resucitado, cabeza viva y presente de su cuerpo la Iglesia, la continuará guiando a toda verdad, por medio del Espíritu Santo y la renovación constante de nuestras mentes, hasta alcanzar la plenitud de la imagen de nuestro Señor. Quiero pensar que aunque algunos se impacienten por la lentitud de estas evoluciones y otros sientan vértigo por su velocidad, el Señor conseguirá traernos, para cada cuestión que se abra a debate, a un espíritu de unidad, dentro del vínculo de la paz y del amor fraternal cristiano. Quiero imaginar que sabremos poner siempre a las personas antes que las ideas, poner el amor y la comprensión antes que legalismos estériles. Quiero imaginar que seguiremos aprendiendo a ceñirnos al espíritu que inspiró la Biblia, aunque sin despreciar tampoco la letra.

Hemos de saber atrevernos a ser la iglesia —el cuerpo de Cristo— que necesita nuestro mundo contemporáneo a nuestro alrededor. Sería estéril tratar de volver atrás las agujas del reloj por el anhelo de ser una iglesia apta para otras generaciones anteriores, que ya han quedado en el pasado, cuya moral ya es historia.

  La conciencia personal no nos capacita, tal vez, para juzgar a otros; pero nosotros mismos sí estamos sometidos a su juicio, que puede destrozar nuestra paz en relación con Dios.

Es importante recordar, en cualquier caso, que nunca conviene traspasar la conciencia personal. El apóstol Pablo conocía bien la realidad humana cuando dijo que si para alguien determinada cosa es pecado, entonces para esa persona tiene el efecto espiritual de pecado. Suelen ser inflexibles nuestras nociones internas de lo que es correcto en cuanto a intimidad sexual. La conciencia personal no nos capacita, tal vez, para juzgar a otros; pero nosotros mismos sí estamos sometidos a su juicio, que puede destrozar nuestra paz interior en relación con Dios.

Jamás será posible —ni mucho menos deseable— eliminar de nuestro vocabulario y práctica, el concepto de santidad. Santidad como dedicación a Dios de nuestra persona y nuestros cuerpos, para servirle a él en lugar de quedar reducidos a esclavos de impulsos y placeres de satisfacción momentánea. Esta realidad —la vocación a la santidad personal en relación con Dios— es tal vez el único elemento invariable de la moral sexual a lo largo de la historia, desde las primeras generaciones de Israel y hasta el presente. Es, desde luego, vocación irrenunciable de todo cristiano. A santidad hemos sido llamados.

 

 
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—ni mucho menos deseable— eliminar de nuestro vocabulario y práctica, el concepto de santidad.