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  Nº 123
Junio 2013
 
  Rosetta

La piedra de Rosetta
por Julián Mellado

En 1799 Napoleón emprendió una expedición a Egipto con fines políticos, pero llevándose con él una gran cantidad de sabios para investigar los vestigios de la época faraónica. De una manera fortuita, dos soldados franceses encontraron una piedra misteriosa.

Debido al lugar del descubrimiento fue llamada «la piedra de Rosetta». Pero resultó que no era cualquier piedra. Ese descubrimiento revolucionó los estudios egiptológicos que hasta entonces se llevaban a cabo, rodeados de enigmas irresolutos.

El problema era el lenguaje jeroglífico que se encontraban en los monumentos del Antiguo Egipto. ¿Qué tiene que ver la piedra de Rosetta con esos enigmas? Hasta ese descubrimiento, los jeroglíficos parecían un lenguaje misterioso, imposible de descifrar. Cada sabio hacía sus especulaciones de lo que podrían significar esos signos. La piedra de Rosetta tenía unos textos escritos en tres idiomas.

El primero, el jeroglífico, el gran enigma indescifrable. El segundo texto era una escritura más sencilla pero igual de misteriosa llamada «egipcio demótico». Pero el tercer texto estaba en griego, lengua muy conocida por los estudiosos.

Jean François Champollion, un erudito francés, pudo identificar con la ayuda del griego palabras y frases en los otros dos textos. Al final descubrió el «alfabeto egipcio», y dio al mundo la clave para entender los misteriosos idiomas de los faraones.

Me puse a pensar. ¿No nos ha pasado algo parecido?

Dios, sería ese jeroglífico imposible de descifrar con nuestras aptitudes y del cual cada uno hace sus especulaciones. ¿Cómo es él?

Luego está—algo más sencillo— el misterio del hombre, pero a su vez difícil de comprender. ¿Cómo debemos vivir?

Pero de pronto, aparece el «texto clave» que abre la comprensión: Jesús de Nazaret.

Gracias a lo que es y hace, al evangelio que vivió y transmitió, «el alfabeto divino» se puso a nuestro alcance. Como la piedra de Rosetta, Jesús es la clave para saber cómo Dios debe ser pensado y creído. Y también es el que desvela el enigma de la existencia humana, de en qué consiste la Vida. En Jesucristo encontramos cómo es Dios y cómo debe ser el Hombre.

El evangelio según Juan nos indica algo parecido: A Dios nadie le vio jamás; el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer (Jn 1,18.

Él lo ha «explicado», lo ha dado a conocer. El jeroglífico ha sido descifrado. No significa que lo sabemos todo de Dios, pero sí que a través de Jesús sabemos cómo es y lo que no es. Ya no estamos perdidos en especulaciones, como aquellos sabios, sino que siguiendo a Jesús hemos aprendido «un nuevo alfabeto».

 
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