bandera

Nº 110
Abril 2012

envidia   Envidia, dibujo de
Pieter Brueghel el Viejo,
s. XVI

Nueve pecados capitales de ayer,
de hoy y de mañana

por José Luis Suárez
     
I. Marco en el que se sitúa esta serie de estudios

Este primer artículo será una presentación de una serie en la que trataré sobre nueve pecados arraigados en la naturaleza humana. Los encontramos en todas las épocas de la historia, en todas las culturas, en todos los pueblos, así como en todas las tradiciones religiosas.

Estos pecados capitales serán tratados por orden alfabético, ya que ninguno tiene un valor más grande ni más pequeño que otro, aunque en diferentes momentos de la historia o de las tradiciones religiosas, se ha dado más importancia a unos que a otros.

Los Nueve pecados son: avaricia, orgullo, pereza, vanidad, cobardía, envidia, ira, gula y lujuria.

En esta introducción, como a través de toda la serie, usaré las palabras pecado y enfermedad para referirme a una misma realidad, aunque tengan matices diferentes. A veces emplearé ambos términos juntos.

El próximo artículo lo dedicaré exclusivamente a definir estas dos palabras, así como a integrarlas en los Nueve pecados capitales. Únicamente comentar en esta introducción, que pecado y enfermedad son dos términos prácticamente inseparables en los textos bíblicos, por lo que en lugar de ser expresiones que se excluyen una a la otra, se complementan. Cuando las separamos, nos falta algo de la totalidad de lo que pueden significar juntas.

La palabra pecado ha perdido su pertinencia en la iglesia. Muchas veces ni siquiera sabemos de qué hablamos, por muchos textos bíblicos que citemos. Y por supuesto en la sociedad secular, menos. Mi propósito al unir esta palabra con el término enfermedad, es que pueda recobrar vida y significado para el mundo de hoy. Contextualizar la palabra pecado en el mundo en que nos ha tocado vivir, será todo un desafío en esta serie de estudios.

La tarea que me he propuesto es triple:

envidia2  

En primer lugar, que al describir estos Nueve pecados capitales, todos mis lectores puedan tomar conciencia que estos pecados nos alejan del creador, unos de otros y de la naturaleza que Dios ha creado. Paralizan de tal forma nuestra vida, que perdemos el contacto con el auténtico sentido de nuestra existencia en este mundo.

El segundo objetivo es que aunque todos podemos encontrarnos reflejados en varios de estos pecados, cada ser humano tiene una tendencia natural hacia alguno de ellos.  Por esta razón, usaré el término «pecados ar6raigados». Es como si nuestra naturaleza nos impulsara de forma compulsiva hacia uno de estos pecados en particular.

El tercer objetivo lo quiero llamar «Evangelio», buena noticia. No estamos condenados a vivir toda la vida con este pecado arraigado. El Dios encarnado en la persona de Jesús, a través de su vida y enseñanzas y con la ayuda del Espíritu Santo, puede traernos luz suficiente para que podamos reconocer estos pecados y desenmascararlos. No se puede solucionar un problema sin antes conocerlo.  Entonces podremos empezar un camino donde podamos aliviar, mitigar y calmar sus efectos destructivos e incluso llegar a su curación. Aunque la tentación hacia el pecado particular que cada uno tenemos arraigado, nos acompañe a lo largo de toda la vida.

Con este tercer objetivo me acerco al motor o raíz de esta serie de estudios. Éstos tienen como elemento de fondo dos realidades bíblicas que expongo, pero que no las justifico. Hacer eso sería otro estudio aparte, que lo dejo para los teólogos «doctores tiene la iglesia». La primera realidad bíblica la llamaremos Creados a imagen de Dios (Génesis 1,27). Con ello afirmamos que tenemos una naturaleza divina en la que lo bueno, con todas sus manifestaciones, está presente en todo ser humano. El apóstol Pablo lo describe de una forma magistral en la carta a los Gálatas 5,22-23. Pablo nos da una lista que es indicativa y no limitativa de esta naturaleza divina que él llama el Fruto del Espíritu: Amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio de sí mismo.

La segunda realidad que encontramos en el relato del libro del Génesis es el pecado o la caída (Gn 3,1-6). Es aquí, con el llamado «pecado original», donde entroncamos con el tema de esta serie. Pero considero que esa expresión comunica mucho menos en el mundo de hoy que la de «pecado arraigado».  Con este término, entonces, me referiré a lo largo de esta serie de estudios, a la fuerza del mal que toda persona halla también en su naturaleza. Es un poder destructivo que lesiona y daña a uno mismo y a los demás y hacia el cual estamos principalmente inclinados de forma natural.

Al referirnos al pecado arraigado, hablamos del lado oscuro de la naturaleza humana, de la fuerza de maldad humana que toma formas personales y colectivas a lo largo de la historia de la humanidad.

Es este pecado que lleva al ser humano a alejarse de su naturaleza divina, que es una vida plena de salud, de bienestar en el sentido más amplio de la palabra.

Esta fuerza destructiva no sólo nos lleva a perder contacto con la naturaleza divina, sino que hace que la  vida pierda su razón de ser —que no es otra que reflejar la imagen de Dios, donde todo es amor, alegría, etc.

Origen y desarrollo de los Nueve pecados capitales 

¿Por qué nueve? ¿Por qué no siete, doce, veintiuno… o treinta y seis?  Los autores bíblicos no mencionan de forma sistemática los Nueve pecados que veremos en esta serie, aunque sí los encontramos a lo largo de toda la Biblia y todos ellos están en las parábolas de Jesús.

Es muy significativo que en el texto ya citado de Pablo en Gálatas 5,23 encontremos nueve frutos del Espíritu. Éstos son muy parecidos —en sus opuestos— a los Nueve pecados capitales que veremos en esta serie. Podríamos decir que cuando estos nueve son redimidos o trasformados, se convierten en los nueve frutos del Espíritu.

El primer testimonio que tenemos acerca de los «Nueve pecados capitales» en la tradición cristiana, aparece con los Padres del desierto y entre los ermitaños en los primeros siglos del cristianismo. Se cuenta que los Padres del desierto elaboraron la teoría de los pecados capitales porque tenían también la práctica. Ellos lo llamaban pensamientos malos y acciones destructivas y más tarde pasiones malas o vicios. En esa época no se habla de nueve pecados, sino de siete: lujuria, pereza, gula, envidia, avaricia, ira y soberbia. Será bastante más tarde cuando se añadirán a estos siete pecados, los de la cobardía y la mentira.

Estos Nueve pecados son citados por el monje y escritor Juan Casiano en el siglo IV y en el siglo VI reconocidos de forma oficial en el seno de la iglesia católica por el papa Gregorio el Magno.

En el siglo XIII el teólogo y filosofo Tomás de Aquino, reconocido como uno de los filósofos cristianos más importante de todos los tiempos, usa los Nueve pecados en sus disertaciones.

Estos Nueve pecados los encontramos en la Divina Comedia de Dante Alighieri. En el apartado sobre el purgatorio, los describe como una desviación del amor, que consiste en el amor exclusivo hacia uno mismo y la no generosidad con el prójimo. Su consecuencia no es otra que el castigo divino.

Los Nueve pecados se mantienen vivos durante toda la Edad Media, pero a medida que pasan los años, los Nueve pecados van perdiendo importancia en el seno de la iglesia hasta terminar por convertirse en una idea del pasado y nada más.

El Eneagrama y los Nueve pecados capitales

  eneagrama

A principios del siglo pasado aparece en Occidente el Eneagrama. Es un antiquísimo sistema de comprensión de la naturaleza humana. La palabra Eneagrama procede de la palabra griega enea —nueve— y grama —escritura, figura o dibujo. Se refiere a una figura de nueve puntas que se representan en un círculo.

El Eneagrama es un prodigioso sistema de identificación de tipos de personalidad y de desarrollo personal, transmitido a través de los siglos primeramente de manera oral, para luego ir tomando formas diversas hasta convertirse en lo que es hoy: un poderoso instrumento para asesorar a los seres humanos en su evolución mental, emocional y espiritual.

No se conoce a ciencia cierta su origen, aunque sus raíces proceden de Asia y Oriente Medio. Se comenta que apareció hace unos 2500 años.

Cuando ya se daba por hecho la desaparición de los Nueve pecados capitales en el seno del cristianismo, reaparece en el mundo de la psicología el Eneagrama. Algunos cristianos muy avispados empezaron a ver la conexión del Eneagrama con los Nueve pecados capitales olvidados en el baúl de los recuerdos de la iglesia. Ha sido a partir de la década de los 60 del siglo pasado, que estas dos corrientes —lo mental y lo espiritual— se unen para formar todo un esquema de acción que en muchos momentos pueden ir de la mano. El Eneagrama contempla Nueve tipos de personalidad en la naturaleza humana, donde se recogen tanto las corrientes filosóficas como espirituales. Aquí entramos en el campo de la colaboración entre teología y psicología, con sus posibilidades y sus límites.

Hoy en día el Eneagrama se usa en muchos campos del saber humano, en disciplinas tales como la educación, la psicoterapia y él ámbito empresarial. Hay profesionales de la salud que lo utilizan para mejora tanto la dinámica de los pacientes, como la relación entre profesionales. Y hay quien lo utiliza en la consejería pastoral.

Dado que el Eneagrama revela verdades eternas sobre el carácter humano, su utilidad no está sujeta al paso del tiempo.

Adentrándonos en el campo de la fe, descubrimos en el Eneagrama nueve atributos divinos. Y nueve desviaciones, que serían los pecados capitales o arraigados.

Muchos consejeros espirituales utilizan el Eneagrama como un instrumento para el asesoramiento pastoral. En mi trabajo pastoral, el Eneagrama se ha convertido en una de las herramientas más poderosas que conozco —por supuesto después de la oración, la lectura de la Biblia y la ayuda del Espíritu Santo— para el acompañamiento espiritual. 

En 1 Tesalonicenses 5,21, el apóstol Pablo nos invita a examinarlo todo y quedarnos con lo bueno.

A lo largo de esta serie de estudios, confío en la iluminación del Espíritu Divino para poder analizar de forma sencilla, al tiempo que profunda y a la luz de lo que nos enseña la Escritura, los Nueve pecados capitales. Y también la respuesta que debemos dar a estos pecados, de forma que alcancemos en madurez y en plenitud la talla de Cristo (Efesios 4,13.).

Para poder ir más lejos

¿Cómo desenmascaramos el pecado arraigado?

El rango de lo que pensamos y hacemos está limitado por aquello que no nos damos cuenta. Y es precisamente el hecho de no darnos cuenta, lo que impide que podamos hacer algo para cambiarlo.

Hasta que no nos demos cuenta de que no nos damos cuenta, el pecado arraigado seguirá moldeando nuestro pensamiento y nuestra acción.  [Esta idea final se basa en D. Laing.]

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