El Mensajero
Nº 101
Junio 2011
Diccionario de términos bíblicos y teológicos

milagro — Según la Real Academia Española, la palabra milagro se define así:  1. Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino.  2. Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa.

Movido por la curiosidad, he hecho una búsqueda en varias versiones digitales que tengo de la Biblia en castellano, para ver si es que figura esta palabra en el vocabulario bíblico.  Descubro más o menos lo que sospechaba, que milagro no es un término típico bíblico, antes bien resulta bastante raro.  Suele aparecer entre 4 y 5 veces en la Biblia entera, según la versión.

La idea de lo milagroso es absolutamente normal en el habla humana.  Tengo que suponer que lo es en todos los idiomas de la tierra.  Eso incluye el habla de los israelitas y primeros cristianos, que nos legaron la Biblia.  De hecho, existe una multitud de términos en la Biblia con que se describe la realidad «milagrosa» de que Dios interviene en la vida humana —casi siempre inesperadamente, pero a veces precisamente cuando se ha clamado a él.

Hay en la Biblia palabras que expresan la reacción humana ante la intervención divina.  Sorpresa.  Maravilla.  Quedarse atónito.  Caer de rodillas o postrarse con reverencia.  Cantar de júbilo.  Celebrar con alabanzas.  Y una de las reacciones más habituales en la Biblia ante lo milagroso es, curiosamente, el temor.

Hay palabras que indican el carácter divino de lo sucedido:  Poder.  Autoridad.  Gloria.  Hay formas de referirse a Dios que indican esto mismo: el Todopoderoso (pantokrátor). El Shaddai (término que nace como nombre de una diosa con muchas tetas en filas, como una marrana, pero que en la Biblia viene a significar solamente que el Señor es fuente inagotable de toda provisión y vida).

Es curiosa la flexibilidad del término milagro hoy día como descripción de todo aquello que por ahora no entendemos.  En ese sentido, en el transcurso de estos últimos siglos para muchas personas, el papel de Dios ha ido disminuyendo a un ritmo vertiginoso.  ¡Tantísimos fenómenos antes sorprendentes e inexplicables y por tanto solamente atribuibles a la intervención divina, tienen ahora explicación científica!  Desde el siglo XIX el ser humano viene sospechando que tal vez todo tenga explicación científica y que por tanto Dios es superfluo, sobra, ya no es necesario como explicación de lo inexplicable.

Desde luego me parece esa una forma extraordinariamente pobre de concebir de Dios.  Para aquellos que solamente tienen a Dios como explicación de lo inexplicable, sus dioses se les están quedando cada vez más pequeños (porque cada vez quedan menos fenómenos inexplicables).  Pero para quienes le tenemos como Padre y Amigo y Compañero de nuestras vidas —en los momentos de alegría y tal vez especialmente en los tragos duros que hay que pasar— Dios se nos va haciendo más grande y más importante con cada día que pasa.  Y para los que vivimos a Dios así, lo «milagroso» va disminuyendo en importancia.  Porque aunque ya nunca más en la vida veamos un auténtico milagro, seguimos amando y siendo amados por Aquel que nos creó y que da sentido, importancia y dirección a nuestras vidas.  ¡Y esto, no hay descubrimiento científico que nos lo quite!

El judaísmo rabínico optó por desprestigiar a aquellos sabios y rabinos de la antigüedad que habían destacado por sus obras milagrosas.  Los descalificaron como «magos» —«Yesú ben Pandera» (Jesús) el primero— porque su presunto acceso directo al poder de Dios, parecía desmerecer la importancia de la labor legítima de todo sabio judío, que es el estudio de la Ley.  Entendiendo que todo lo que hacía falta recibir de Dios ya estaba recibido en su Palabra, les parecía irreverente y poco santo recurrir a milagros.  La tradición cristiana, sin embargo, siguió la dirección contraria.  Reverenciaron a sus mártires y santos, muy especialmente aquellos que después de muertos seguían manifestando poder para intervenir sobrenaturalmente en respuesta a las peticiones de sus devotos.  A los cristianos les traía sin cuidado que algo fuera cierto o no según la Biblia, con tal de poder contar con algún santo patrono que, desde más allá de la muerte, les protegiera o ayudase milagrosamente cuando se encontraban en apuros.

El cristianismo pentecostal ahonda más que ninguna otra tradición cristiana en lo milagroso, aunque ahora sin la intermediación de santos difuntos porque cuentan con el poder de predicadores vivos que les imponen las manos o ungen con aceite o emplean otras artes con las que les obtienen milagros.

Sospecho que lo que espera Dios de nosotros es algún tipo de posición intermedia.  Ni el encerrarnos en la Escritura sin querer ver cómo Dios pueda seguir interviniendo hoy.  Ni tampoco un ansia de milagros que nos distraiga del compromiso primordial de seguir a Jesús, disponiéndonos a tomar la cruz cada día sin pensar que se nos tenga que abrir mágicamente una escapatoria…

—D.B.

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