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  Nº 120
Marzo 2013
 
  Ursula
Tortura de la maestra anabaptista Úrsula, a manos de la Inquisición.
Maastricht, año 1570.
Grabado de Jan Luyken (1665)

Odio teológico
por Julian Mellado

Odium theologicum es el término que se emplea para referirse al odio en materias teológicas o de creencias. Los hombres se odian por diferentes motivos. Tenemos la triste historia de la humanidad para constatar este hecho. Curiosamente, el «odio» no es visto con buenos ojos, en general, y tratamos de disimularlo de diferentes maneras. Pero lo cierto es que el odio es sencillamente el desprecio a una persona.

Pues bien, el término odium theologicum apunta a ese desprecio hacia personas que entienden la fe o las doctrinas de otra manera a la que normalmente se espera. A lo largo de los siglos, muchos cristianos han sido víctimas de ese odio «santo» de parte de otros cristianos. Desde el siglo IV se impuso la idea de que los contenidos de la fe cristiana sólo podían tener una interpretación. La que establecía los Concilios. Cualquier disidente de esa interpelación debía ser reducido al silencio.

Conocemos de sobra la historia de la Inquisición, máximo exponente de ese odio teológico. Pero no se dio únicamente en las filas católicas, sino también en las protestantes. Miguel Servet fue quemado vivo en la ciudad de Ginebra, centro del protestantismo, por no estar de acuerdo con la doctrina de la Trinidad.

Estos casos son muy conocidos y siempre pensaremos que fue el error de «otra época».

La verdad es que el odium theologicum persiste hoy en las filas del cristianismo. El ambiente social ha cambiado y en Occidente ya no se ejecuta a nadie por motivos de conciencia. ¿Significa que se ha superado esa etapa de odio teológico?

En realidad no. Desde el momento que se establece una «ortodoxia» que se considera como la única verdadera, se levanta a la vez la necesidad de combatir a los oponentes o disidentes. A imitación del siglo IV, esa «ortodoxia» establece quién es y quién no es cristiano.

Todo aquel que acepta lo establecido por esa «autoridad» es bienvenido. Se le adoctrina en contenidos dados una vez para siempre.

No se suele explicar cómo surgieron esos contenidos, y si se hace, es con la negación al derecho del pensamiento crítico.

La autoridad autoproclamada convence a sus seguidores que ha sido otorgada por derecho divino. Así que ir contra esa ortodoxia es negar a Dios, que en el contexto creyente es el peor de los crímenes.

Pero el cristianismo no ha tenido nunca una sola interpelación. Ha habido maneras de pensar mayoritarias, que se impusieron por la fuerza. Por supuesto que había y hay creyentes que creen en esas doctrinas de manera libre y por el uso de su libre examen. No obstante, también hay otros cristianos que por su propio examen han llegado a otras conclusiones. Con el deseo de ser fiel a Dios, llegaron a la conclusión de que debían cambiar su pensamiento. Lo ideal sería que se dialogara, se respetara las diferentes expresiones, buscando siempre acercarse al espíritu de Jesús, que no condenó a nadie por motivo de doctrinas. Hasta alabó la fe de un centurión romano pagano, porque su amor por su siervo le llevó a buscar la ayuda de Jesús. Parece que el Maestro daba prioridad a otras cosas.

El odio teológico es sutil.

Los demás odios son evidentes, y podemos detectar la miseria de carácter de quien viva de esa manera. Podemos detectar causas psicológicas, biográficas o de otro tipo. En general, los psicólogos u otros consejeros tratan de librar a las personas de ese sentimiento o estado destructor.

Pero el odio teológico se expresa como «fidelidad al Señor». Defiende lo que se considera sagrado, contra lo que se interpreta como amenazante. Se presenta pues, como una «virtud» ya que combate el error doctrinal. Debido a que se entiende la fe como el asentimiento a una serie de dogmas, el que los niegue está atentando contra Dios. O sea que es un hereje.

Bien es sabido que el hereje no tiene derechos, es el peor de los hombres, desde la perspectiva de la fe ortodoxa. Un pagano, una persona de otra religión, o un ateo, ignora la verdadera fe. Por lo tanto todavía la puede conocer. Un hereje niega esa fe considerada única y verdadera. (Es paradójico cuanto menos, saber que existen varias ortodoxias. Éstas no sólo no coinciden entre sí sino que han combatido cada una contra las demás a lo largo de los siglos.)

Hoy no vivimos en los tiempos de las hogueras. Pero al que es considerado hereje se le condena a la «muerte social» o «muerte eclesial».

Cuando uno pertenece a una comunidad de fe entendida de esa manera, no tiene el derecho a pensar por sí mismo. Ya le dicen lo que tiene que decir y pensar. Si por el uso del libre examen esa persona llega a otras conclusiones, las consecuencias pueden ser terribles. Si antes fue apreciado ahora es despreciado en nombre de la Sana Doctrina, es decir de Dios mismo. Esa persona pasará a ser alguien peligroso. Hay que excluirle. No tiene derechos. No importa que se siga considerando cristiano. No es uno de los que «van con nosotros». Aquellas amistades que creía tener desaparecen y a veces hasta tiene repercusiones en la propia familia. Pasa a ser simplemente… nada. El odium theologicum tiene un poder asombroso ya que se disfraza de virtud y en su nombre cualquier cosa se puede hacer o decir del considerado hereje.

La comunidad de fe debería ser un lugar donde se fomentara el derecho al libre examen. Un lugar para compartir, dialogar e incluso debatir, en un esfuerzo por discernir la voz de Jesús. Una comunidad que sabe la diferencia entre Fe y Creencia.

La fe es la confianza en Dios, en Jesús, como respuesta a un encuentro en lo más profundo de la vida. El justo por la fe vivirá —es decir, por lo que confía. Las creencias son elaboraciones para explicar esas experiencias. Y se hacen según los criterios culturales de cada época y lugar.

Las doctrinas no son inamovibles. Se pueden corregir, mejorar, reelaborar según los avances de las ciencias bíblicas y seculares. El núcleo se mantiene firme. Podría resumirse en esas palabras del evangelio según Juan: Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien has enviado (Jn 17,3).

Conocer a Dios no es elaborar dogmas o pretender tener un conocimiento teórico infalible, sino «amarlo», vivir esa experiencia inefable; y la adhesión a Jesucristo como criterio existencial absoluto.

Cuando a Jesús le hablaron de uno que usaba su nombre «pero no sigue con nosotros», el Maestro contestó : «No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es» (Lc 9, 50).

En los debates habría que averiguar si realmente el llamado «hereje» va en contra de Jesús o no. Quizás tenga otra forma de entender las doctrinas. Jesús fue acusado de hereje, por «modificar» la teología del judaísmo de su tiempo. En realidad lo que Cristo hizo fue predicar y practicar la Doctrina que Sana. Su «doctrina» era su manera de ser, sus gestos, sus enseñanzas, que incluían a todo aquel necesitado de amor, de compasión, de sentido. Y anunciaba a ese Abba, que era como el padre de la parábola del Hijo Pródigo.

El odium theologicum es simplemente odio. No es fidelidad a Dios, sino a las propias creencias. Necesitamos comprender que ahora vemos las cosas imperfectamente, como decía Pablo (1 Co 13,12). Y que lo firme, lo que permanece, es el amor.

Parafraseando las palabras de Sebastian Castelio diremos: «Despreciar a una persona por defender la sana doctrina, no es defender la sana doctrina. Solamente es despreciar a una persona».

 
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